Sin que sea el final de nada, toca despedirse.
Toca despedirse de esta serie estival que ha resultado, finalmente, más pesarosa que jovial.
Y es que lo previsto –como los árboles– también se tuerce.
Despedirse y anticiparse de lo que viene y a lo que viene.
En lo que viene a ser una insólita Cuesta de septiembre.
Que va a dejar empequeñecida a la más tradicional Cuesta de enero.
Cuesta por cuesta, que me quede como estoy, aunque sea a oscuras.
¡No más empinadas!
Ni topes ibéricos.
Antes, la carestía y las dificultades de la empinada provenían del precio del mazapán y de los excesos alimenticios y ornamenticios de la Pascua.
Ahora las razones de la cuesta vienen dictadas por el precio de la electricidad –hoy se nos informa que el precio medio del megavatio de agosto ha sido el más alto de toda la historia–.
Mañana podrá ser superado, con toda seguridad.
Y todos conformes e impasibles.
Incluso los gobernantes, que siguen vendiendo humo.
Humo, aunque sea más caro cada vez que prometen una bajada de la tarifa.
Quizás la culpa sea sostenida por lo afirmado por Macron, presidente de República francesa, que avisa del final de la abundancia.
Y por ello, del cambio de ciclo.
¡Menudo ciclo llevamos!
Con la pandemia, la guerra de Ucrania, la crisis energética, la sequía, los incendios, la devastación económica.
Que él, Macron, barrunta el cambio de ciclo y el final del tramo ancho de la vida, por la crisis energética –gasística, eléctrica y de hidrocarburos–, por la extenuante sequía –que desabastece caudales urbanos e industriales y dificulta la energía hidroeléctrica.
También la voracidad del fuego rural y la voracidad inflacionista del IPC.
Unos nuevos jinetes de la Apocalipsis.
El primero de ellos tiene que ver con el ‘increíble aumento del coste de la vida’.
Que por raro que parezca es una película de 1976, del desaparecido Ricardo Franco.
Y que ya contaba con un elemento de anticipación.
Por más que en esos años –que acabaron propiciando los Pactos de la Moncloa–, la inflación era de dos dígitos.
Como ahora.
Con la salvedad de la tutela de la Unión Europea.
Otra declarada inflación, resulta de haber atravesado el verano más caluroso en 110 años.
Basta contemplar los registros de temperaturas para acordar la severidad de la crisis climática.
Y seguimos añorando templanza y lluvia.
Luego la inflación de los incendios.
Que totalizarán al final de la campaña cerca de 300.000 hectáreas calcinadas.
Cantidad equivalente a lo quemado en los últimos cuatro años.
Para que digan luego la política forestal activa.
Con cada vez más biomasa disponible para entrar en combustión.
Y la otra inflación sobrecogedora es la de la sequía.
Con déficits de agua nunca vistos.
¿Será posible la vida en estas condiciones?
Lo iremos viendo.
Si lo vemos.
Cuando Manolo Macron y otras hierbas vaticinan el fin de la abundancia lo que quieren decir es que seguirán en la abundancia- corregida y aumentada- los de siempre y que, también los de siempre, continuaremos con el forro polar en el interior de las viviendas , en invierno, y con el abanico en verano. Que , verano tras verano, dejaremos de llenar la piscina que no tenemos y dejaremos de ir a la playa a la que nunca hemos ido. A no ser que D. Manolito pretenda que dejemos de tirar de la cadena cuando hacemos aguas menores y deposiciones. Pero , claro, alguno me dirá que esto que digo es populista, bolivariano y comunista.