Feministas de Pueblo.- Queremos comenzar este artículo con un dato descorazonador: en la última encuesta del CIS sobre las cuestiones que más preocupan a la ciudadanía en España, nos encontramos con que la percepción de la violencia de género ocupa un lugar ínfimo (http://www.cis.es/cis/export/sites/default/-archivos/indicadores/documentos_html/tresproblemas.html).
Teniendo en cuenta que, según la macroencuesta 2019 de violencia sobre las mujeres, se estima que 2.234.567 mujeres residentes en España de 16 o más años han sufrido violencia física de alguna pareja o expareja a lo largo de sus vidas, no es baladí que reflexionemos, no solo sobre por qué los hombres ejercen tal violencia contra las mujeres, sino por qué en nuestro país se concede tan poca importancia a este asunto. Todavía está lejos ese futuro imaginado en el que no tengamos que dedicar un día de noviembre a recordar a las víctimas de violencia porque, desgraciadamente y aunque suene a cliché, en nuestro país, esta enfermedad social que es la violencia de género tiene a la mitad de su población como víctima posible.
Aunque la violencia machista tiene muchas aristas sobre las que profundizar, nosotras, las feministas de pueblo nos vamos a centrar en el ámbito rural, dado que, si bien esta violencia tiene muchos puntos en común con la que se da en otros ámbitos, es evidente que en los pueblos presenta ciertas particularidades.
Como ilustra el último informe de 2020 sobre Mujeres víctimas de violencia de género en el mundo rural, realizado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, una de estas particularidades es que las mujeres de las zonas rurales no saben conceptualizar adecuadamente el término violencia, de tal forma que no se considera que ser mujer sea una variable determinante. De hecho, sólo el 10% lo considera un problema social y otro 10% sigue pensando que es un problema más dentro del matrimonio (otro casi 9% no sabe o no contesta). Queda mucho por hacer. En lo que sí hay opinión mayoritaria, más de un 87%, es que la educación en colegios e institutos se muestra como la única opción para erradicar la violencia. Algo que, aunque parece de sentido común, todavía encuentra resistencias, tanto por parte de la Junta de Comunidades, que no termina de poner como obligatoria una enseñanza de carácter coeducativo, como por parte de la administración central, que tampoco da respuestas a través de un marco legislativo contundente.
Pero sigamos desgranando el informe, pues su contenido nos va a dar pautas para seguir trabajando. Por ejemplo, seis de cada diez mujeres del medio rural conocen a una mujer que ha sufrido o sufre violencia de género. ¿De qué tipo? Las violencias referidas son: el control sobre la manera de comportarse, de vestir, de andar, de moverse, en público; el control sobre las relaciones y contactos sociales, y el control sobre el comportamiento en el ámbito privado, ya sea en casa o con familiares. Pero hay más. Las mujeres mencionan como violencia: «Minusvalorar las capacidades para el estudio y trabajo», «Reducir los recursos económicos”, “Controlar el tiempo y las salidas y entradas al hogar, preguntar con quién se ha hablado», «Vigilar y espiar tu móvil. Controlar tus amistades y tu forma de relacionarte», «No apoyar el ascenso de la mujer, no alegrarse por sus logros profesionales».
En este contexto, nos preocupa especialmente los efectos que la pandemia está teniendo en la situación de las mujeres, especialmente en las que están sufriendo violencia de género. El confinamiento ha reforzado la situación de aislamiento en la que se encuentran miles de mujeres que conviven con su agresor. Además, la crisis económica que estamos viviendo genera más incertidumbre y miedos en las víctimas que dependen económicamente de sus parejas, pues reduce las posibilidades de liberarse y alcanzar cierta autonomía a través de un empleo que, en la actualidad, es tan difícil de conseguir.
De forma general y tal como han sido recogidas por la ONU, las violencias ejercidas contra las mujeres pueden ser de carácter físico, sexual y psicológico. En estas categorías se incluye la violencia ejercida por un compañero sentimental (violencia física, maltrato psicológico, violación conyugal, femicidio); la violencia sexual y el acoso (violación, actos sexuales forzados, insinuaciones sexuales no deseadas, abuso sexual infantil, matrimonio forzado, acecho, acoso callejero, acoso cibernético); la trata de seres humanos (esclavitud, explotación sexual); la mutilación genital, y el matrimonio infantil. Las cifras de víctimas que hay detrás de estos enunciados son espeluznantes. Baste recordar que el año pasado casi una de cada cinco mujeres y niñas en el mundo, una de cada cinco, fue víctima de algún tipo de violencia de las que acabamos de enumerar. Echen la cuenta. Por lo pronto, en España, en lo que llevamos de 2020, 79 mujeres han sido asesinadas, 40 según las cifras oficiales.
Acabar con la violencia contra las mujeres no es fácil: tenemos por delante un trabajo de transformación social urgente, para el que es necesario que las administraciones y la ciudadanía se unan y no solo enuncien deseos. El objetivo es erradicar todo tipo de violencia machista y para ello hay que diseñar estrategias sociales y hacer inversiones económicas que doten a las instituciones encargadas de hacer cumplir las leyes de los medios necesarios para conseguirlo. Solo así lograremos alcanzar un futuro en el que haya igualdad real entre mujeres y hombres.
Desde Feministas de Pueblo mostramos nuestro firme compromiso en la lucha para conseguir este objetivo. Nos queremos libres, nos queremos vivas.