Es cierto que la reacción ante el fuego fue inexistente durante las primeras horas de aquel julio horrible de 2005 , momento crítico para evitar su propagación y la tragedia, que no se contaban con los medios necesarios para afrontarlo, que tal vez hubo una cierta negligencia, producto de un exceso de confianza, que el operativo cuando se activó ya era demasiado tarde y que la comisión de investigación de un incendio que también se cobró el cargo político de la consejera Rosario Arévalo fue un cúmulo de despropósitos, pero también es cierto que los montes de la región eran -¿lo son?- una bomba durmiente alimentada por el descuido y la acumulación de broza en vaguadas, barrancos y cortafuegos debido a la inercia de atender los montes a año parcial cuando precisan de todo el año y la carencia de una ordenación –como el urbanismo- consecuente y responsable que contemple los montes como algo más que la fábrica de madera franquista que fueron. Y que se sepa, el PP regional nunca levantó la voz con propuestas para hacer los montes más seguros. Sólo lo hizo después de la tragedia y cayó en la tentación de sumarla a los frentes contra el presidente José María Barreda.
Ahora hay un proceso en curso. Lo mejor que podría hacer el PP es dejar de soplar sobre los rescoldos y que la justicia actúe en consecuencia. Un silencio prudente ante un caso tan doloroso como el de la Riba, una espera paciente y sin alharacas a la conclusión final de los jueces, daría al PP una imagen más políticamente humana que el rosario de ruedas de prensa que organiza casi a diario con el fin de hacer creer que fue Barreda el que prendió la cerilla de la barbacoa, o casi.
El incendio de Guadalajara es un baldón para la Administración que le tocó en (mala) suerte gestionar, y un calvario para muchos, sobre todo si se revisan las declaraciones, algunas estrambóticas, de la comisión de investigación más dispuesta a distraer y confundir que a concluir como corresponde a toda comisión de investigación dependiente.
La mera existencia de barbacoas permitidas en todas las zonas campestres y montaraces de ocio de la comunidad tomadas por los domingueros de la chuleta, ajenos a la peligrosa torridez del verano, ya es una toda temeridad administrativa, un detalle de todo lo demás, porque el detalle es la viga maestra de las cosas. A partir de que las llamas se extendieron empezó la descoordinación, la incompetencia, el roce entre autonomías y la evidencia de que no se supo gestionar en un principio, ni se pudo, después, y la terca realidad que descubre la insolvencia de las autonomías ante desastres de cierta magnitud incapaces de enfrentarlo sin el concurso del Estado.
Pero una vez extinguidas las llamas, el incendio se ha convertido en uno de los capítulos más descarnadamente utilizados para fines políticos por la voracidad regional de los populares de Cospedal. Y eso habiendo muertos de por medio es una gravísima irresponsabilidad. La Junta ya tiene lo suyo a la espera del veredicto final. Mejor haría el PP en apaciguar, distanciarse y eliminar la tragedia de la agenda política y opositar con un poco más de humanidad, aunque sea fingida.