Mantenía Antonio Muñoz Molina el pasado día 16, en el suplemento BABELIA, un texto polimorfo y enigmático.
Tan polimorfo, como para llamarlo Invierno en verano.
Y tan enigmático como para expresar la huella del frio en plena canícula.
Una imposibilidad o un oxímoron, por eso del conflicto y de la oposición de extremos.
Salvo que estemos en el hemisferio sur y se pueda simultanear el frío con el verano.
Que ya se sabe que esa es la condición del verano austral.
Si hemos hablado ya en otra ocasión del General invierno -siguiendo a Napoleón Bonaparte-, tendremos que empezar a hablar del Coronel verano.
Que puede que no tenga quien le escriba.
AMM contrapone la sensación del frío del Circulo de Bellas Artes al visitar una exposición, con el recalentado exterior del verano madrileño.
Recalentado exterior que puede hacerse extensivo a cientos de plazas y lugares.
Todo ello en un verano que nos asola con la segunda ola de calor del año.
Ola maléfica e imperial que ya ha batido récords de temperatura en sitios diversos, tan lejanos como Huesca y León.
Y por ello, volvemos al debate del cambio climático y del calentamiento global.
No solo el incremento de la temperatura del aire, también del agua del Mediterráneo.
Que ha pasado a considerarse ya como Mar tropical.
Y que refleja los cambios en curso.
Que algunos aventuran y otros temen.
Más calor, menos recursos hidráulicos, energía más escasa.
La otra dimensión del Frío del verano, por raro que pueda parecer la contraposición, es el numero de incendios que se han producido.
Destruyendo masa forestal y evidenciando las carencias de las políticas de montes y espacios rurales.
Y que han arrasado mas de 120.000 hectáreas en apenas tres semanas.
Destruyendo economías rurales y alterando el paisaje de forma crucial.
Azotes de fuego en Zamora, en Cáceres, Salamanca y Ciudad Real.
Y pocas valoraciones del gobierno central sobre el desajuste forestal.
Un señor con inmensidad de pelos en su cara, menos en su lengua.