Pero si es malo que la política te haga envejecer, aún peor es que te desgaste. Es por eso que muchos políticos son cíclicos o van por etapas: de salir todos los días en los medios a la práctica inactividad. Es por eso que cuando vean a un político continuamente salir en la tele, estén seguros de que su absoluta desaparición está más cerca que lejos.
Esto no es tan evidente en los máximos dirigentes como en los ministros, delegados u otro tipo de gregarios. El ejemplo actual más claro es el de María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidenta del Gobierno. De la Vega llegó al equipo de Zapatero casi como una estrella y copando un protagonismo que sorprendió a propios y extraños. Si acontecía cualquier cosa, allí estaba De la Vega: ¿Que había que opinar sobre cualquier asunto político? Allí estaba De la Vega. ¿Que había que ir a Guadalajara a encontrarse con miles de vecinos deseando cagarse en la puta madre que parió a los políticos? Allí estaba De la Vega. ¿Que algún miembro del PSOE metía la pata hasta el fondo con la mayor de las chulerías y su prepotencia no le permitía pedir disculpas? Allí estaba De la Vega para intentar solucionar el desaguisado. Así, la vicepresidenta se convirtió en la apagafuegos del PSOE (desafortunado epíteto, por cierto, habiendo hablado antes del incendio de Guadalajara). Pero no sólo eso. Durante los primeros cuatro años de gobierno, María Teresa Fernández de la Vega fue, de lejos, la figura más elegante de todo el equipo de Zapatero. Pocas veces nos habremos encontrado con ministros/as que hayan pedido tantas disculpas como ella, a veces acerca de temas por los que nadie pide disculpas. De la Vega se convirtió en un modelo de prudencia y talante, y su elegancia fue elogiada por todos los partidos.
Sin embargo, hace mucho, muchísimo tiempo que no vemos casi a De la Vega. La vicepresidenta ya casi no sale en los medios. Esto, de entrada, no tendría por qué ser malo, ya que en ocasiones la mejor gestión es la que da poco que hablar, pero sí es evidente que De la Vega ha perdido (quizá voluntariamente) el papel de apagafuegos dentro de su partido y conciliadora de puertas para afuera. Tan sólo la mera inercia política de sucesión de acontecimientos nos hace verla en ocasiones por la tele dando una rueda de prensa, pero su aparición como imagen del Gobierno se ha diluido fulminantemente. Y lo peor es que no sabemos si volverá.
Otro ejemplo de desaparición y desgaste político es el del ministro Solbes. Y la verdad es que a mí personalmente no me hace demasiada gracia estar tres o cuatro días sin verlo por la tele, ya que lo veo como a estos amigos que están tan deprimidos y ahogados por sus condiciones vitales que temes perderlos de vista por si se cortan las venas. Y a Solbes, desde luego, no le faltarían motivos. En primer lugar, y pese a que ya todos hemos aceptado que la crisis no es culpa de nadie (en fin, tanto como eso…) y que es absurdo que los partidos se critiquen entre sí, lo cierto es que Solbes ya tiene sobre su lomo el linchamiento popular, social y político que le sobrevino al principio de la crisis. En segundo lugar, durante todos estos años de gobierno, Solbes ha tenido que encajar como ha podido los desvaríos de todos sus compañeros (Zapatero el primero) y tratar de hacer malabares con la economía española pese a los arreones que le metían medidas que el propio ministro desaconsejó, pero que se llevaron a cabo igualmente: las ayudas de 210 euros alquiler, la devolución de 400 euros a los contribuyentes… Si suman poco a poco todos estos motivos, seguro que estarán de acuerdo en el empeño personal que tengo por que nadie deje a este hombre solo más de cinco minutos.
Pero en fin, tampoco hay que dramatizar. Cada político tiene su etapa, y cuando unos se soterran, otros comienzan a tomar protagonismo. Vale que ahora ya no tenemos a De la Vega ni a Solbes, pero sí que tenemos constantemente a… a… sí hombre, a éste… que… Bueno, la verdad es que si nos paramos a pensar, a mí al menos no me viene a la cabeza ningún político que se esté machacando últimamente la sesera mucho que digamos. Y el caso es que había candidatos, ¿eh? En el Gobierno, por ejemplo, estaba Bibiana Aído, aunque ésta acabó dando que hablar más por sus geniales ocurrencias y declaraciones que por otra cosa y ahora procura guardar un poco más de silencio (que es un estupendo método de belleza, como todos sabemos).
Más candidatos había, sin duda, en el PP. Por poner dos ejemplos, Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. No obstante, una pequeña lucha por el protagonismo enfrentó a estas dos mujeres, y la figura de Sáenz de Santamaría se diluyó muchísimo antes de lo que cualquiera podría esperar. Cospedal siguió fuerte, convirtiéndose prácticamente en la única fuerza viva del PP detrás del defenestrado Rajoy. Sin embargo, ahora está mucho más apagada y sólo sabemos de ella de allá para cuando.
Y es que parece que la abulia se ha apoderado de nuestra clase política. Y viene desde hace tiempo, ¿eh? Hace unos meses hablábamos de que estábamos viviendo una etapa de política de garrafón. Ahora el garrafón ha desaparecido, pero no para devolvernos el whisky, sino para ponernos un inocente biofrutas.