Jesús Millán Muñoz.- No sé la respuesta múltiple a esta cuestión, quizás si seamos felices o al menos, agradable ante cien realidades de la vida, pero tenemos una, y, esa una de angustia, nos hace no ser felices.
En un artículo de Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999), titulado precisamente ¿Por qué no somos felices? del 06 del IX de 1964, trata de esta cuestión, intenta indagar y dialogar consigo mismo y con el mundo, intentando dilucidar algo de esta cuestión, en un artículo, al final, como los de la mayoría de mil palabras. Poca carne para un problema tan enorme.
Me he ido yo preguntando en estos meses, y, últimos años, que pasaría de Torrente Ballester, un escritor, importante, en su tiempo y en su época, y, como tantos pasando el purgatorio de los escritores. Al ser ya, yo, de la tercera edad, pues hemos ido pasando por distintas etapas, y en cada una de ellas, diríamos que existían, unas aureolas y oleadas de fama y notoriedad en los mundos de la cultura. Mientras existen, vivos y moviendo la lengua, disponen de un lugar, después, con la dejadez de proyectar sombra en este mundo, se van apagando sus reflejos. Es una pena. Porque estas personas, pueden todavía darnos luz.
Por consecuencia, lanzo una copa de vino manchego al horizonte y a las nubes, para que se busque un sistema, para que esos cientos de escritores e intelectuales y pensadores y artistas que tuvieron un lugar en este coso y plaza de toros y estadio de futbol, puedan tener y disponer de un lugar en cada generación. Nos guste su proyección ideológica más o menos. Debemos un sentido de justicia y equidad. Porque, por ejemplo, Torrente, ocupó su lugar en la cultura y en la interpretación de su época, además de vivir y existir, diríamos en la segunda mitad del siglo veinte, con una proyección en la interpretación del mundo…
Hablemos de la felicidad, en su artículo en un momento indica, que los grados de bienestar y felicidad, que en su época disponían, nunca se habían dado. Ciertamente, hoy, esta frase e idea y concepto, puede parecer contradictorio para los presentes. Que creemos, que todo en el pasado era malo y negativo y peor. Y, no somos conscientes, que los años 1964 eran mejores en nuestro terruño pentagonal mejor que en 1950, y se supone que en los ochenta mejor que en 1964, y, ahora, incluso con todas las heridas e incertidumbres y vulnerabilidades y desquiciamientos, mejor que en 1980.
El concepto de felicidad es enormemente complejo, para mi cultura, y, para mis conocimientos, y, para mi entendimiento. Toda la vida, he intentado abordarlo desde distintos puntos de vista, y toda la vida, he sentido que no soy capaz de llegar al meollo de la cuestión –recuerdo tener un suplemento de el periódico El País, que hizo sobre ese tema, e irse volviendo amarillo, a lo largo de los lustros, para recordarme tratar ese tema-. Pienso que todas las humanidades, explícita e implícitamente, intentan poner cerco a dicha cuestión… Toda la historia de la filosofía, toda la historia de las artes, toda la historia de las religiones y de la espiritualidad, toda la historia del saber humano, incluso, en muchos sentidos, las ciencias…
Toda la historia de la moral y de la ética, tiene como uno de sus fines, alcanzar la correcta adecuación del hombre, de cada uno, del grupo, del colectivo, de la sociedad para ese fin y con ese fin.
¿Cómo nos hacernos daño y mal a nosotros mismos? Quizás, no sea una pregunta tan grande como el de la felicidad, pero al menos, sería evitar errores, errores psicológicos y errores de conducta, errores morales, errores espirituales, errores conceptuales, errores de todo tipo, para al menos, si no alcanzar la felicidad, al menos, no caer en la infelicidad en algunos de los aspectos.
Hace unos meses, hablando con una profesora de religión, en un centro público, le preguntaba, si les enseñaban el concepto de pecados capitales, o errores morales graves, al alumnado (la pereza, envidia, vanidad-soberbia, la lujuria, la ira-cólera, la gula, la avaricia…), y, me indicó que no. Este es el problema, porque en una moral mínima, no solo hay que enseñar, dentro del orbe cristiano, los diez mandamientos, sino también, los pecados capitales, además del concepto de pecado mortal y no mortal.
En una óptica filosófica racional, digamos fuera del cristianismo, porque existen hombres que no aceptan ninguna religión, hay que enseñarles, la necesidad de los Derechos Humanos, como óptica y dimensión de actuación pública y colectiva y social y estatal y jurídica y, como ámbito de conducta personal. Diríamos los Derechos Humanos, como forma de moralidad racional filosófica universal, -individual, colectiva, social y estatal…-.
Puede que no haya hablado-dialogado-descrito la felicidad, pero sí, estructuras de realidades, que llevan a la infelicidad, componentes psicológicos y morales y, de otro tipo, que llevan a la infelicidad, de una persona y de una familia, de parte de la sociedad, y, en la medida se proyecta en el Estado.
Porque si alguien cae en el error de la gula, en la forma de ebriedad, pues cae en un error moral grave, a nivel psicológico, moral, espiritual y de salud, y, con consecuencias nefastas para su persona, para su familia, para su entorno laboral o estudiantil, para la sociedad, y, en la medida, también para el Estado. Bien haría usted, analizar los siete errores morales graves. Y, aunque sea ateo, el cristianismo, los ha desarrollado durante siglos. Se dará cuenta de los errores de estas conductas psicológicas y morales, las concepciones de un tipo o de otro, las consecuencias, las materializaciones…
Dirá, pensará y opinará usted, que no le ha hablado de la felicidad. Pienso personalmente que sí. Porque le estoy intentando expresar, ideas, que usted debe desarrollar y ampliar, para no caer en la infelicidad, en el dolor, el dolor del mal moral, con consecuencias en distintos campos psicológicos y morales y familiares y personales y de salud y económicos y para una familia y para sus descendientes…