La intervención de Caja Castilla-La Mancha (CCM) es la catarsis de una historia de fingimientos, dobles sentidos e incertidumbres. Es el desternillante segundo acto de una pantomima en la que directivos, presidentes y ministros representan el papel de fatídicos comediantes.
Todo se antoja histriónico, falso e impostado. Todos simulan una tranquilidad adulterada, una confianza hipócrita. CCM es la víctima de un sainete solemne; el escenario de una opereta de dramático final; la protagonista de una bufonada donde la mentira es integral, donde todo parece orquestado para engañar, donde la filigrana verbal es salvoconducto para la ambigüedad… Y donde los únicos que han demostrado sentido común son… los sufridos clientes.
La intervención y todas las declaraciones políticas que rodean a la decisión del Banco de España son pruebas fehacientes de que alguien ha engañado a alguien, pero también una demostración empírica de que el rubor es la utopía de la clase política.
El Gobierno regional y los responsables de CCM han estado atrapados durante meses en el juego de las coartadas perfectas, en una huida hacia delante, en un envite a la mayor para eludir explicaciones sobre las verdaderas causas de la debacle.
La fusión con Unicaja será beneficiosa. La situación de la caja responde exclusivamente a las condiciones del mercado. CCM no tiene ningún agujero. La Caja es más sólida y más solvente que nunca. No abandonaremos este barco porque confiamos plenamente en nuestro trabajo. Semana tras semana desinformando, callando, incomunicando, omitiendo, velando. Un año de cicatería informativa, de amparo en resquicios verbales, de anatemas contra quienes osaban opinar en contra.
Pero la realidad se impone. Tan salvaje como una estampida de búfalos. La verdad está ahí fuera, y acaecen extraños sucesos. Tan raros que los directivos de Unicaja tenían repelús a la fusión. Tan chocantes que ni siquiera el Banco de España conoce el estado real de las cuentas de la entidad regional. Tan paradójicos que quienes aseguraban que nunca abandonarían a CCM se marchan ahora por la puerta de atrás, destituidos por las autoridades monetarias, en una espantada de vodevil.
Ni siquiera se sostiene el capote que ha echado el Gobierno de la nación: el ministro Solbes insistiendo en la solvencia de CCM, subrayando que se ha actuado así porque el ámbito privado (¿las cajas de ahorros, ámbito privado?) no ha podido redimir de sus pecados a la entidad crediticia.
¿No existe agujero financiero? No lo habrá técnicamente, pero la falta de liquidez es tan grave que se parece mucho a la falta de solvencia. Sólo el Estado puede salvar la ropa, tras protagonizar, previa reunión del Consejo de Ministros en domingo y con carácter urgente, la primera intervención bancaria desde la histórica quiebra de Banesto.
¿Llamamiento a la tranquilidad? Los bancos ya se han desplomado en la Bolsa, y están por ver las repercusiones de esta noticia en la confianza del ciudadano, en la economía castellano-manchega, en las sociedades participadas por CCM, o en el entramado microeconómico de las pequeñas y medianas empresas.
No obstante, tienen razón los representantes políticos. Aquí no pasa nada. Tras meses de secretos y evasivas, tras semanas de oscuridad y de perdices mareadas, el ex presidente Juan Pedro Hernández Moltó sale sonriente de la sede madrileña de CCM, satisfecho de que la Caja se quede “en las mejores manos”. Mientras, José María Barreda se congratula de que la intervención pública “ponga fin a los rumores que han rodeado a todo este asunto”. Zapatero le resta importancia al suceso, como ya lo hizo con la crisis económica en sus primeros compases. Y el vicesecretario general del PSOE, José Blanco, le recrimina al PP que “con las cosas de comer no se juega”, en una chispeante vuelta de tuerca humorística.
Y todos parecen sonreír. Sonríe Hernández Moltó. Sonríe Zapatero sin saber por qué. Sonríe Solbes con su expresión abacial. Sonríe conejunamente José Blanco. Sonríe José María Barreda con ojos turbios de duda. Aquí sonríe todo quisqui… Todos, menos los clientes de CCM que asisten, atónitos, al desenlace de la farsa. Que el espectáculo continúe.
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