¡Tirador abatido!, repito, ¡tirador abatido!

Unos segundos antes, un último niño, que ya no volverá entre los brazos de sus padres, caía muerto y sin vida a pies de su verdugo. Privado de reír y jugar, apartado de sus sueños e ilusiones, juzgado por las acciones cometidas por otros.

Cuando los primeros disparos se atropellaron en el vestíbulo de entrada, parecían las pisadas de un dinosaurio. Estallaban y retumbaban como cuando se rompe la barrera del sonido, intensos y macabros. Las aulas se quedaron mudas. Los pequeños se volvieron para localizar la procedencia de tales estruendos. Ajenos a que serían sus últimas caras de asombro, tan geniales y fantásticas; idénticas a cuando corrían en un pillapilla en pleno patio del cole. La tormenta perfecta se abalanzaba sobre su mundo, sin piedad. Los habían elegido para ahogar tristezas y frustraciones, sin medir las consecuencias. ¡Cruel forma de trastocar el destino!

No sé en qué parte de la historia el argumento fue inventado por un ser humano. No entiendo en qué corazón se pueden apagar los sentimientos para actuar de ese modo. No alcanzo a comprender en qué acontecimientos inmediatos esa era la solución, la muerte de inocentes. Cómo alguien de esa edad ve la solución a sus problemas con un arma en sus manos, apretando el gatillo para dejar sin aliento a criaturas de tan corta edad. Se me estremece cada parte de mi interior. No encuentro respuestas. Y no llegó a saber por qué para él sí tenía sentido la muerte de esos chicos.

Observo las fotografías y solo siento rabia, impotencia y desilusión. Sé que no podemos parar algunas de las cosas que suceden. Accidentes y errores son parte de nuestra existencia. Equivocaciones y fallos se acumulan a lo largo de los días, pero qué te lleva hasta el límite para desconectar de la realidad de esa forma, sin percatarte de quienes serán tus víctimas. ¡No entiendo nada!

Podemos echar la culpa a las armas, y comprendo el trasfondo de las dudas y ese sería otro tema para tratar. Pero no es más cierto que el problema viene de no haber educado correctamente a nuestra sociedad. De por qué un chaval de 18 años se plantea cómo única salida coger un rifle y abatir a todo lo que se le ponga por delante. De por qué un niño, no mucho mayor que los que ha sacrificado, idea una ejecución al azar. Con la sangre fría de ir a una tienda y equiparse para llevar a cabo su venganza personal, sin objetivos concretos.

Nos podría pasar a cualquiera. Una llamada, una noticia en el móvil que nos pusiese en alerta de una masacre en el colegio de nuestros hijos. Y ya hubiésemos llegado tarde, demasiado tarde. Al final siempre es lo mismo, se lloran en los presentes y se olvida en los futuros. Somos de acciones inmediatas, pero con la diferencia de que si nos ocurren a nosotros las cosas, entonces todo cambia, pues los presentes se hacen eternos y las heridas permanecen, quedándose día tras día. ¿Quién borra a un hijo o a una hija de la memoria?, ¡nadie!

No sé dónde está la solución. Ni siquiera me atrevo a dar consejos. Pero un adolescente de esa edad no debería de tener cómo única salida la muerte. En algún punto ese chico necesitó apoyo y se nos escapó, no lo vimos venir. En algún momento de la cadena de despropósitos, alguien debería haberle negado un arma, y con total seguridad, en un punto determinado, tú y yo, todos, debemos parar esta locura. Mirarnos a los ojos y protegernos de nuestros monstruos interiores, dejando una rendija a la comprensión y la empatía; olvidada por la velocidad a la que pretendemos vivir.

Estos niños, tan pequeños, han pagado por los errores de todos. Solo espero que mañana no sean solo un artículo más, o una reseña terrorífica de la que hablar, si no un momento de reflexión para que esto no vuelva a suceder.

Un sincero pésame para ellos, niños y docentes, que han visto cómo sus vidas han sido truncadas.


JYDC

Sin palabras mudas

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