Se viene produciendo, de un tiempo a esta parte, en áreas de la política y del espectáculo en general – el uso del lenguaje excesivo y estallante como un globo hinchado y a punto de estallar–. En una enorme transitividad de política preferente y de espectáculo igualmente preferente, como si se comunicaran ambas realidades por un tubo negro y elástico: la política se espectaculariza y el espectáculo de politiza. Todo correlativo.
Esa especie de lengua multiplicada que conocemos como hipérbole ha sido un recurso promocional fantástico para enfatizar “la mejor película de la historia”, “la canción más escuchada de todos los tiempos”, “el libro más leído del mundo”, “el político más competente”, “el mejor periodo de la historia”, “el programa de TV más seguido” o “el partido de futbol más emocionante desde que hay memoria”. Dicho lo cual, todo ello se va modulando en distintos momentos temporales que producen inflexiones diversas; de suerte que ese cénit de la disciplina –del asunto, del tema o de la cuestión– se viste de relatividad al observar que cada generación – cada ciclo histórico determinado– tiene sus propios mitos y sus propias medidas. Por lo que ese “lo más y mejor” oscila y cambia al compás de los tiempos. Pura relatividad. Puro cambio.
De lo que deduce que en todo ello –en esas formulaciones aumentativas y admirativas– se sitúa la puesta en valor del hablante y su carácter autorreferencial. No se sabe si ejecuta esa hipérbole del lenguaje, con afán desmedido de situarse el hablante en el centro de la historia, o con la pretensión de aumentar y recrecer todo lo que –el repetido– hablante anterior deja de testimonio de su paso por el cargo, la sindicatura, el ejercicio del cargo, la canción, el verso o lo que se quiera imaginar. De tal suerte que esa figura del lenguaje conocida como hipérbole –como recurso estilístico literario que consiste en la exageración de cantidades, cualidades y características– precisa el acompañamiento de lo aumentativo, por si no quedara clara la pretensión multiplicadora que linda el territorio del pleonasmo. Y a veces, del anacoluto.
Viene todo a ello a cuento, referido a expresiones de los últimos tiempos tenidas igualmente como lenguas hiperbólicas. Como la vertida por el ínclito ¿actor o showman? Boris Izaguirre –personaje massmediático sin ambages, el mismo pura hipérbole– que denomina como “evento histórico” al huracán Tamara. En alusión a los problemas prematrimoniales y otras hierbas ardientes, de Tamara Falcó, conocida celebritie y pura hipérbole del tremendismo del famoseo televisivo y radiofónico.
Más cerca de todos nosotros y más cerca de la tierra se ha producido la declaración testimonio de la concejala de Urbanismo de Ciudad Real, Raquel Torralbo. Quien el Pleno Municipal del 29 septiembre ha celebrado –con un optimismo histórico exagerado y desproporcionado– que llegue a término un procedimiento urbanístico anquilosado y entumecido. Pese a su elementalidad conceptual y su escasa complejidad. Que, reconoce enternecedora, “no ha sido fácil”, y que pondrá fin a un problema que lleva veinte años sin solucionarse. Obsérvese la excepcionalidad aportada por la hablante como sujeto histórico, al introducir la dificultad y la larga temporalidad. Todo ello, para enfatizar la importancia de “mi persona” –como definió el Presidente de gobierno, Pedro Sánchez–. Cuando, al mismo tiempo señalaba y marcaba, no la dificultad del asunto sino la inoperancia municipal, sostenida en ese largo intervalo de tiempo. Lanzando barro sobre la carroza de plata inmaculada de la gestión municipal en esos 20 años.
Todo referido –todo el problema resuelto por la persona de Torralbo– al entorno de la Plaza Mayor [que] se estaba deteriorando, sin posibilidad de rehabilitación, y [que] acumula solares en los que no se podía construir, por mor de la definición de la Unidad de Ejecución del vigente (¿…?) PGOU. Un muerto viviente, por la misma desidia municipal que dilata procedimientos y empantana soluciones evidentes. Por ello, remataba la faena en clave de excepcionalidad histórica, ya que ese Pleno se trataba de “un día histórico, porque la Plaza Mayor va a ser otra”. “Se trataba de desactivar la unidad de actuación que estaba en vigor y que era imposible llevarla a cabo, y se ha conseguido con valentía, con una intervención necesaria”. Todo ello, más allá de la hipérbole aumentativa, subraya la proximidad de la contienda electoral y desarrolla los fundamentos de ese neolenguaje expansivo –ya desplegado por la exalcaldesa y candidata del PSOE, Pilar Zamora, que utiliza tales recursos con frecuencia excesiva–.
Lo más sorprendente es que en ese mismo Pleno municipal se aprobara la moción del grupo de Unidas Podemos relativa a “la prohibición del empleo de ciudadanos con enanismo en espectáculos”. La referida moción podría ampliarse a la limitación del empleo del enanismo lingüístico en todo tipo de espectáculos. Incluso en los Plenos municipales.
La propuesta se ha aprobado tras aceptar el grupo proponente una enmienda transaccional del concejal de Cultura que modificaba la redacción de uno de los puntos. Así, el Ayuntamiento de Ciudad Real se compromete a no contratar espectáculos “que denigren y/o humillen a personas con enanismo”.
El enanismo lingüístico en política es un ejercicio deliberado (si fuera inconsciente hasta tendría un pase) de seguidismo al líder. Se produce por emulación. Si Sánchez define cualquier asunto trivial como histórico, y lo mismo el presidente de la Comunidad o la Diputación, los subalternos sucesivos de la política lo harán con más ahínco. Para descojone general y poner en evidencia que los políticos son lo que son, como no puede ser de otra manera, tal y como ellos mismos dicen y repiten hasta el vómito.