-¿Algo importante? –dijo con cierto enojo en la voz.
-Se trata del palimpsesto, supongo que tendrás curiosidad por conocer qué era lo que había debajo de la cantiga alfonsina –le respondió Asís al otro lado del teléfono.
-Oh, sí. Sorpréndeme. Dime que algún artista subversivo de aquella época tan triste y nocturna, pintó a una doncella completamente desnuda –bromeó.
{mosgoogle}-¿Podías atajar, Antón?
-De acuerdo, Roque. Un Pantocrátor, un Cristo sentado, en actitud victoriosa flanqueado por seis ángeles. La imagen apareció con absoluta nitidez, diáfana, después de que el señor Arcano sometiera el pergamino a una buena ducha de ultravioletas. Tengo aquí sobre mi mesa una carpeta con el original y fotografías ampliadas y de detalle del dibujo sobre el que se escribió después de ser borrado y sometida la superficie a una capa de cera para su uso posterior.
Roque recogió las tijeras del suelo, se encajó el teléfono en la oreja y siguió cortando las matas rebeldes.
La voz metálica, nasal, de su hombre de confianza prosiguió:
-Según nuestros expertos puede tratarse de un boceto, pero de un boceto de sumo interés, dado que el Pantocrátor normalmente se esculpía en el frontal y ábside de las iglesias románicas. A juzgar por su antigüedad se especula que se trata de la primera figuración de Cristo en esa pose de bendecidor supremo que luego sirvió de base a los arquitectos de la época. Nuestro desconocido artista debió de dibujar el modelo a mediados del siglo IX.
-Muy interesante, Antón. ¿Algo más? –preguntó sin disimular los primeros síntomas de aburrimiento mientras segaba cuatro pelos que le sobresalían al seto.
-Sí. En una de las alas de los ángeles hay una inscripción. Números, números romanos. Espera un momento.
Antón sacó de la carpeta una de las fotografías.
-Aquí están. Son el III, X, XI, XXVIII, XXXV y el XLII –se lo dijo deletreándole cada signo. Si mal no recuerdo corresponden a los números 3, 10, 11, 28, 35 y 42. Del significado ni idea. El hermeneuta dice que podrían referirse a versículos de la Biblia pero no lo tiene muy claro, seguirá investigando y en cuanto sepa algo más concreto nos lo comunicará.
Silencio
-¿Roque, estás hay? ¿Roque?
A Roque la sangre se le vació del cuerpo y su rostro adquirió la palidez de un moribundo. Dejó caer las tijeras de podar, el teléfono que llevaba encajado en la oreja y después se cayó él y se quedó sentado en el césped, abobado, perplejo, hipnotizado. El sirviente corrió hacia él pero el magnate se lo quitó de encima de malhumor. Se incorporó sin haber recobrado su natural color.
-Prepáreme una jarra de zumo. ¡Ahora!