Plaza del Ayuntamiento de Ciudad Real

Jesús Millán Muñoz.– Se denomina oficialmente Plaza Mayor de Ciudad Real, pero personalmente me gusta más el nombre de plaza del ayuntamiento. 

Diríamos que desde el agora griega, los foros romanos, se ha instalado en la cultura mediterránea occidental, la necesidad y la exigencia de la plaza. Y, ésta fue llevada a América. 

La plaza en esta cuenca de mar y de ríos y de tierra y de sol tiene y ha tenido muchas funciones, a lo largo de los siglos, cualquier plaza, se va reconvirtiendo en una procesión de significantes y significados, contenidos y continentes diversos, que se van entrelazando formando y conformando una guirnalda de flores que atraviesan las generaciones. 

Podríamos indicar, que no solo una plaza, ésta o cualquier otra, no solo se va modificando a lo largo de los siglos, de forma física, de los edificios como paredes de piedra con ventanas la resguardan por los laterales, con unos fosos o túneles o ríos de cemento o gravilla o adoquines que le permiten respirar hacia dentro y hacia fuera, por dónde entran los vaivenes de los corazones y carnes y mentes y psiques y almas humanas de cada tiempo. 

Esta plaza, como cualquier otra, de este terruño y territorio, ha sido hoyada y pisada y sentada por cientos de miles de personas, millones de personas a lo largo de los siglos, y, en ella, se han ido combinando y entremezclando las vidas como vides que se enredan en los cimientos de los ojos, buscando significados del existir-vivir-respirar-esperar, esperar este mundo y el que viene. 

En estos artilugios de mundos en el que somos, primero, nosotros mismos, después, los mundos de otros seres humanos, rodeados o incardinados en el mundo de la Naturaleza física y biológica, incrustados como perlas en la Naturaleza social-cultural, donde nuestros ojos-manos-piernas-deseos-pasiones-ideas-esperanzas nos recorren y nos recorremos. 

Si las paredes hablasen, dice el habla popular, pero vaya, añado modestamente, “si las plazas hablasen…”, y, nos contasen, todos los pasos que han ido atravesando los adoquines o mármoles o piedras o tierra o gravilla o alquitranes que se han ido pisando a lo largo de siglos y generaciones… 

Te sientas, en uno de los bancos de piedra, de dicha plaza mayor-ayuntamiento, en la conformación física actual, descansas en uno de ellos, sin respaldo, granito duro y pétreo, al amanecer, entre la no-luz y la primera luz, y sientes, que en el silencio, apenas atraviesa casi nadie estos cimientos, comprendes que el mundo se hace y se deshace en cierta melancolía, recuerdas, cuándo la atravesabas de joven, cómo has ido recorriéndola, por mil menesteres, pero especialmente, como camino hacia el comer diario de la búsqueda de la supervivencia… Hora tras hora, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, lustro tras lustro, década tras décadas… Hasta que llegue un día, que dejarás de visitarla, de atravesarla, o mejor de enredarte en ella, comprendiendo y entendiendo algo de lo que eres, de lo que sientes, de lo que has sido, de lo que podrías haber sido y estado… 

Creía yo, que la mayor plaza, en tamaño de nuestro suelo patrio, era la de Aranjuez, después, el inmenso mar-galaxia de Internet, me ha indicado que es la de Medina del Campo. 

Pero esta plaza, nuestra plaza, con soportales, pórticos, como los antiguos de los foros romanos de Roma, que incluso en algunos de sus aposentos-tiendas, se creó y difundió una de las escuelas estoicas, de la tradición romana, según nos indican, los acueductos de informaciones que se expresaron en tablillas, después en pergamino, luego en papel, ahora en bits de información… 

Si recorremos esta plaza, al atardecer, las terrazas se adornan de sillas y mesas y  botellas y vasos y trozos de viandas, sentadas las personas, hablando y deshablando, recorriendo la sinfonía de su corazón-alma-mente-cuerpo, todos somos eso y algo más, somos y estamos en un lugar… Recorren, en el medio del hontanar de los pasos de los viandantes, niños jugando, personas de todas las edades y circunstancias… Al final, España y el Mediterráneo no se podría entender sin las plazas, éstas han servido para el comercio, para el descanso, para el paso de vehículos sean que tenían respiración, con cuatro patas, o con cuatro ruedas de motor de explosión, de lugar dónde se concentraban las tropas y los hombres libres para la defensa, de exposiciones de ideas y de músicas, de conciertos, de llamamientos a la milicia, de descanso de personas con la espalda encorvada por los años, de lugares dónde se engañaba a un animal con dos pitones con trapos de colores rojos y  amarillentos… Todo, mucho de lo que somos, es y está en la plaza. 

Quizás, no somos conscientes, de la belleza, de lo que tenemos, quizás, en este terruño, tenemos una relación dialéctica-paradójica-sofística con lo que somos y estamos y disponemos. Quizás, porque en todo actúa un doble nivel de realidad, la consciencia y la inconsciencia. Quizás, no terminamos de amar la tierra que nos sustenta, porque sentimos, que personas cercanas a nosotros, en todas las familias, tienen algunos miembros, que se han tenido que marchar-volar a otro lugar, quizás, quizás incluso nosotros mismos, quizás hermanos, quizás hijos… Y, sentimos, ese doble filo, por un lado, amamos lo que tenemos, por otro lo desamamos, porque lo que más hemos querido, está lejos. 

Quizás, esta plaza nos podría ayudar a entender, que tenemos que cambiar de mentalidad, es necesario que creemos industrias, que es el modo único de que nuestros hijos y nietos y hermanos y abuelos y padres, no se tuviesen que ir, en algún tren, a otra ciudad, para poder vivir y sobrevivir. Y, desde entonces, ya solo volvieron de visita… 

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