He escuchado su clamor… (EX 3,7)

Mucho se viene hablando de la crisis, tanto desde un punto de vista económico, financiero y social, como desde un punto de vista de los valores que priman. Nos preguntamos también por las causas que han desencadenado esta situación, que por otra parte no es nueva, de tal manera que los periodos de crisis son cíclicos y era de esperar, que el ritmo de vida que llevábamos nos deparaba un final como éste.
Se han hecho análisis, algunos han sido tenidos en cuenta, otros no, pero lo que es innegable es que el último publicado por Caritas, en el VI Informe FOESSA, ha puesto de manifiesto, entre otras muchas cosas, que esta crisis es una situación que ya existía, sobre todo visto desde una perspectiva internacional, constatada en el tercer mundo; que sus efectos son muy rápidos debido a la fragilidad de nuestra sociedad; que han aparecido privaciones muy básicas en personas y colectivos que no venían padeciéndola, que afectan más intensamente a los núcleos más vulnerables…

Pero estos informes también proponen que el hombre tiene que tomar parte en su recuperación y ser artífice de su inclusión en la sociedad, sugiriendo que cada uno de nosotros tenemos capacidades, “talentos”, y dones para ponernos en camino.

Un aspecto de la crisis, que los cristianos debemos dar al mundo, es la seguridad de que el Señor ha escuchado nuestro clamor y la angustia de su pueblo, y sabemos que ha entrado en nuestra historia, para ayudarnos a llevar la carga pesada del dolor, aflicción, pobreza, … para liberarnos como en otra época hizo con su pueblo.

Hay dificultades en muchos hogares, más pobreza donde ya la había hace unos meses, pero si no somos capaces de darle a este mundo la esperanza y la fe que necesitan, estamos tapando los oídos al mismo Dios para que escuche el clamor de su pueblo.

Para ello hemos de insertarnos en la pobreza del mundo expresada por Dios en la encarnación, y más expresamente en el abajamiento humillante de la cruz (cfr. Fil. 2, 5ss), así como en el amor de Dios por los pobres. Esto supone cambios drásticos en nuestra vida; ha llegado el momento de ser valientes y consecuentes con nuestra fe y compartir con nuestros hermanos lo que necesitamos para vivir; ha llegado la hora, de que imitemos a la Iglesia de Macedonia, y seamos un ejemplo de generosidad, pues a pesar de las grandes tribulaciones y su extrema pobreza dieron ejemplo de generosidad según sus posibilidades. Es esta la única forma de que haya igualdad entre nosotros, e imitemos lo que dice la Escritura: “el que había recogido mucho no tuvo de sobra y el que había recogido poco no sufrió escasez”. (2ª Cor. 8)

No nos engañemos más, ni intentemos engañar a Dios; mientras no seamos capaces de desprendernos, al menos en nuestro corazón, de la riqueza, seremos asfixiados por ella misma, pues ésta es un obstáculo para creer de verdad en el amor de Dios. Hemos pues, de empezar a imitar a Jesús, sabiendo que poner el corazón en la riqueza ahoga a la persona, impidiéndole la relación gratuita, de entrega en el amor.

Cuando tenemos como objetivo ambicionar los bienes terrenos, estamos  procurando la miseria de otros. Entendamos esto bien, nuestra riqueza es la pobreza de otros, somos responsables de la falta de bienes de unos porque nosotros tenemos demasiado.

Son momentos estos, los de crisis, de estar atentos a las necesidades de los demás, nosotros como cristianos, debemos acudir sin medida, y por otra parte nuestra “pobreza” se produce cuando vivimos por el amor del otro, imitando a Dios, que no es otra cosa que la riqueza del cristiano, (paradoja evangélica).

Para terminar deseo invitaros a todos a que estos días de pasión y resurrección a imitar a Jesús de Nazaret, aquel judío cuyo rasgo más característico fue su identificación personal frente al Dios persona.

Que estos días aprovechemos para cambiar nuestras actitudes de generosidad y fraternidad, empecemos a ser consecuentes con nuestras convicciones actuando con el corazón lo que muy bien sabemos con la cabeza.
 

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