Manuel Valero.- En el corazón del Valle de Alcudia o en algún lugar de Sierra Madrona hay lugares donde no llega la terminal mediática de la guerra. En algún punto de la Pampa triguera y argentina el mundo parece tan distante como profundo el aislamiento del pampeano.
En otra coordenada de Los Andes los picachos de nieves perpetuas sugieren una inmovilidad absoluta, ajena a la basura de los hombres. En el corazón de una selva africana solo se escucha el enloquecedor guirigay de las aves y los monos. En el centro exacto de Groenlandia el calendario no marca ninguna fecha porque el tiempo no existe. En el desierto de Gobi es la nada mansa. En la Australia profunda uno puede ir desvestido de maorí sin que llame la atención debido al pacifismo casi mineral que envuelve lo remoto. En los fiordos escandinavos el mar se adentra manso y cabezota sobre el que navega un solitario barco de turistas.
En las islas lejanas de todos los mares océanos se respira un aire tan pacífico como el milenario romper de las olas. En los páramos de la Rusia profunda aún se puede admirar una aldeúcha como un marasmo medieval aferrado a la subsistencia del alimento de la huerta. En China hay pueblos que pueden ser decorados de una película sobre los mongoles, sin tocarlo.
Y en el Hoyo que fue de Mestanza en las casas huele a leña y a puchero en la lumbre. Todo comparte el mismo hogar planetario, como un universo paralelo. Allí donde casi no hay pisada humana que rompa el equilibrio natural, allí donde la bota militar no ha hollado un milímetro de hielo, de hierba, de rastrojo, ni apartado la jungla de su camino, allí hay paz. Paz sin hombres o paz con hombres encapsulados en su primitivismo. Hay islas donde los aborígenes disparan flechitas a los barcos y a los aviones para que no se acerquen.
Allí donde no parece que el progreso haya dado un solo paso hacia el bienestar de sofá y televisión se respira, dicen y me imagino, la seguridad insólita que resulta de la inexistencia de riesgo bélico. Como mucho, los latigazos esporádicos de la Naturaleza. Hay un mundo en paz si uno se fija en un mapamundi, y recorre lo más recóndito del globo. Donde no se amontona el ser humano no hay guerra, ni ciudades de esquinas peligrosas o batallas irracionales de hinchas de fútbol. Si pudiéramos concentrar toda la población mundial en una densidad razonable o si me apuran en un densidad incómoda tal vez el resto del Planeta estaría a salvo de nosotros.
Pero llegado hasta aquí ya se me empiezan a ahuecar las palabras. Mucha palabra cántara se escribe, escribimos, al socaire de la guerra que nos preocupa, ocupa y amenaza. ¡Y qué! Ojalá un bello discurso, un artículo rutilante pudiera influir en la belicosidad de quienes dirigen y atemperarla hasta un punto que el cerebro pudiera entender. Los lugares remotos descritos, (que cada cual haga su ruta senderista) son la calma y el sosiego. ¡Qué grande parece el mundo en un mapa plano! ¡Cuántos puntos contiene donde no ha pasado nada más que las moleculares tragedias de la vida de cada cual!
Palabras huecas. Sobre todo si caes en la cuenta de que el señor de la guerra no es un hombre solo, que está rodeado de otros como él, que no son pocos, que son miles, jóvenes entusiastas que ven el conflicto como si el malo fuera el agredido, y lucen camisetas con la Z zorruna que llevan los tanques pintados en su carrocería. La televisión de nuevo, la televisión rusa. Las masas bobas y adormecidas y sojuzgadas en una libertad con corsé. Todo es un sinsentido. Un aguardar incierto. Ojalá una poesía pudiera silenciar el llanto y la ira, pero no. Lo único que te atraviesa de parte a parte es el grito de las madres que salen de un hospital destrozado, las lágrimas del joven soldado que deja a su familia para regresar al frente o las personas que a falta de una logística conjunta de la UE para canalizar la distribución y ayuda de refugiados, pillan el coche y se plantan en la frontera a socorrer a un par de semejantes. Estos son los imprescindibles. Los demás somos pura filfa, impostura desde el comedor mirando el siguiente capítulo de la nueva serie que nos encandila. La condena líquida de lo que pasa, el lamento burgués por la desgracia lejana. Para lo único que vale escribir de la guerra de Putin y sus Z zorrunas es por terapia. Al menos para el que esto escribe, lo confieso. Terapia para liberar el dolor, el temor, la confusión, la impotencia, la rabia, la cobardía, la incertidumbre y el asco. Sobre todo el asco.
Dicen que va a llover. Algo es algo. Veremos caer la lluvia desde la ventana y suspirar por el acopio en los pantanos… mientras al señor Borrell, grande él, no se le ocurra decir que nos apretemos los machos en retaguardia. ¡Por Dios santo! ¡Dónde vamos a llegar! ¡No hijo, no!
Bueno, los humanos tienen la costumbre de oponerse a su propio progreso. Son las paradojas del progreso: las malas noticias venden más……
A Borrell ya le contesta hoy en su columna sabatina, Ana Iris Simón y, anteayer, Cristina Fallarás, en Público. Tanto una como la otra responden también de forma tangencial a Felipón y Aznarín, al mantra que mantuvieron ambos , durante los 22 años que estuvieron en el poder, de que España superaba en nivel de vida a Alemania. Y a la posterior letanía de M.Rajoy, durante la crisis 2.008, de que vivíamaos por encima de nuestras posibilidades.
A Borrell yo lo invito a venir a mi casa. Y verá que no duermo con pijama de seda, como hará él seguramente. Que duermo con pijama de alto gramaje, sábanas de franela y dos mantas leonesas. Que ando por la casa con más ropa que un esquimal y que la calefacción solo se enciende dos horas al día y solo en los meses de diciembre y enero.
No dudo que haya familias que anden por casa en manga corta, yo conozco alguna, pero no es lo normal.
Ana Iris, no digas tantas verdades.O serán las últimas columnas que entregarás a los cafrones de El País.
Suerte la tuya. Si tienes dos mantas manda una a la frontera polaca. Y no se lo digas a badie más que a tu conciencia. Si no es asi no pasa ada bienvenido al club de los prescindibles donde me encuentro yo, Ana Iris y por supuesto, la Fallaras. Buen finde.
Amerindo eso no va a cambiar nunca.
Pedir a los demás que hagan lo que tú nunca harás es el día a día en esta sociedad llena de impostores.
Ejemplos, los tenemos a patadas. La Iglesia pidiendo para los demás y quedándose por la noche con el patrimonio de los españoles. El Vicepresidente de EEUU con Clinton pidiendo a todos que consumamos menos y viajando en Jet Privado. La derecha española diciéndonos que vivimos por encima de nuestras posibilidades mientras montaban la Púnica o la Gürtel. El PSOE de Felipe González hablando de socialdemocracia mientras amasa millones con las eléctricas o sus conexiones colombianas. Aznar con el 11M, financiando Libertad Digital para que mintiera con ETA, mientras que acusaba al PSOE de robarle las elecciones…
Siempre es igual. Nada cambia.
Borrell es un tipo listo, muy bien formado, un intelectual. No se le puede negar. Y a la vez es un tipo que no ha estado en su puta vida en la casa de un mileurista. De hecho, tu bajas la calefacción, yo la bajo, millones de europeos la bajan, pero porque con estos precios no da para tenerla fuerte y todo el día. Tú piensas que Borrell sabe dónde está el termostato de la de su casa? Yo creo que no.
Ese es el gran problema. Que la izquierda con opciones de llegar al poder NO ha estado nunca en casa de un mileurista. Ni la derecha, ni la puta ultraderecha de señoritingos rancios.
Al poder jamás llegan los que tienen que bajar la calefacción porque no les llega.
Y respecto al «hijo de Putin», pues lo mismo. Chicos de 16 años mandados a la guerra en nombre de un imperialismo zarista trasnochado que seguro ni conocen. Y él bien calentito en el Kremlin. Eso sí, políticamente muerto para los siglos de los siglos.