“Comienzas a tener ‘una cierta edad’ cuando caes en la cuenta de que un día más es, irrevocablemente, un día menos”. Marcos Ordoñez.
En el libro de memorias de Marcos Ordoñez –desaparecido recientemente sin una explicación cabal de las páginas teatrales del semanario Babelia y autor de un obra tan singular como Un paseo por el Rialto (1994) que son unas Memorias literarias– ‘Un jardín abandonado por los pájaros’, surge repetida y curiosamente el nombre de Carlos Vázquez Úbeda, el conocido pintor ciudadrealeño, instalado en Barcelona desde 1896 hasta su muerte en 1944. Una muerte que Ordóñez relata así: “Vázquez murió allí [en su estudio de Rambla de Cataluña] de una embolia. Estaba pintando y se quedó seco como un pajarito en agosto del 44 y el estudio se cerró. Matildita le dijo a mi abuela que se llevara lo que quisiera. Mi abuela eligió el jarro japonés y unos balancines modernistas, que mi abuelo serró y echó a la cocina económica en el invierno del 47, el invierno más frío desde la guerra”. Las citas de Vázquez aparecen –según tengo anotado en mi ejemplar– en las páginas 43, 75, 113, 114 y 115 como una especie de viejo fantasma del pasado que vuelve a casa de Ordóñez. Es esa tentación del regreso, descrita por el mismo Ordóñez al hablar de sus dietarios como el ejercicio de “sujetar lo que escapa del paso de los días”.
Merced a su matrimonio con Matilde Garriga Corona, Carlos Vázquez llega a conectar con la abuela de Ordoñez, Antonia Caus Torras, que ejercía como peluquera y peinadora de ‘la Vázquez’ como la denomina el memorialista en algún pasaje. De ese matrimonio da cuenta del detalle del apadrinamiento del pintor Sorolla y del accidente, de regreso del viaje de bodas, que deja a Matilde Garriga invalida de por vida. Más aún, a partir de esos vínculos con Antonia Caus, llega a conocer a Raquel Meller con quien Vázquez sostenía no sólo relaciones de vecindario y de amistad, sino que fue también su modelo, posando en varias ocasiones. Incluso, fue ella, por otra parte, su ángel salvador a finales de 1937, al prestarle a la familia Vázquez-Garriga, el auxilio del escape de su casa francesa, de Villefranche-sur-Mer.
En enero de ese mismo año de 1937, los Vázquez, que se habían embarcado en el barco francés Emerite, con rumbo a Marsella huyendo de la fronda revolucionaria que desata la Guerra civil en Barcelona. Fronda que motiva diferentes registros en su estudio de la Rambla de Cataluña y un posterior saqueo, según cuenta Joaquín de la Puente en la publicación de 1990. Embarcados en el paquebote francés, los Vázquez ven truncados sus propósitos viajeros al ser reconocido el pintor por alguno de los vigilantes del puerto. Carlos Vázquez, monárquico de pro declarado, retratista de Alfonso XIII y aún carlista con nombramiento de Carlos de Borbón, como pintor de cámara en 1898, es identificado y detenido a bordo del paquebote antes de su salida del puerto barcelonés ‘como un peligroso faccioso’. Siendo salvado de un más que probable fusilamiento, por el capitán del barco; quien al ver en la solapa de la chaqueta del pintor Vázquez el ‘Botón Rojo’ de la Legión de Honor –distinción otorgada por la República Francesa en 1929, un profético 18 de julio, como anticipo de su salvación posterior–, propone y consigue del Comité Revolucionario que custodia el barco-prisión, qué le dejen partir hacia Francia a cambio del algo que desconocemos. Logra, por tanto, un pasaporte de tránsito para Francia, viajando primero a Marsella, y después, desde Marsella, llega a la casa de Raquel Meller en Villefranche-sur-Mer en compañía de su mujer –que padece invalidez desde 1925, el año del matrimonio– y de su hija Matildita, como la cita Ordóñez. Donde permanecerá la familia, hasta el 7 de enero de 1938. Unas Navidades desdichadas y tristes las de ese 1937, pese a la vista marina, al vuelo leve de las gaviota y a la suavidad del clima. Circunstancias todas ellas, que prolongan las dificultades de movimiento del grupo familiar en ese raro exilio del sur francés. En esos días posnavideños, cruzan la frontera franco-española por Hendaya, y realizan una parada en San Sebastián. Los Vázquez tras la cata donostiarra, se trasladan finalmente a la meridional Sevilla, como plaza más segura y más templada. Aquí residen en los hotelitos del barrio de Heliópolis, al sur de la ciudad del Guadalquivir. Hotelitos construidos con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929, donde se acomodan los Vázquez hasta el final de la guerra civil en un rara provisionalidad. Hotelitos del llamado Sector Sur que componen un entramado de calles ortogonales arboladas con naranjos y con nombres de ciudades y países sudamericanos, en una rara metafísica del Sur: Lima, Ecuador, Honduras, Venezuela y Paraguay. Y donde es posible que Carlos Vázquez, merced a la amplitud de las viviendas –llegaban a contar con dos plantas principales, azotea con terraza-lavadero muy luminosa, y una parcela ajardinada más que aceptable– simultaneara vivienda familiar y el estudio de pintor. Retomando el pulso de la actividad aparcada desde la salida accidentada de Barcelona en 1937.
Semanas después de la salida de los Vázquez de Villefranche-sur-Mer, el 16 de marzo, tiene lugar el bombardeo de Barcelona, por parte de los Savoia Marchetti S-79 de la Aviazione Legionaria, comandada por el general italiano Velardi; bombardeo que se salda con las lesiones en Antonia Caus Torras, que la llevan a perder el brazo derecho, como cuenta, nuevamente, Ordoñez en su texto citado.
Un año más tarde de ese bombardeo civil, en Sevilla, en un gesto raro y poco conocido –Marcos Ordoñez, si lo recupera y así lo señala–, Carlos Vázquez realiza una exaltación pictórica del Virrey del Sur, Gonzalo Queipo de Llano –“un borracho y un bandarra que mandaba mucho” dice Ordoñez–, quizás como agradecimiento a la acogida dispensada y al trato otorgado, como puede desprenderse del contenido de la muestra. Un ensamblaje de la batalla mixtificada y de la propaganda trucada, como fuera el tríptico ‘Sevilla 18 de julio de 1936’, que se exhibe y se muestra en el mes de marzo de 1939, el día 4, en los salones de Los Certales de la calle Rioja número 14. Un tríptico que es desmenuzado críticamente por el diario monárquico ABC de Sevilla del 5 de marzo. “Hay una visión trágica de la Sevilla que el general Queipo de Llano vino a encerrar en su cubil, Sevilla esclavizada por el hampa y sojuzgada por el crimen y la delincuencia. En el lienzo de la izquierda aparece la Sevilla luminosa, fecunda, radiante y constructiva que el general Queipo de Llano logró hacer primero con la sencilla, pero sublime, actitud de salvarla y después con una gestión singularmente certera y abnegada. En esta parte del tríptico se admira una bella figura de mujer, que extiende su brazo en alto con el saludo cesáreo a la nueva España…”. Aunque eso, la prevalencia de las ondas radiofónicas de Queipo, no se cuente ni se exponga en el tríptico pictórico de Carlos Vázquez ‘Sevilla 18 de julio de 1936’. Un tríptico pictórico que elabora en abierta exaltación y homenaje de Queipo el sublevado, aunque se le presente como ‘el invicto y benemérito reconquistador de Sevilla’. Un Queipo de Llano, en la tabla central del tríptico, pasando revista en compañía de su ayudante, López Guerrero, en el cuartel Soria; y flanqueado por dos mujeres, en las tablas laterales, que quieren ser y representar la Vieja España de la ‘chusma republicana’ y la Nueva España, blanca, resplandeciente y virginal, saludando triunfal a la romana.
Un homenaje pictórico postrero al ‘benemérito reconquistador de Sevilla’; que llega tarde y a destiempo, cosa que no habría ocurrido con la inmediata fluidez de las ondas radiofónicas desplegadas en los momentos iniciales del hirviente julio de 1936. Un homenaje pictórico de Carlos Vázquez al cuestionado, a estas alturas finales de la guerra, Queipo de Llano, el Virrey del Sur en palabras del novelista Manuel Barrios. Un Queipo que barrunta su apartamiento y se visualiza su alejamiento de la almendra del poder militar al que aspiró desde el inicio de la sublevación. Y que, por todo ello, por toda esa secuencia del desplazamiento operado en clave de poder, fuerza al pintor a rectificar o a complementar la mirada. Y así, producirá un balsámico retrato raro de Franco, por encargo de la Diputación Provincial de Ciudad Real, su tierra natal. Más aún, es visible esa rareza o esa extrañeza en el retrato de Francisco Franco de 1939 que trazara Carlos Vázquez, si se lo comparara con el que elaboraría Zuloaga al año siguiente. Si el gesto de éste, es el del Caudillo zuloaguesco, provisto del aplomo apuesto de la Milicia y ataviado con el uniforme de Falange Española: camisa azul con bordado en el pecho, boina roja, botas lustrosas de caballería y el abrazo sinuoso de la bandera bicolor que le recorre el cuerpo ceñido de oficial patriota; la visión que arroja Carlos Vázquez, es bien contraria. Es la imagen de un Franco agotado tras la batalla y aún dubitativo del futuro: los brazos caídos y pesados, sujetando boina roja la mano derecha y guantes blancos la izquierda; un Franco que ladea la cabeza y que prolonga una extraña mirada al retratista; un Franco de apariencia cansada, aún tan pronto como en 1939. Contrasta, por otra parte, esa pesadez del gesto y de los ademanes del Caudillo Franco, con la fluidez –como la de las ondas radiofónicas– del Queipo de Llano del mismo Carlos Vázquez, en la pieza de ‘Sevilla 18 de julio de 1936’ que se mostró en los sevillanos salones de Los Certales en marzo de 1939.
Junto al tríptico, Carlos Vázquez, de quien el día previo a la inauguración el mismo medio había enunciado: “No es necesario para el público selecto y de fina educación artística, hacer ahora su semblanza, veterano pintor con un historial lleno de laureles y de triunfos. Pero la revolución que ha padecido España en estos últimos años hace que estas grandes figuras del arte hayan aparecido borrosas en la tragedia, porque ellas fueron unas de las primeras víctimas de le beocia republicana que relegó a término de ruinas a los mejores valores de la intelectualidad, de la literatura y del arte”; expone una galería de retratos diversos. Retratos de Queipo (“Prodigioso acierto en el género y el mejor que iconográficamente hemos visto acerca del invicto general”); de su hija Maruja Queipo de Llano y Martí; un números grupo de mujeres en oleo y en pastel (“que confirman la maestría y la autoridad alcanzada por Vázquez, en este estilo de pintura colorista, muy española y muy llena de insinuante sensualidades”); cerrando la muestra, la pieza “Un cuadro alusivo al asesinato del inmortal protomártir de la Cruzada, Calvo Sotelo, cuadro en el que Vázquez ha puesto toda la impresión dantesca de aquel momento histórico del crimen de Estado”). Asesinato de Calvo Sotelo, que, en otras páginas del texto de Ordóñez, descubrimos que fue su padre, policía en activo en esos momentos de 1936 en Madrid, el primero en identificar al dirigente asesinado, llevado a dependencias policiales, como ‘un sereno abatido’.
El tríptico glorioso, sería finalmente, adquirido por el Ayuntamiento hispalense, como reconocimiento a ‘Su Libertador’ o también como dice y repite el monárquico ABC sevillano a ‘Su invicto y benemérito’. Cuando bien sabemos que, en esos instantes iniciales de la sublevación de Queipo, en julio de 1936 junto a su ayudante, el ciudadrealeño Comandante López Guerrero y Portocarrero, el pintor Carlos Vázquez no se encuentra en la Sevilla del Alzamiento sino en la Barcelona de su residencia, a punto de embarcarse y de jugarse el cuello en el paquebote Emerite.
Y pese a ello, al igual que Zuloaga con el Toledo en llamas, imagina y pinta para la leyenda las andanzas iniciales de Queipo de Llano por lo que imagina o por lo que le contaron en charlas y tertulias, nunca por lo que vio. Un homenaje pictórico tardío de Carlos Vázquez al cuestionado, a esas alturas finales de la contienda, Queipo de Llano que pudo costarle tan caro como el pasaje del Emerite en 1936.
Unos meses más tarde de la muestra de Los Certales, en 1940, apareció en editorial Ramón Sopena una edición actualizada de ‘El Quijote’, que contó con la colaboración de Vázquez, con 46 fotografías y 6 cuadros; junto a otros 50 dibujos y una lámina litográfica de Luís Palao. Edición que, probablemente, en su aspecto gráfico bebía de la edición llamada por Sopena ‘Del Centenario’ y aparecida en 1915. Edición que fuera ilustrada por Daniel Urrabieta Vierge. Trabajo éste de ilustración y documentación, que se había cimentado en el viaje sostenido en 1896. Viaje en el que Vázquez acompañó al ilustrador por tierras de la Mancha. Un viaje de mes y medio de duración por Argamasilla de Alba, los batanes de Ruidera, el Campo de Montiel, Villanueva de los Infantes, Santa Elena, Sierra Morena, Valdepeñas, Venta de Cárdenas, Alcázar de San Juan, Campo de Criptana, Almodóvar del Campo, Tirteafuera y el Toboso. De todo lo cual escribe Vázquez: “por estos caminos y pueblos que recorrimos, encontramos tipos que nos recordaban constantemente los personajes del libro, per de ellos el que más abundaba era el de Sancho Panza”. Creyendo, ambos, Vázquez y Urrabieta, contemplar intactos “los mismos parajes donde el genio de la literatura puso su escenario”; “un sueño aquel viaje, un sueño vivido en la realidad”, [lleno] “de molestias, pues entonces no había cruzado aún ningún neumático aquellas polvorientas carreteras”.
Las dudas son si algunas de las fotos, publicadas en la edición de 1940, que coinciden al detalle con los lugares del viaje de 1896, fueron capturadas en el año inmediatamente anterior y tan confuso para su propia vida como fuera 1939; es decir, en el año caliente de la Guerra Civil en el que aún Vázquez permanecía en Sevilla, pintando a Queipo o provienen de un pasado polvoriento de finales del XIX.
No solo usted. A alguno más también nos sorprendió la desaparición de Marcos Ordóñez de la página teatral de El País. Pese a que en sus últimas reseñas parecía estar más pendiente de mirar su propio ombligo que al escenario , es innegable que firmó memorables reseñas de las puestas en los teatros madrileños y barceloneses, principalmente. Para recordar, por ejemplo, la que dedicó a la inmensa actriz argentina Norma Aleandro, a quien calificó como más grande que la vida. Con un gran olfato y mejor paladar para distinguir el trigo de la paja, o sea, los excelsos , buenos y regulares montajes e intérpretes.
Y qué decir del diario mencionado. Porque Ordóñez no es la única ausencia. A él hay que sumar un puñado de notables plumas que se han ido quitando año tras año. Quedan , eso sí, el Nobel , el filósofo y el vástago de Julián Marías. Cotillas y faltones y funcionarizados.Un asco. Tanto , que una ya solo se asoma a ese diario muy de cuando en cuando . Para leer a Jorge Valdano, Marta Sanz , Millás…
Lamento no conocer al pintor protagonista de su artículo. Hago propósito de enmienda. Gracias.
Carmen, sepa usted que Marcos Ordóñez ha recogido este artículo, lo cual agradezco. Como se puede apreciar en su muro de Facebook que recoge el enlace. Por tanto, si quisiera podría aclarar las razones de su desaparición de Babelia . Que, por otra parte, esas desapariciones no informadas al lector, son una constante del diario independiente desde su fundación. Desde la lejana del dibujante Máximo a las más recientes de Ignacio Echeverría o Andrés Trapiello.
Probablemente la vida de Carlos Vázquez, sus idas y venidas, su carácter mundano, la extraña simbiosis que forjó con la burguesía catalana años veinte, sea más interesante y entretenida que su pintura, especialmente esta última que relata el artículo, puesta al servicio de los recién sublevados, guerra y posguerra, hasta dejar el mundo de los vivos. Está por desarrollar un estudio crítico sobre la figura humana y artística de Carlos Vázquez. Me temo que no saldría bien parado más allá de su talento como fino cartelista para Blanco y Negro.
Y es que Carlos Vázquez fue no solo arte……