La Divina Comedia en nuestros días

Aprovechando los días de ocio veraniego  releo tranquila y pausadamente la Divina Comedia, obra grandiosa, de interés y de actualidad también para los políticos profesionales. El largo poema está compuesto por tres cantos: Infierno, Purgatorio y Paraíso, que el poeta visita. Los personajes que habitan en cada espacio son mitológicos, reales, históricos o contemporáneos de Dante y representan cada uno un vicio o una virtud. A los mentirosos, junto con los fraudulentos y sembradores de discordia, los sitúa Dante en lo más profundo del Infierno, en el octavo círculo de los nueve existentes, mucho más abajo que los lujuriosos, los avaros, los iracundos, los ateos y los  violentos.
Y así debe ser, porque los mentirosos desprecian lo más noble del ser humano, su razón y su deseo irrefrenable de verdad, y socavan también el fundamento de la convivencia social, a la que el hombre está naturalmente impelido, que necesita la confianza en los otros seres humanos.

En la sociedad democrática, la más humana y justa conocida, la verdad es todavía más necesaria, por cuanto los dirigentes y representantes electos han de actuar con absoluta verdad ante los ciudadanos que les han elegido y depositado en ellos su confianza.

Así que, si como exigen los moralistas clásicos, “la mentira nunca está permitida = mendacium numquam licet”, en el caso del sistema democrático es condición esencial y necesaria. El político que miente, aunque más pronto que tarde queda en evidencia, socava con sus mentiras el sistema democrático. Esto explica la intransigencia con que sociedades arraigadamente democráticas castigan a quién miente, aunque la importancia y cuantía material de lo mentido parezca escasa.

Pues bien, resulta que importantes dirigentes del Partido Popular, como María Dolores de Cospedal, mienten y no de manera ocasional o aparentemente intranscendente, sino que  más bien parece instalada en la mentira como estrategia e  instrumento político al servicio de su partido.

Desde luego no todo político ha tenido la oportunidad de ser tajantemente desmentido por un cardenal de la Iglesia, como le ocurrió a ella a poco de llegar a Toledo;  o por los oyentes de una cadena de radio en la que escenificó una ridícula pantomima con una oyente, presuntamente anónima, que resultó ser su jefa de comunicación. Incluso una acta notarial desmintió su negación de haber trabajado cuando era consejera de la Comunidad de Madrid para que Eurocopter se estableciera en Getafe y no en Albacete, como entonces era su obligación; lo gravé naturalmente fue la mentira.

Recientemente, con cierto aire entre prepotente y frívolo, con desprecio absoluto a toda norma democrática, acusa al gobierno, a la policía, a los fiscales de espiar a dirigentes del Partido Popular (no quiere enterarse que los que se espían son sus propios compañeros entre ellos), pero ni prueba sus denuncias ni acude a los tribunales. Esta es sin duda la mentira más gorda y la más grave por la gravedad de la acusación.

 La sra. Cospedal debe probar sus acusaciones, porque suya es la carga de la prueba (affirmantis est probare) y porque acusar sin probar para que se justifique el acusado es un procedimiento inquisitorial erradicado de las normas de derecho.  Cospedal a veces habla de “inquisición”, no sé si porque no sabe lo que fue o porque  sabiéndolo tampoco le importa mentir sobre ello.

Así que sra. Cospedal, si no quiere acabar en el infierno de la presente comedia que algún día se escribirá, o prueba lo que dice o debe abandonar la política activa, porque estrategias de la mentira y la crispación como la suya y de sus compañeros desprestigian el sistema democrático y lo socavan desde sus más profundos cimientos.

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