La señorita Isenberg es una conspicua investigadora de la historia de Estados Unidos que recibió, al parecer por esta obra, un premio de esos que se dan, allende los mares, a las mujeres que saben escribir. O sea, las que ganan premios literarios en cierto país se ahorrarían tiempo absteniéndose de presentar sus escritos.
Por su parte, la señorita Isenberg realiza aquí una detallada, pormenorizada exposición de una idea incómoda que lastró y sigue lastrando la conciencia colectiva del imperio más poderoso del mundo, Dios mediante y con permiso de los chinos: la existencia de una masa de estadounidenses blancos y pobres, analfabetos funcionales, malhablados, maleducados, decadentes en lo físico y podridos en lo moral, disolutos, endrogados, violentos, borrachos, racistas, libertinos, haraganes, machistas y misóginos ellos y lo que sean ellas. En definitiva, una panda de impresentables con la misma moral que un gato de tapia, como diría el ínclito Woody Allen.
Esto es, que en el sueño americano también hay lugar para la caspa e incluso para la seborrea ideológica. En el sueño americano se cuela de vez en cuando algún ectópago, algún basilisco y hasta algún energúmeno indocumentado de esos que asustan a los niños.
El estudio de la conspicua señorita Isenberg se retrotrae al principio de todo, al periodo colonial inglés, a los pobladores de las Trece Colonias, que ya cargaban en sus ilustres lomos a la escoria de Londres y otras grandes ciudades de las Islas Británicas. Una cosa trajo la otra y, después de la Guerra de Independencia, las hordas de piojosos blancos se repartieron sobre todo por el Sur, zona esclavista donde los blancos pobres eran despreciados, incluso, por los negros esclavos y luego por los negros libertos. Se dice que la basura blanca luchó con denuedo como carne de cañón (¿cómo si no?) en los ejércitos de la Confederación, que eran sanguinarios, valientes y casi suicidas en su empeño en matar lo que ellos llamaban yanquis: esto es, americanos del Norte. Tras la guerra y la derrota del Sur, la basura blanca siguió medrando adscrita al racismo mugriento que enarboló, verbigracia, cierto gobernador de cierto Estado (proveniente de las clases bajas, por una vez), quien prohibió a los negros ciertos facultades reconocidas por el Gobierno Federal, lo que trajo consigo la intervención de la Guardia Nacional para que los derechos de los negros fueran respetados. Por otro lado, la basura blanca vio con buenos ojos que, ya que ellos no participaban del pastel como no fuera para lamer los bordes o la baba de los ricos, era a todas luces injusto y por supuesto intolerable que los negros sí lo hicieran. Esto es, que aquello de que los negros miraran con desprecio a la basura blanca ya estaba bien y que a estos había que ponerlos en su sitio.
No llegó la sangre al río, la basura blanca fue llamada al orden por los poderes del Gobierno de Washington, y las décadas transcurrieron hasta llegar a la actualidad, cuando uno pone la televisión y se pregunta quién son esa gente que ocupó el Capitolio, de dónde han salido y por qué, sobre todo, dan tantas voces. Quizá este libro ayude a dilucidar tan inquietante enigma: ¿De dónde sale tanta chusma cabreada? ¿Qué es lo que piden? Pero, sobre todo, ¿por qué hacen tanto ruido?
Las respuestas, en este libro. Buen provecho.
El Lobo Solitario.
Pero quién escribe esta mierda de crítica
El férreo sistema de clases sociales y el aristocrático clasismo estadounidenses……
Que eso lo diga quien pertenece a la casta del PSOE da risa.
«Aristocrático clasismo estadounidense…»
Ja,ja,ja,ja,ja.Aaaaaayyy que me despiporro, Charles.
No desperdicies tu talento leyendo estas basurillas. Estos yankis que tanto te fascinan no le llegan a la altura del subsuelo a escritores como Manuel Vila, Almudena Grandes, Marta Sanz o Leonardo Padura, por poner solo unos ejemplos. Lee mucho y lee, sobre todo, bien, Lobo solitario.
A ver si nos enseñas tus novedades literarias zorro solitario. No las vendes, va por suscripción?!