¡Hola! Soy Lolailo

LolailoSoy Lolailo .-  "¡Hola a todos! Me gustaría “robaros” dos minutos para contaros mi historia:

Hace ocho años me regalaron un yorkshire. Al principio me negué porque vivía sola, viajaba mucho y mi vida era frenética, pero cuando me lo pusieron en las manos ya no pude resistirme. El perro tenía un extraño cruce y era muy divertido porque, en vez del elegante pelo típico de los yorkshires, era calvo de cuerpo y tenía rastas en las extremidades y en la cabeza. Parecía un león en miniatura y yo me reía porque “las pijas” me preguntaban “en qué peluquería lo peinaban”. Enseguida vi que era muy alegre, antidepresivo más bien, y lo llamé Lolailo por eso del ole-ole tan alegre como él.

Pronto nos hicimos inseparables: lo colaba en el metro, en los autobuses, en el tren y, sobre todo, me lo llevaba todos los fines de semana a la casa familiar, a 200 kilómetros de Madrid, en la que vivían tres octogenarios maravillosos a los que siempre he querido con locura: mis padres y mi tía.

A fuerza de viajar con Lolailo casi todos los fines de semana a mi pueblo, mi madre que, por aquel entonces, inició una demencia senil que derivó en un alzheimer que poco a poco la fue convirtiendo en una niña, se enamoró de Lolailo y cada vez que volvía a Madrid se ponía triste y me llamaba a diario para preguntarme “por su perrillo”. Mi padre, mucho más calmado, sonreía cuando me veía aparecer con Lolailo, paseaba con él y pasaba horas acariciándolo mientras veía la tele o leía un libro. A mi tía le hacía gracia ver como el animalillo la seguía a todas partes y cómo se hacía un ovillo que no se separaba de sus pies o cómo vigilaba cómo se acostaba y cómo se levantaba hasta comprobar que todo estaba en orden.

{mosgoogle}Un día entendí lo que estaba pasando: mis padres y la tita estaban envejeciendo, los hijos nos habíamos ido de casa y les cercaba el fantasma de la soledad, el olvido y la tristeza de la ancianidad. Entonces pensé que si de verdad quería a esos tres ancianos tanto como pensaba, había llegado el momento de demostrarles mi amor dejándoles a Lolailo. Para mí fue un terrible desgarro, pero algo me decía que era mejor así: el perro nunca estaba solo y los abuelos, además de no caer en una depresión y contar con un guardián leal en casa, tampoco. Yo iba todos los fines de semana al pueblo y, cuando llegaba, Lolailo y yo hacíamos una fiesta, íbamos a todos los sitios juntos y hasta dormía a mis pies aunque, cuando me iba, pocos saben que conducía pensando en volver enseguida, llorando de amor y desgarro a la vez.

Porque los que no tienen perro quizás no pueden entender lo que significa un animal, lo que enseña, lo que aporta. En un mundo podrido de mentiras, Lolailo me enseñó que él era un ser auténtico, de verdad, de mirada limpia y sin la coraza del ego y las vendas de la razón. Lolailo era emoción en estado puro que expresaba el amor, la rabia, el hambre, las ganas de pasear, la alegría y cualquier otro sentimiento sin rubor ni mezquindad. Lolailo tenía diversos registros de ladridos, gruñidos y hasta ronroneos para expresar sus emociones. No le hacía falta hablar porque entendía las palabras y hasta las frases completas. Además, a veces ha llorado conmigo cuando nadie me ha visto llorar, aunque incansable, no paraba de hacer monerías hasta lograr que dejara de estar triste.

Igual que tendríamos que bucear si quisiéramos comprender cómo es una persona, para entender la forma de ser de Lolailo hubiera bastado con tomarse la pequeña molestia de conocer cómo es un yorkshire. Porque, Loalilo, no hizo sino sacar a relucir su naturaleza y su esencia: mordisqueaba las cosas _a veces hasta se ganó alguna bronca y un manotazo cuando nos cayó algún mordisco a nosotros porque intentábamos despojarlo de lo que él creía sus pertenencias o su territorio- y, como todos los yorkshires, ladraba mucho, aunque quizás él ladraba más porque vivía con tres ancianos casi sordos y tenía que avisar cuando le pasaba algo a cualquiera de ellos. Más de una vez mi madre ha estado a punto de caerse de la cama y hemos llegado a tiempo gracias a Lolailo. Como un guardaespaldas, también vigilaba a los abuelos en el baño o en sus respectivas habitaciones y sabía a qué hora se acostaban, cuando se levantaban o cuando iban a venir a recogerlos para llevarlos a sus terapias. Y eso sin contar de cómo avisaba si sonaba el timbre, llegaba un extraño, se quemaba el aceite, olía a butano o acechaba un peligro. A veces nos gruñía cuando nos acercábamos a los abuelos, como queriendo decirnos: ¡os estoy vigilando!

Sólo hubo una semana en la que Lolailo “no hizo su trabajo”; fue una semana en la que se subió a las rodillas de mi padre y de ahí no se movió. Nadie entendíamos por qué ni el incentivo de ir a la calle le hacía moverse de ahí pero, cuando al cabo de unos días murió mi padre (en el tanatorio, los vecinos nos dijeron que Lolailo no dejaba de aullar), comprendimos que Lolailo lo sabía y había querido estar con él hasta el final.

A partir de ese momento, ya sólo quedaban en casa las dos abuelas y Lolailo se volvió más posesivo que nunca y como si con la muerte de mi padre, hubiera asumido el rol superprotector y tuviera que vigilar más que nunca. En casa hay una persona que cuida a las abuelas todos los días pero, como libra los fines de semana, los hermanos hicimos turnos para cubrir el sábado y el domingo aunque, con independencia de “cuando me toque o no”, yo sigo yendo desde hace más de diez años a mi pueblo casi todos los fines de semana. Lamentablemente, el fin de semana pasado, decidí quedarme en Madrid…

Y digo lamentablemente porque el domingo por la noche me llamaron diciéndome que Lolailo había muerto. No os podéis imaginar en qué estado me quedé: ¡tuve un ataque de dolor!, y un grito horroroso salió de lo más profundo de mí. Además, me contaron un montón de gilipolleces y yo, que conozco a mi perro igual que todos los dueños conocen al suyo, sabía que me estaban mintiendo. Poco a poco descubrí la verdad: el perro se desnucó alguien de mi familia le había atizado un golpe, porque -según dice- le molestaba en el cuarto de baño mientras arreglaba a mi madre.

Imaginaos el dolor: 1º) aunque necesito pensar que todo ha sido un accidente, me parece que ir a casa de otros y atizar un golpe a cualquier ser de esa casa (y, evidentemente, Lolailo era uno más de la familia), de por sí ya es una falta de respeto terrible. 2º) Decir que el perro molesta, cuando sólo está haciendo LO MISMO QUE HACE A DIARIO, es una torpeza brutal porque, el animal, sólo estaba cumpliendo con su trabajo de seguir los pasos de mi madre, y vigilar. 3º) Además me parece que los adultos, no nos ponemos en la piel de los ancianos y, en este caso concreto, en lo importante que el perro era para las abuelas, en la misión esencial que hacía. Salvando las distancias, para las dos abuelas, quedarse sin Lolailo, es como para un ciego quedarse sin lazarillo porque además de la compañía física, está la emocional. Por eso, me pregunto: ¿quién va a ir a hacerles compañía 24 horas durante 365 días? ¿Quién va a sustituir esa alegría y ese apoyo con la misma lealtad? 4º) Lo más triste de todo es que como si fuera un objeto que se rompe, la misma persona que golpeó al perrillo, ni siquiera se ha preocupado de cómo estaríamos las personas que queríamos a Lolailo, y con esa actitud de “tirar la piedra y esconder la mano”, olvida que un perro es uno más de la casa.

Si todo terminara aquí, personalmente “sólo” tendría que reciclar el dolor por la muerte irrespetuosa pero desafortunada de Lolailo, pero no, ¡qué va!: ni siquiera llamó para decir “lo siento”, “qué disgusto tan grande”, “entiendo cómo te sientes”, “¿cómo estás?”, “perdóname”, “ánimo”. Hubiera sido tan fácil como eso, como tener un arrebato de humanidad por su parte para que yo “sólo” tuviera que reciclar el dolor. A veces pienso que somos amables para reparar el retrovisor de un coche que hemos roto o para ser muy sociables, amables y hospitalarios y parecer impecables ante los demás pero, a costa de tener doble moral escondiendo una barbaridad así y reaccionando con una callada por respuesta.

He estado una semana en cama, sin poder ir a trabajar, con fiebre y sin poder dormir. He tenido que tomar pastillas y mi pareja dice que lloro mientras duermo. Y lo peor de todo: siento que, de momento y por un tiempo, esta historia me ha borrado el camino de regreso al pueblo porque me he bloqueado y soy incapaz de ir allí: o bien porque hoy por hoy creo que me costará soportar tanta violencia, o bien porque no me quito de la cabeza la imagen de mi perrillo recibiendo un golpe brutal hasta desnucarse (¡sólo pesaba tres kilos!), o bien porque no sé cómo reaccionaré cuando me encuentre con quien ha sido incapaz de pedir disculpas, preguntar cómo estoy o decir que lo siente, o bien porque mi madre, con su alzheimer, me va a preguntar mil veces dónde está el perro ya que es inevitable que me asocie a Lolailo (al desaparecer, no sólo no ha dado ni una explicación al respecto, sino que, ¡encima!, me obligará a mentir y a cubrir su acción cuando mi madre –que no tiene culpa de nada- me pregunte mil veces por el animal).

Personalmente prefiero el diálogo porque nunca he servido ni para tapar las emociones, ni para desahogarlas por la fuerza bruta. Sólo a veces, a través de la palabra y la creatividad he podido curar las cosas feas de la vida. Ahora, y ya que quienes parecen partidarios de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo” han impedido ese diálogo, me parece justo desahogarme, proclamar esta injusticia, homenajear a Lolailo y a otros animales contando sus historias y compartiéndolas para que no se vuelva a repetir.

He creado el blog http://soylolailo.spaces.live.com/?lc=3082 y la cuenta de correo soy-lolailo@hotmail.com para recibir vuestros consejos y vuestras ideas: cada entrada será como un abrazo, quizás el abrazo que no me ha dado quien debería haberlo hecho. Estoy emocionada porque nada más poner la página en circulación, se ha corrido la voz y el tema ha llegado a una revista canina inglesa que está interesada en publicar un reportaje sobre Lolailo y Joaquín, un amigo sensible y solidario le ha hecho un video que ha colgado en youtube http://www.youtube.com/watch?v=BZYOSVSywb4 .

Todos debemos aprender que la vida es sagrada y un perro no es un objeto: con sus defectos y sus virtudes, sus ladridos y sus manías, su buena y su mala educación, es un miembro más de una familia, un amigo que nunca falla y un ser que daría la vida por otros seres: como Lolailo, que recibió un golpe “en acto de servicio”.

Gracias por todo y, por favor, intentemos, entre todos, impedir que se le falte el respeto a los animales y que, quien lo haga o lo encubra, se avergüence de su indiferencia cruel, de su incapacidad para pedir disculpas y curar las heridas que ha podido causar a muchas personas.

Un abrazo: de Lolailo y de todos los que lo quisimos."

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