La gripe puerca, no más, que titulaban los rotativos mexicanos. Todo se ofrece envuelto en alarmismo. Todo tiene que ser ahora descomunal para estar a la altura de las circunstancias. La globalización no entiende de minucias locales. Todo es global. La amenaza terrorista es global. La crisis económica es global. La gripe es global. La estupidez es global, un globo, dos globos, tres globos. Gloria Fuertes fue toda una visionaria. Antes, quien no salía en la tele no era nadie; hoy pinta menos que una mona quien pone su nombre en google y el buscador te da por ignoto. No existes, ¿quién eres? Ni puta. Una desolación. La globalización es el caldo ideal para los cinco minutos de gloria. Haces una tontería, la pones en You Tube y te ven hasta en Sausalito. Cualquier cosa con tal de sacar el pescuezo sobre la medianía. Medianía hay, más que ayer, pero la globalización permite convertirla en genialidad.
Los ordenadores que son como los mecheros de la globalización también se cogen sus gripes y hay virus que son capaces de dejar el disco duro como una breva. Todo se propaga y se propala con una velocidad vertiginosa, pero al tiempo también va creciendo una extraña sensación de virtualidad. Nada es como nos lo cuentan exactamente. Como si se nos quisiera entretener. Todo se aliña con la exageración, todo se dosifica y se manipula. Lo global resulta más asfixiante que la plácida existencia local de ayer mismo. No es darle la espalda al curso de los tiempos. O quizá, sí. Me desconcierta tanto vértigo. Ni siquiera me consuela que también se globaliza lo bueno. Todos aldeanos, vecinos en la virtualidad.
El friki globalizado ha sustituido al entrañable tonto del pueblo y la gran plaza pública de la red se ha convertido en un indomeñable territorio comanche. Y, sin embargo, nada como desaparecer, perderse en el campo y bañarse en pelotas en la primera charca. Y es que lo auténtico no es global, es total, que es igual pero no es lo mismo.