Manuel Valero.– Uno, que como millones de compatriotas creía extraviada para siempre la irreal primavera de 2020, se ha reencontrado con ella y la ha revivido estos días con la lectura de Primavera extremeña, una deliciosa y poética obra del escritor leonés Julio Llamazares.
No es la primera vez que lo digo y me reitero: la Literatura con mayúsculas se ha betsellerizado y dado a paso a libros de consumo con sinopsis manidas de familias que guardan secretos, de protagonistas que rehacen su vida, cuando no son tramas pescadas por los autores/as en el río de la actualidad: corrupción política, malos tratos, misterio gótico o novela negra que uno abandona a la segunda página. Es la soberbia, lo reconozco, de quien ha leído a Dashiell, Hammet, a Raymond Chandler o a Patricia Highsmith. Lo reconozco.
Pero Primavera extremeña no es el caso. Es Literatura. Como ya hiciera el autor en la impresionante La lluvia amarilla, de lectura obligada, o aconsejada, si me apuran en los institutos. Ningún premio es comparable con que lean a un autor los alumnos en las clases de Literatura o Lengua, que uno no sabe ya si existen con tanto trajín de leyes. Y, además, los premios son un conchaveo que mira más la venta y el poderío mediático del autor/a que su valía como Literato.
Pero yo no he venido aquí a hablar de eso sino a hablar del libro de Llamazares. ¿Qué hizo el leonés en la lúgubre antesala y el lento avance de la niebla infectada? Pues antes de que se decretara la reclusión general coger los bártulos para pasarla en El Lagar de los Almendros en el corazón de la Sierra de los Lagares en Extremadura. ¿Y qué hizo también? Lo que tiene que hacer por obligación un autor, escribir la vivencia. Y así, a medida que nos adentramos en sus páginas no nos engancha la intriga del inconfeso secreto familiar o el lugar de donde provienen los ruidos en las casa encantada, sino en un plácido y dulce transcurrir del tiempo en un lugar donde la primavera estallaba de lluvias, pasto, flores, ganados y pájaros. Y en un pasar los días de los personajes, todos reales, en una impagable normalidad a pesar del aguacero tóxico que anegaba las avenidas y las calles de las ciudades
Sugiere a El Decamerón como se ha escrito en algunas críticas pero no. Llamazares y sus acompañantes, alojados en el Lagar de los Almendros, estaban conectados con el marasmo urbano a través de la televisión, cuyas noticias diarias les daba a los inquilinos del Lagar, el parte de bajas. Como en una guerra.
Durante el confinamiento duro no salieron de los alrededores de la casa, salvo a algunas excursiones clandestinas que abandonaron por pudor, sin nada, ni nadie a su alrededor a quien contagiar o que los contagiara. Los periodos de desescalamiento dieron paso a viajes por los parajes y los pueblos de la Extremadura olvidada y hermosa en toda su concepción.
Aquel retiro y la naturaleza hizo lo demás para alimentar la poética pluma de Julio Llamazares. Leer Primavera extremeña (Apuntes al natural) es recuperar la primavera perdida, más allá de las dudas culposas del autor por vivir en la cárcel del campo que no tiene puertas mientras sus compatriotas se las apañaban en sus hogares, de tantas puertas, como la amplitud de la vivienda y la generosidad del bolsillo.
Julio Llamazares pone la acuarela literaria, a la acuarela como tal y que embellecen el libro de apenas 121 páginas, de su amigo y vecino Konrad Laudenbahcher. De su mano caminamos desde las calles fantasmales de Madrid días antes del asedio hasta el esplendor luminoso de la primavera en la Sierra de los Lagares, y recobramos la sensación de una reconquista que creíamos perdida, la de estar tomados por la naturaleza altiva, tan indiferente a los hombres, como callada y cíclica pese a los zarpazos del cambio climático. La narración casi día por día nos lleva por caminos entre dehesas, ruinas de haciendas deshabitadas, cumbres, y por los pueblos de la Extremadura conquistadora y ancha, donde el autor y sus acompañantes visualizaron por primera vez a las gentes sencillas embozadas, o pudieron tomarse una caña de cerveza en una terraza.
Una prosa sin artificios que delata la vena poética de Llamazares y la afición a los relatos de viajes, a los que nos tiene acostumbrados. Al otro lado estaba el mundo y la lluvia negra del Covid. Pero la culpa que de vez en cuando asaltaba al autor entre tormentas y calores, se desvanece ante la belleza de lo que veía y ve el lector de su mano, el paso lento de la vida, en las exquisitas páginas de Primavera Extremeña. El periodo que va desde el 13 de marzo al 15 de junio del malhadado año de 2020 ha sido un gran lienzo en el que Julio Llamazares ha recluido la primavera entre temblores creativos, desgarros, temor a lo que ocurría y pasmo ante la increíble naturaleza que lo cercaba y divisaba desde la Sierra, ajena por completo al mundo exterior.
“De repente todo quedó iluminado, imantado por una luna gigante que de inmediato comenzó a ascender llenando el cielo de luminarias… Todo se quedó en suspenso, como si bajo la luna el mundo se hubiera detenido para siempre y el tiempo dejara de existir…”
Primavera extremeña
Julio Llamazares
Editorial Alfaguara, 121 páginas
Acuarelas, Konrad Laudenbacher
Gran escritor y sin pompa
Yo también la he leído. Te endulza el paladar
Un libro que surge de la casualidad. Recomendable…..
El segundo párrafo de este artículo viene a darle la razón al último artículo publicado por Javier Marías. Porque rechaza determinadas temáticas como dignas de ser narradas. Estoy en total desacuerdo. Todo argumento es digno de ser convertido en novela, relato o poema. No hay excepción, no se pongan estupendos. Lo que hace grande una obra literaria es el talento con el que está escrita. Cualquier tema será bueno si el autor que lo pone negro sobre blanco sabe escribir.
Julio LLamazares puede abordar el abandono de las zonas rurales en LLuvia amarilla ( y en sus artículos), el maquis en Luna de lobos , el desencanto generacional de un grupo de amigos en El cielo de Madrid… y los resultados serán satisfactorios. Porque escribe con el cerebro y con las tripas y porque , simplemente , es un gran escritor.
Caramba con Marías. Lo que le ocurre a ese pájaro es que quiere ser el único. El único que obtiene premios en el extranjero, Francia para más señas. Y no , Javierito, Manuel Vilas ,con Ordesa, también ganó los mismos premios que usted años atrás. Y lo consiguió gracias a un biopic en el que retrata su vida familiar con valentía. Sí, una novela autobiográfica, de esas que tanto desprecia el cascarrabias de Marías. Pero genial. POrque tiene calidad y coraje, esto último también imprescindible en un gran escritor. Esos escritores y periodistas que buscan contentar a todos… no pasarán de mediocres.
La envidia, que no es patrimonio exclusivo de un solo gremio. Entre escritores y demás artistas, la envidia se eleva exponencialmente, me temo.