Desde que Ismael y Cinta abandonasen Almazán, la relación entre la dama y la joven fue estrechándose, perdiendo ciertamente el recelo y desconfianza que la muchacha tenía ante personas que, aunque fueran padres de aquel muchacho con el que se había encariñado, aún le eran desconocidas. Entre otras cosas, Isabel revelaría su tóxica dependencia de su propio progenitor, un tema demasiado delicado para exponerlo si aún no tenía suficiente familiaridad con la persona que la escucharía.
En aquel trayecto que enlazaba Castilnovo con la ciudad de Segovia, pocas más palabras se oyeron de aquellos cuatro desarraigados. Iban en la búsqueda de un lugar donde la noche les cobijase, para lo que era necesario alcanzar aquella ciudad tan deseada, principalmente por Ismael.
A la caída de la tarde, la ciudad segoviana se encontraba frente a aquellos que tiempo atrás habían partido de Aragón para tratar de asentarse en tierras de Castilla. Diversas poblaciones sirvieron de cobijo durante algunas jornadas, otras como Almazán los acogerían por el intervalo de algunos meses tratando de sobrellevar el crudo invierno soriano, pero el principal objetivo de los recién llegados era la urbe que tenían en ese momento ante su presencia, cuya población parecía haberse asentado en aquel lugar miles de años atrás. Ese hecho se explicaba por la relevancia adquirida en época visigoda cuando fuera sede episcopal de la Iglesia católica, sucediéndole más tarde una situación de abandono durante la invasión islámica. Sin embargo, su repoblación llegaría a finales del siglo XII con las gentes cristianas procedentes tanto del norte peninsular como mucho más allá de los Pirineos.
A pesar de toda esta historia medieval teñida de claros y oscuros, desde la muerte de Pedro I en 1369 en Montiel y el advenimiento de la Casa de Trastámara que propiciaría un enorme florecimiento de Segovia durante todo el siglo posterior llegándose a convertir el Alcázar en una residencia habitual de sus visitas, a los que acababan de llegar a aquella ciudad no les pasaría desapercibida la estampa que ofrecía a su izquierda la impronta que había dejado en aquellas tierras las grandes obras llevadas a cabo por el Imperio romano con el imponente acueducto cuya arquería sería motivo de reconstrucción debido a la parte que había quedado maltrecha cuando en el año 1072 los musulmanes llegaron hasta aquel territorio. Eran los tiempos de los Reyes Católicos y los motivos mitológicos que coronaban aquellos arcos serían reemplazados por una imagen de la Virgen en uno de los nichos y de San Esteban en otro de ellos. A ello se sumaría la imponente muralla que se levantaba encajada entre el arroyo Clamores y el río Eresma, habiendo llegado hasta dicha urbe por la llanura que se situaba al este.
Desconocían aún la relevancia del lugar y del momento en el que habían arribado a aquella ciudad segoviana, pues demasiado tenían con emprender la búsqueda de un lugar donde poder hospedarse y de encontrar un medio con el que obtener un sustento para llevarse algún alimento a la boca de forma periódica.
Era aquel el año de mil cuatrocientos noventa y dos el que se había iniciado en tierras de Granada con la capitulación del último gobernante nazarí, Boabdil apodado “El Chico”, hecho capital en la historia de aquel amplio territorio peninsular pues con él se completaba una etapa histórica donde los musulmanes se habían asentado en mayor o menor medida a lo largo de casi ocho siglos. Ese asentamiento permanente había tocado a su fin, pero las consecuencias no afectarían sólo a los seguidores de Mahoma, sino que los fieles a la ley mosaica serían la siguiente minoría que sufriría en sus propias carnes las secuelas del antisemitismo que, aunque ya reinaba desde más allá de una centuria atrás, daría otra vuelta de tuerca más sobre ellos.
En la ciudad de Segovia existía una importante comunidad judía que, tras gozar de la protección del monarca Enrique IV durante su reinado, había sabido sobreponerse a las consecuencias tan brutales del pogrom de 1391, aunque un siglo después sí se pondría de manifiesto que el odio a los mismos había arrastrado un caldo de cultivo que asolaría a gran parte de sus miembros a lo largo del territorio peninsular. En Segovia había personajes relevantes dentro de aquella comunidad, que incluso se habían codeado con las más altas esferas de la política peninsular, con los mismísimos Reyes que habían logrado conquistar Granada. Uno de los más ilustres sería Abraham Seneor que, a pesar del poder del que gozaba, no pudo evitar ser una víctima más del edicto de expulsión que Isabel y Fernando decretasen contra los judíos. Además, cabría destacar la existencia relevante de dos linajes ilustres que rivalizaban por el poder en la ciudad: los Arias Dávila, que habían gozado del manto protector del marques de Villena, el intrigante don Juan Pacheco, y cuya red clientelar se extendía tanto por el poder político como el eclesiástico, y los Cabrera, a cuya cabeza se hallaba el nombrado Marqués de Moya, don Andrés de Cabrera, esposo de doña Beatriz de Bobadilla, amiga personal y consejera de la mismísima reina Isabel, por la cual se decantó como partidario cuando anteriormente había ido ejerciendo diversos cargos bajo el reinado del rey Enrique.
De todas aquellas circunstancias eran desconocedores Ismael, Cinta, su hijo y la muchacha que los acompañaba. ¡Demasiado tenían ellos con encontrar un lugar donde pasar la noche como para estar pensando en las disputas entre las autoridades de aquella población de la que apenas conocían su nombre! Aún no sabían siquiera por dónde buscar, pues la judería a la que tenían intención de encaminarse se encontraba en el otro extremo del punto por el que penetraron en la muralla. <¿Por qué ir a la judería si podríamos encontrar otros lugares mejores y más cercanos?>, había preguntado el muchacho a sus padres. A lo que enseguida llegaría la respuesta de su madre:
-Tu querida amiga me lo ha pedido encarecidamente. ¿O acaso no te has dado cuenta de que sus padres eran judíos? ¿Sabes qué día es hoy, hijo mío? –respuesta de aquella madre que, tras las conversaciones de días anteriores con la muchacha, mostró el conocimiento que tenía de sus creencias. Ante aquello el mozalbete se quedaría atónito, lo que provocaría una tierna sonrisa de Cinta al contemplar lo inmaduro que aún era.
-No madre. Estoy demasiado cansado para saber siquiera donde estamos. Si tú lo sabes, me lo podrías decir y así me entero de lo que quieres decir.
-No seas insolente. Tu amiga tiene prisa por buscar un lugar de confianza donde cobijarse pues hoy es jueves y mañana querría celebrar su Shabat. Además, según me explicó su madre tenía familia aquí en Segovia y no estaría de más intentar localizarla para así sacarla de su congoja y, ya de paso, si nos pudieran ayudar a establecernos ¡Ay, hijo mío, todavía te queda mucho que aprender! –recriminó enfadada. Ante la actitud de autoridad de Cinta, el resto de los allí presentes decidió mantenerse en silencio.
Con gesto serio, lograron entonces atravesar la Puerta de San Juan que era defendida a ambos lados por las casas fuertes o torreadas de dos familias que tenían allí propiedad. Los Cáceres se encontraban a un lado, siendo uno de sus miembros, Antón de Cáceres, obligado un treinta de octubre de 1469 por los Reyes Católicos a derribar parte de sus casas para que dicha puerta pudiese ser transitada al dotarle de una vía pública. La familia del Conde de Chinchón se hallaba al otro.
MANUEL CABEZAS VELASCO
Interesante. Es cierto que la comunidad judía de Segovia constituyó en su momento uno de los colectivos más ricos y poblados de Castilla, comparable incluso a las de Córdoba o Toledo.
La aljama o barrio judío llegó a poseer cinco sinagogas, varias escuelas, un ‘mikvé’ (espacio donde se realizaban los baños de purificación) y matadero propio…..
Gracias de nuevo Charles por tu seguimiento y aportaciones. Un saludo