Alaridos callados por descargas de fusilería, ‘a por ellos’ y ‘a por los bastardos franceses’ arrancados con garfio del estómago, y esa turba encolerizada, armada con hoces, horcas y varas, calle arriba y calle abajo.
Cascadas de aceite hirviendo; una vieja vagabunda aullando a la muerte después de escupir al suelo una lengua extranjera; la hija del Galán, cachiporra en mano, mandando al infierno a los ‘mesiés’ y Francisco Abad, tomando venganza en el cráneo de un coracero francés, de las lágrimas derramadas por su madre y por su hermano José.
Aquella meretriz, despreciada por sucia y casquivana, yacía sin vida entre cadáveres de jinetes invasores. Con la cara rajada y los dientes apretados se fue al otro mundo, y apretados también sus puños para no dejar en la Tierra aquel mechón de cabellos dorados, como si esperara recibir a su dueño en el averno para clavarle las uñas y asegurarse, todavía más, antes de darlo por muerto.
Manolos agujereados y dragones gabachos degollados alfombraban la avenida. Cañonazos y cascos de monturas a la carga contestados con pistoletazos y destellos de navaja. Fuego, las casas en llamas, bestias quemadas vivas, sangre. Un joven oficial, de ya no tan prometedor futuro, sujetaba sus tripas entre convulsiones, suplicando la caridad de algún valdepeñero que pusiera fin a su sufrimiento.
Carne abrasada, cuerpos desmembrados, heces y sudor. Benjamines plantando batalla junto a sus madres, mamando libertad a pedradas, enfrentándose a la puta vida, imberbes, con los cojones encogidos y el pecho henchido de odio. Por su padre, por su madre y sus hermanos, por sus abuelos y sus primos, por su vecinos, por su patria, por los muertos de la colina de Príncipe Pío, por ‘¡su puta madre!…¡morid bastardos!…¡hijos de putaaaaaaaaaaaa!’
Relinchos de muerte, cinchas rajadas, humo y olor a pólvora. Andanadas de artillería desde los cerros, balas de cañón reventando paredes y cuerpos. Cabalgaduras despavoridas, voluntad infranqueable, cenizas, fantasmas que se yerguen entre las ruinas, espectros navajeros, hojas oxidadas hundidas en la carne palpitante, vientres desgarrados. Arcabuzazos a discreción, retirada, retirada, mecha prendida y sables quebrados. Redobles de dolor, piel maceada, recuento de muertos, más cenizas, más dolor, más escombros, pueblo, pueblo, más pueblo, Valdepeñas, España…