Ramón Castro Pérez.- En las facultades de Economía y en los IES se enseña el coste de oportunidad. Formalmente, digo. Porque en la vida se ha enseñado siempre y recuerdo a madre (y a madre de madre) decir, unas cuantas veces al día, que «no se puede estar en misa y repicando», que «teta y sopa no cabe en la boca» y que «no se puede estar al plato y a las tajás», expresión esta última que el buen saber manchego ha compilado con la bendita palabra «chocotajás» (me perdonen algunos por no mentar la «pringue»).
Por tanto, sucede que, si queremos una cosa, probablemente tengamos que renunciar a otra, que también es buena y tiene su aquel. Y lo que a algunos les parece que eso es ir jodido por la vida, a otros nos hace sentirnos bien, pues aún nos queda la capacidad de elegir y de aprender si decidí mal.
—¡Para aprender, perder!
Hay cierto regusto en la derrota o en la mala elección. Al fin y al cabo, uno sigue vivo y se consuela sabiéndose aún propietario y responsable de sus actos, los mismos que te traen y te llevan de aquí para acá ¡Leches! Igual es esto lo que nos mantiene cuerdos.
El coste de oportunidad, expresión académica y formal de unos saberes básicos inquebrantables, está en busca y captura. Además, se le reclama vivo o muerto. La pandemia no es la culpable, pues esto ya había comenzado cuando barríamos sin escoba, comíamos sin fogones, firmábamos sin bolígrafo, regalábamos sin regalo o establecíamos las condiciones de nuestra primera cita sin más juicio que unas palabras emergentes en una ventana de chat. La «roomba», el «glovo», la «telefirma», el «amazon» y el «messenger» ya estaban cuando llegó el trabajar sin ir al trabajo y los coches que van solos y vienen a recogerte cuando a ti te da la gana.
—¡Es la «televida», imbécil! ¡Ya no tienes que renunciar a tu tiempo!
La «televida» esta, que nos permite disfrutar de nuestro tiempo y ser nosotros mismos. Pero, ¿qué tiempo ni qué leches? ¿En qué voy a gastar yo ahora el tiempo si «todico» lo hacéis por mí? Lo quieren muerto. Al coste. Al de oportunidad. Quieren «chocotajás». Como las últimas que andan ahora por ahí sueltas, que bien baratas las venden.
—¿Cuáles?
—Ir a la cena de navidad del trabajo, a la cena de navidad de los amigos y a la Cena de Navidad de la familia, vacunado con doble pauta y con prueba de antígenos. En la del trabajo, el test entra en el menú y en la de los amigos, nos lo haremos allí mismo. Vamos ¡con todas la garantías!
Esta ultimísima «chocotajá» está casi agotada. No crean que los que se agolpan en los escaparates son los adolescentes. Todo lo contrario. Los que han puesto precio a la cabeza del coste de oportunidad tienen sus arrugas y se les presupone capacidad de raciocinio, aunque parece más bien un espejismo pues, precisamente, esa es la que les permitiría asumir la renuncia. No es así. Son demasiados años viendo las series del tirón, pegando el mismo whatsapp navideño y saliendo a correr con el entrenador virtual. En realidad, hablamos de víctimas que son, también, verdugos. La vida misma.
Así que pueden considerar un test de antígenos para las cenas, el trabajo, el súper, el bus y las cañas. Háganlo a diario y disfruten de las «chocotajás». No obstante, si aún, después de la doble pauta de vacunación, usted está dispuesto a ir por la vida con un test de antígenos, ¿no cree que debería considerar la opción de salvar al coste de oportunidad y elegir que no quiere estar en misa y repicando?
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos).
Mientras las empresas y familias ya están ahogadas a impuestos y ahora sufren el altísimo impuesto inflacionario, el gobierno maquilla las cifras de paro inflando el empleo público, que pagarán también las empresas y familias.
El falso “récord de empleo”
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La imposición del pasaporte Covid no servirá para impedir la propagación del virus, sino para lo contrario.
La utilización del pánico como método de control del cerebro reptiliano está propiciando un aparatoso derrumbe de la racionalidad. Y es inevitable que así ocurra; pues los pueblos que carecen de un horizonte sobrenatural que sirva de desaguadero a sus miedos acaban atrapados en una cárcel de pánico incontrolable, que a la vez que actúa como el más poderoso disolvente de los vínculos comunitarios, arruina por completo el pensamiento lógico y abona las más estrafalarias supersticiones.
El cerebro reptiliano tragacionista ha dado en la locura de creer que, puesto que las terapias génicas experimentales no inmunizan, debe exigirse la inoculación de quienes se han resistido a la inoculación, en la creencia mágica de que, cuando toda la población esté inoculada, las terapias génicas experimentales al fin inmunizarán, como por arte de birlibirloque. Se trata de una ideación delirante (de tipo paranoide) que, sin embargo, se ha logrado incrustar en el cerebro reptiliano de la población tragacionista, azuzada por politicastros inescrupulosos y por las cacatúas y loritos que acaparan los medios de cretinización de masas. Incluso el Tribunal Supremo ha evacuado una sentencia por completo desquiciada, autorizando el llamado pasaporte Covid, en la que se leen diversas paparruchas tragacionistas sin pies ni cabeza.
La sentencia de marras autoriza a la imposición de este pasaporte, que desde luego vulnera gravemente la libertad ambulatoria y la protección de datos. Pero estas vulneraciones nos parecen baladíes (un atropello más entre los muchos que estamos sufriendo) e incluso deseables, pues contribuirán a que la desconfianza hacia las instituciones se acreciente, acelerando el colapso sistémico. Sin embargo, el gozo que nos produce el descrédito sistémico no debe cegarnos. Pues la imposición del pasaporte Covid no servirá para impedir la propagación del virus, sino exactamente para lo contrario. Se trata de un salvoconducto que permitirá a las personas inoculadas y luego infectadas de coronavirus entrar más fácilmente en contacto con otras todavía no infectadas, a las que podrán contagiar (adrede o inadvertidamente), sobre todo si su sistema inmunitario ha sido previamente dañado o debilitado.
El llamado pasaporte Covid es, en fin, una licencia para contagiar a mansalva, que al brindar una falsa sensación de seguridad a quienes lo porten convertirá restaurantes y centros de ocio en cónclaves coronavíricos. Sólo la utilización del pánico como método de control del cerebro reptiliano explica que los hosteleros no se rebelen contra una medida que los convierte involuntariamente en propagadores del virus. Sin embargo, allá donde se imponga esta licencia para contagiar, las escasas personas que aún no hayan dimitido del pensamiento lógico tenderán a evitar restaurantes y centros de ocio. De este modo, aparte de no contribuir a la estigmatización psicopática de sus paisanos, protegerán su salud y contribuirán al bien común, evitando la propagación del virus.
Interesante. Y es que la vida es tomar decisiones, así que estamos rodeados por esos costes continuamente……
Seguimos mirando al dedo sin ver lo que hay que ver.
La Ciencia nos ha dado la solución y la pauta, los irracionales, los políticos de «Jarvard» y los oportunistas de la Red nos marcan el camino para ver qué pescan en este río caudaloso, lleno de fango y revuelto.
Los costes van a ser inasumibles y la oportunidad, perdida. Y es que, si 100 piedras hubiera, las 100 nos comeríamos con nuestra mochila de soberbia, desfachatez y necedad.
Suerte a los que ya se han comprado el test….
Ayuso puso antes que nadie los test a la venta en las farmacias. Quiero una Ayuso para mi región.
Madrid te espera. Enjoy.
Venezuela te espera Jovita. Los de Podemos lo hacéis muy buen por allí.
….coño, ¿cuando dejé atrás la linde?.