{mosgoogle}El imperio se resquebrajaba. Para colmo el voto de las elecciones que llegaron en plena decadencia le dio el poder a un Gobierno de izquierdas que decidió acabar con un tajo con el capital improductivo, hebreándolo a impuestos, a auditorias exhaustas y legislando duramente. En el curso de tres años, todo lo que poseía Roque Félix, inabarcable, se redujo a una simple buena renta y a un par de propiedades. Medio imperio se lo llevaron los abogados. Lo que le quedaba se lo jugó una noche en una timba de campeones que organizó en un nuevo rico. Se quedó sin dinero y lo que es peor, solo.
Una tarde que se encontraba dormitando su declive en un banco del parque, con el pergamino de su desdicha atado a su cuerpo como una maldición, creyó reconocer al hombre que se acercaba caminando plácidamente del brazo de una mujer. Vestía elegante pero tenía una pátina inconfundible de proletario. Delante de ellos olisqueaban dos enormes dálmatas que el hombre dominaba con esfuerzo. Era su chófer.
Se incorporó, ambos brazos extendidos hacia delante, las manos agarrotadas. Pero antes de llegar hasta su antiguo lacayo, se paró de súbito, se encogió sobre sí mismo y cayó al suelo de bruces. Cuando lo recogieron descubrieron el pergamino entre las ropas.
-¿Esto que es? Dijo uno de los sanitarios.
-Un papelujo, tíralo.
NOTA.- Espero que este relato no os disuada de jugar a la Lotería de Navidad, porque no ha tenido otra función que entretener al personal. Aunque los vericuetos del azar son inextricables siempre viene bien un buen pellizco si quiera para pagar la hipoteca, el coche, las vacaciones, los estudios de los chicos y… todo eso. De modo que apuntad bien y jugad el número navideño de las bendiciones. Feliz Navidad a todos los colaboradores, compañeros, anunciantes (que los hay, pocos pero los hay) y lectores de Miciudadreal)
Capítulo [9]