Cuaderno de verano: Última hoja

Manuel Valero.- ¿Alguien recuerda las canciones del verano de los últimos veranos? Yo no. Y eso que era una liturgia social apenas se dejaba ver junio en el almanaque. Aun con los restos de este último estío adheridos a la piel, cuyo informe haría temblar a los más optimistas, nos hemos olvidado de que la estación más jaranera que nos regala el planeta en su paseo solar, nos obsequiaba también, mucho tiempo ha, canciones intrascendentes con una melodía tan pegadiza como el plomo del señor Lorenzo. Y no solo eso. El verano ha inspirado a escritores y músicos que han dejado páginas indelebles en sus respectivas artes. Desde el poemario El bello verano de Cesare Pavese, El verano de Albert Camus, a El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, Muerte en Venecia de Thomas Man sin olvidar la obra clásica por antonomasia, Sueño de una noche de Verano de William Shakespeare. Hay muchas más pero son las que me vienen al asalto a la memoria. Como los lienzos de Monet o de Eduard Hopper, el pintor de las soledades a plena luz en el desasosegante aislamiento de sus personajes en el interior de un bar, una habitación de hotel, una gasolinera o sentados junto a una caseta de playa frente al océano. Vean los Sorolla. Verano puro. Y azul. Y escuchen a Vivaldi, de partitura eterna ligada al verano.

Pero también dio el verano a partir de los sesenta y hasta finales de los noventa – o primeros del tercer milenio- temas bailables y muy cantábiles que se adueñaban a todas horas de la radio, las verbenas y las fiesta populares de toda la geografía patria. Eran como la banda sonora de esa estación que siempre se añora cuando se agolpan los años. No sé si los compañeros de la radio y expertos musicales coincidirán con ello pero si me preguntaran cual es la canción del verano por excelencia diría que Un rayo de sol de Los Diablos, con permiso de Los del Río y su internacional Macarena, que generó los mismos royalties que El concierto de Aranjuez  de Joaquín Rodrigo, y de Las Ketchup con su tema metalingüístico Aserejé sin olvidar a la Eva María de Formula  V y al más pertinaz de todos ellos, Georgie Dann. Hay muchas más pero son estas las que me han venido al asalto de la memoria.

El verano no estaba completo sin su canción, fenómeno ibérico como el jamón, y sin la melodía obligada que hacía saltar de la silla al personal apenas sonaba por los altavoces. En un contexto de vagancia, asueto, libres de obligaciones y con la juventud en un puño, la canción del verano venía a corroborar el sortilegio de la vida. Las había tristes como la de Fuiste mía un verano de Leonardo Favio pero las más eran joviales, descomprometidas, alegres, canciones que eran fácilmente identificadas con la torridez, la siesta, el baño, la sandía, las mañanas luminosas y las noches estrelladas con aroma de pericones, el alumbramiento fugaz de las luciérnagas y la quietud de la salamandra sorprendida por una bombilla. Tan adheridas estaban las canciones del verano al verano que no había alberca que se preciase llena de chiquillos que arrancaban el eterno y escurridizo verdín con sus juegos infantiles, mientras en un transistor del tamaño de una cartera de ministro sonaba aquello de :

Y quiero ser parte tuya

Dentro de ti siempre estar…

Que si se lee ahora no es tan simplona la letra y uno se asombra de las vueltas que tenían que dar los intérpretes para salvar la censura. ¿Pues qué otra significa esos versos aparentemente inocuos?  Pues exactamente eso, lo que estás pensando. Dentro de tí siempre estaaaaaar. Y así.

Porque el verano era el despertar a muchas cosas, a las primeras delicias y lo primeros bofetones de la vida.

Luego llegaron, creo, la Salomé de Chayanne y la María de Ricky Martin y las absolutamente colonizadoras de ambientes: la Macarena y el Aserejé.

Mira lo que se avecina
A la vuelta de la esquina
Viene Diego rumbeando
Con la luna en las pupilas
Y su traje agua marina
Van restos de contrabando

Que si se lee detenidamente tiene un saborcillo lorquiano el párrafo de marras. Y así hasta 2006 creo recordar en que la última canción del verano llegó como un vómito rural hasta los estudios de todas las radiofórmulas con un texto directo y abrupto, sin detenerse en academicismos, ni en prejuicios bien parlantes:

Opá, yo viazé un corrá
pa echá gallina y pa echá minino.
Opá, yo viazé un corrá
pa echá perdice y echá pajarillo.

Me emociona tanto candor e inocencia, sobre todo si escuchas el tema de El Koala en las postrimerías de un verano horrible y en las vísperas de un otoño que acude a la cita anual con ansia viva.

Ha sido un placer.

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2 COMENTARIOS

  1. El placer ha sido nuestro, Valero, por lo menos de los que te seguimos y admiramos. La genialidad de un escritor está , entre otras virtudes o cualidades, en que el lector se vea reflejado en el relato, en que vea que esos también son sus pensamientos, sensaciones y percepciones, pero que es incapaz de expresar con tanta maestría , con tanta fluidez… por eso escribir es un arte, escribir bien, claro. Que te vaya bonito.

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