Tras la conversión de Abraham Senior y Meyr Melammed, este hecho trajo como consecuencia que ningún judío por poderoso que fuera pudiera quedar a salvo y exento de la ejecución del edicto de expulsión hasta sus últimas consecuencias. ¡Bien lo supo Isaac Abravanel que optó por mantenerse en su fe para marcharse, encaminándose hacia el reino de Nápoles, aunque su azarosa vida no estaría libre de diversos avatares a partir de entonces!
En aquella época Segovia se volvería más convulsa. Y sería por aquel tiempo en el que el anciano Samuel iría poco a poco empeorando en su salud, hasta que llegase el no deseado fallecimiento diez años después. Al año siguiente, 1503, la por entonces joven pareja se había convertido en unos adultos padres que tenían que controlar la fogosidad y los cambios constantes de los jóvenes ya creciditos que se hallaban a su cargo, su hijo y la hermosa joven con la que formaba pareja, aunque a pesar de su edad no habían contraído aún matrimonio. El tiempo pareció transcurrir en un suspiro sin apenas haberse planteado ambos tal coyuntura, repitiendo así la anómala situación de los progenitores del muchacho. Ella, Isabel, tras la defunción del anciano, se sentiría muy atormentada, pues ya no tenía un ancla donde sustentarse ni seguir aprendiendo las costumbres de sus antepasados judíos. No sólo mudaría su carácter por ello, llegando a adoptar las costumbres cristianas como propias, aunque con cierta nostalgia de sus orígenes. Sin embargo, la afabilidad y las buenas maneras de aquella niña que salió de Almazán acompañando a la singular familia, cambiaría radicalmente, convirtiéndose en una mozuela menos respetuosa, poco amante de las labores del hogar, de las que Cinta debía ocuparse más en profundidad ante las repetidas ausencias de aquella.
Además, a ello se sumaría que la Inquisición ejercería el control sobre la ciudad desde su instauración en 1485 y aquella muchacha debía mostrar su conversión total, renunciando a cualquier atisbo que muestre sus creencias mosaicas. A pesar de lo difícil de su genio, en esa tesitura estaría ayudada siempre por la mano de su mozo enamorado, al que conoció cuando era apenas una chiquilla. Sin embargo, como ella se había estado convirtiendo en una hermosa mujer, despertaría múltiples pasiones en más de uno de los muchachos de su edad que transitaban por las calles de Segovia, haciendo perder los nervios de su compañero de juegos de la infancia en más de una ocasión.
Una tarde de 1504, un mercader procedente de las tierras al sur del Tajo se encontró en la calle a la muchacha y le preguntó cómo podría encontrar a algún pañero entendido en el obraje de dichos tejidos, siendo concretamente el que buscaba un tal Pedro Buitrago.
-Discúlpeme joven, ¿cómo podría encontrar a alojamiento y a algún mercader de paños en esta ciudad?
-Buenas tardes, señor. Veo que no sois de aquí, y quizá, para resolver ambas preguntas, debierais acercaros a la casa que fuera de Abraham Seneor, o más bien a una de sus partes en las que ahora se fragmentó, pues así lo dispuso aquel que murió como Fernán Pérez Coronel. ¡Quizá allí le puedan indicar algo más sobre esa cuestión! –respondió cautelosa.
-Cierto es, pues vengo de tierras lejanas donde la fama de esta ciudad en el comercio de paños es de sobra conocida, y sobre el difunto y afamado judío convertido Abraham o Ferrán, mucha popularidad atesoró a lo largo de su vida para no conocer su nombre. Creo que ya pasaron más de diez años desde que falleciera, si no me equivoco, muchacha, más o menos.
-Así fue, señor. Por entonces era muy joven y acababa de llegar a esta ciudad. En aquel año de la expulsión de muchos judíos, para ser más exactos. Difíciles las circunstancias que acontecieron por entonces, aunque aún una debe sobrevivir con aquello que puede, a pesar de que ya tenga más responsabilidades.
-Entiendo, joven, que su vida debió ser muy azarosa, pero muchos como yo mismo vivimos aquellas incertidumbres al tener que afrontar tanto cuestiones personales como profesionales. Lo que usted experimenta en estos momentos, lo sufrí y lo sufro en grado sumo en mi persona desde aquel tiempo que me refiere. Pero, no querría entretenerla de sus quehaceres, ya que ya veo que lleva las manos demasiado ocupadas. Supongo que vendrá de algún mercado y deberá acercarse a su casa donde preparar la comida a su marido. Si no es molestia, ¿la podría acompañar? Y si lo es, quedo agradecido por su información y su agradable plática.
-¡Gracias, caballero! Si bien apenas me quedan unos pasos para alcanzar mi morada. No se preocupe usted, aunque siempre es de agradecer la cortesía que me brinda.
En ese preciso momento, ambos se despidieron, tras haber tomado direcciones diferentes.
-¡Ya estoy aquíii! –expresó con insistencia Isabel tras cruzar el umbral de la morada donde vivía.
-¡Por Dios, hija mía! ¿Cómo se te ocurre venir tan sobrecargada? ¡Podía haber ido contigo si hubiera sabido que traerías tanto! –replicó Cinta, al contemplar los diferentes bultos que había logrado traer la muchacha sin ninguna ayuda.
-No se preocupe, “madre”. En un principio no tenía previsto transportar tantos bultos, pero una cosa llevó a la otra… ¡Ya me conoce usted, que no puedo decir no a quien me ofrece algún que otro capricho! –ante la respuesta de la muchacha, la madura mujer de la casa se enterneció a oír de los labios de Isabel el apelativo con el que a ella se había referido. A punto estuvieron de saltar algunas lágrimas de emoción de aquellos hermosos ojos.
-¿He dicho algo inconveniente? ¿Acaso usted está molesta conmigo? –preguntó intrigada la moza al ver el expresivo gesto de aquella mujer.
-Nada que a una madre le guste escuchar y, por cierto, te agradezco que hayas traído todo esto, pues así me evitaste tener que comprarlo yo misma. –respondió con disimulo.
-No hice nada que antes no hiciera usted muchas veces por mí. Sólo quiero compensar todas aquellas atenciones que siempre me ha brindado. Demasiado sabe lo que representa para mí estar acompañada de una auténtica familia, rodeada del calor de las personas que sé que realmente me demuestran su cariño. Espero no darle más motivos de queja, pues sé muy bien que últimamente se echó casi todas las tareas del hogar a sus espaldas y nunca me recriminó nada.
-¡Ay, Isabelilla! ¡Ven aquí! –emocionada, ya no pudo reprimir esas lágrimas y tendió sus brazos hacia la muchacha para abrazarla como una auténtica madre. Sería entonces totalmente correspondida por ella, la cual también mostró sentimientos de ternura hacia Cinta, correspondiendo de igual manera estrujándola para sí.
Poco después, la joven Isabel tendría conocimiento, de la mano de Ismael, de que el mercader con el que había hablado venía de la localidad de Ciudad Real y era conocido como Juan de la Sierra. Su relevancia al sur del Tajo era muy reconocida ya que había hecho negocios incluso con el mismísimo rey de Portugal. ¿Portugal? ¿Sería allí donde había logrado escapar Eliezer Alantansí de las garras de la Inquisición y por ello no había vuelto a tener noticias suyas a pesar de contemplar años atrás algunos ejemplares suyos en el mercado de Almazán? Esa misma pregunta se había hecho en más de una ocasión Ismael, que ya estaba asentado como ayudante de un zapatero cerca de la antigua casa del anciano Samuel. Echaba de menos aquella época en la que disfrutó de las enseñanzas del maestro impresor, del tacto de aquellos libros que tanta belleza atesoraban. Pero su vida, tras la partida de Híjar había dado un vuelco que le había conducido hacia otras tareas que, por su condición física, nunca le habían puesto en dificultades y siempre había gozado de la confianza del maestro para el que trabajaba. Sin embargo, siempre le quedarían en el recuerdo largas aquellas jornadas tratando de plasmar en los pliegos obras de perfección sin igual que darían fama a la imprenta de Híjar mucho más lejos de las tierras regadas por el río Martín.
Transcurrieron entonces varios días desde que aquella inesperada conversación llevase a rememorar recuerdos de Ciudad Real, aquella ciudad que vio germinar el amor casi adolescente de Cinta e Ismael. Mientras la perorata de Ismael llevaba a relatar. Mucho tiempo había pasado, aunque las emociones arrebataron la serenidad de la que siempre hacía gala la hermosa Cinta. Miraba con ojos cómplices a su pareja desde entonces, el apuesto Ismael, y él la correspondía de igual modo. Atentos a todas aquellas historias se encontraban los más jóvenes de la familia, Isabel y Juan, los cuales nada conocieron de aquellas circunstancias, una por no haber pisado nunca aquellas tierras y otro por nacer lejos de allí cuando sus padres se vieron obligados a abandonar su amada Ciudad Real.
-¿Me está usted diciendo que su amor surgió en un mercado de la ciudad de donde procedía el caballero que me preguntó el otro día por los mercaderes y por un lugar donde alojarse? –inquirió Isabel.
-¡Así es, jovencita!. Aquí, la dama que nos contempla emocionada, pues siempre fue de lágrima fácil, aunque no lo quiera reconocer, me hechizó desde el mismo instante en que la vi. No pude olvidarla a pesar de que poco tiempo después de conocerla, el maestro librero para el que trabajaba y un servidor nos vimos obligados a marcharnos de aquella ciudad con el fin de realizar algunos encargos más al sur. Allí fue, querida Isabel, donde la llave de mi corazón encontró su dueña, y la tienes frente a ti. Desde entonces nadie más ha logrado arrebatársela. –recordó evocador Ismael, satisfaciendo la curiosidad de la muchacha.
-¡Vaya, vaya! ¿Con que soy de lágrima fácil? No sabía yo que, a estas alturas, tenías ese concepto de mí, aunque resulta halagador que aún recuerdes tantos detalles, aunque ¿por qué no cuentas los nervios que tenías al ponerte a hablar conmigo la primera vez? –respondió Cinta, entrando al quite y mostrando la inexperiencia de aquel hombre por entonces, lo que provocó cierto sonrojo en Ismael. Consecuencia de aquella situación sería la sonora carcajada de él, a la que siguió la de los allí presentes.
Aquella melancolía que parecía haberse adueñado de los corazones de aquellos padres pareció tornarse en sentimientos de dicha al contemplar el tiempo transcurrido desde entonces. ¡Lo habían logrado! Su huida, aunque fueron acompañados en parte de su trayecto vital por el heresiarca Sancho de Ciudad y sus familiares, logró el objetivo deseado: alejarse de la amenaza que representaba el marido de la entonces joven Cinta, del que nunca más volvieron a saber de él.
MANUEL CABEZAS VELASCO
En realidad, con el transcurrir de los años, apenas han quedado restos del paso de la comunidad hebrea por Segovia, pues las sinagogas, o bien fueron demolidas o reconvertidas en iglesias……
Muchas gracias Charles por tus comentarios y fiel seguimiento.
Cierto es que los católicos arrasaron con todo resto que hiciese vislumbrar cualquier pasado judaico y, en parte también, musulmán, aunque no lo consiguió tanto.
Segovia es un ejemplo más, aunque al menos la iglesia del Corpus Christi muestra en su estructura parte del pasado judío que tuvo como sinagoga, algo que aquí en Ciudad Real sólo podemos llegar a imaginar.
Un saludo