Natividad Cepeda.– En éste enero primero de dos mil veintiuno sigue agazapada la pandemia del COVD-19 sumando caracolas de llanto con su rastro de muertes. Tengo la tristeza prendida en los pliegues del alma como un mástil roto en mitad de la nada.
El teléfono sonó estridente en plena madrugada, -apenas los relojes de casa marcaban algo más de las siete- y con la voz rota sosteniendo las lágrimas, mi hija ha llamado diciendo que ha leído en la prensa la muerte de la doctora Ana Figueras: el frío de la calle se ha filtrado en mis huesos y adentro me ha nacido un grito inútil. En mitad de la mañana helada la memoria me ha traído la sonrisa de Ana, su mirada alegre y su amistad sin distancias.
He vuelto a sentir esa embestida trágica de perder lo que amamos exactamente igual que la primera vez que perdí un ser querido. Y allí adentro me resistía a creerlo. Un nombre más del médico que cuida y atiende a los pacientes de aldeas y pueblos. Los que vestidos de bata blanca y mascarillas han pedido y piden, a la población que seamos responsables porque ellos también mueren trabajando.
Ana Figueras Juárez, médico de familia en Malagón; un nombre más que el viento del olvido barrerá igual que a esos otros médicos y enfermeras, farmacéuticos y conductores de ambulancias, limpiadoras y limpiadores de centro de salud y hospitales que han dejado su vida atendiendo pacientes. Ha ido amaneciendo pintando de grosella los jirones del cielo el sol en las alturas, y yo, en esas horas del 14 de enero, he sentido romperme como cientos de otros que lloran por sus muertos.
La pandemia se extiende y las cifras de enfermos se acumulan, y no importa que se resten vidas en la estadística conveniente del censo del gobierno porque después de un año duro, mucho más duro y frío que la nieve caída, la gente apenas si se cree, que la muerte prosigue erosionando la mañana y la tarde con su velo de duelo. Los despojos del Covid no acallan la ignorancia de los que no cumplen con las normas de proteger la vida: la vida de ellos y la nuestra. Los médicos se cansan, y si los perdemos ¿quién cuidará las vidas de los que acudimos a ellos?
La mañana del catorce de enero ha sido un sonar de teléfonos preguntando por Ana, con esa incertidumbre de no admitir su marcha. He perdido a una amiga y además la persona a la que acudía cuando el dolor llegaba a mi casa. En el andén de enero han vuelto a confinarnos cerrándonos las puertas de viajar, tan siquiera a velar nuestros muertos. Nos hemos amputado el consuelo de hasta despedirlos. Ahora, como nunca antes, yo repito los versos de Gustavo Adolfo Bécquer: Cerraron sus ojos el sol se había puesto. Perdido en las sombras yo pensé un momento: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Silencio, hace tiempo que nos escudamos en ser unos necios al jugar con eso, con la vida misma sin temer perderla.
Mañana, de esta mujer que curaba enfermos, su nombre y su bata blanca se irán olvidando… Dicen que faltan contratos en la Sanidad Pública… Dicen, e incluso aseguran algunos, que trabaja poco el personal sanitario. De que poco valen agrias peroratas cuando se les niega el respeto debido y no tenemos médicos cuando los necesitamos…
Vuela querida Ana, hacia el infinito donde la morenita Virgen de la Cabeza, en la que tú creías, como Madre de misericordia, te habrá dejado en tus manos sanadoras la fruta del madroño de la sierra, y el niño Jesús, con su bola del mundo, te mostrará no solo la belleza de tu Sierra Morena y la hileras de olivos erguidos que tu amabas, raíz de tu heredad de Cazalilla entre susurros de la campiña de Jaén. Has alzado el vuelo y contigo te llevas brindis del vino nuestro que tantas veces compartimos, que hiciste tuyo, con tu gracejo andaluz y tu bella sonrisa. Vuela querida amiga y vislumbra el amor inmenso de Dios a pesar de que por tu ausencia, derramamos lágrimas.
La doctora Ana Figueras Juárez es el séptimo médico de la provincia de Ciudad Real que falleció el 13 de enero a causa del COVD-19 en el Hospital General de Ciudad Real a los 58 años. Era médico de familia del centro de salud de Malagón.
Por las grietas que se abren en nuestra reseca piel social, brotarán los versos infinitos del pueblo que se niega a morir sin defenderse. Cuando todo esto acabe, sacaremos la lista y lloraremos por todos, como se debe. Porque «no todo se lo ha tragado la tierra.» Gracias ,Natividad.
Un ejemplo para nuestra sociedad. Q.e.p.d….