Espectros

Desde los nueve años llevo con ellas. De los cien complejos que he tenido, ninguno ha sido por ellas. He querido ser más alta, más baja, con más tetas, menos culo, más delgada, o ser rubia o pelirroja, tener el pelo liso o con ondas definidas, pero nunca me he sentido mal por llevarlas.

Han sido rosas, de pasta, de metal, marrones, rojas, negras, grandes, mínimas… He llorado con ellas, a veces, hasta de risa, me he enamorado con ellas, he sufrido decepciones sin quitármelas y disfrutado de bellos paisajes siempre a través de ellas. Forman parte de mi yo. Por eso no entiendo esas escenas románticas donde el chico se las quita a la chica cuando se acerca a ella para juntar los labios (todo muy lento, eso sí). He besado, abrazado y… (paro aquí, que ya sabéis que mi madre me lee) con ellas puestas. Solo me las he quitado por obligado cumplimiento (por lo visto no se puede parir con gafas, chiquetes, y el fotógrafo de mi boda, que me decía no sé qué leche de los reflejos). Spoiler: después me las puse toda la noche porque los cubatas, aparte de beberlos, hay que verlos.

No son solo mis ojos. Si me las quito, no oigo (recordad al Panza los de los Marianistas, ¡lo que entendía yo a ese señor cuando decía la famosa frase!). Para mí, ir sin ellas es la desnudez extrema, la suma fragilidad, la confusión abismal.

Y, hoy, lo que no han conseguido los chicos que me han besado (mamá, no han sido tantos) ni los amigos con los que he reído hasta llorar lo ha hecho un simple trozo de tela desechable. Habéis pasado de ser seres emergentes en la niebla de mis lentes empañadas a manchas borrosas distorsionadas que se mueven. Voy desnuda por la calle, con las gafas en la mano. Si no os saludo, no es por altanería o capricho. Es que no veo.

Beatriz Abeleira
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5 COMENTARIOS

  1. Perentoriamente interpelado y absolutamente identificado. Primero, porque yo también las llevo desde hace mucho (los 13) y sin como un parte más de mi propio cuerpo (en este caso de quita y pon, como los puños de Mazinger o los pechos de Afrodita). Segundo, porque también me siento como si viviese en el Londres victoriano desde que se nos condenó a la mascarilla. Y tercero, porque a mi hija de 10 años se las acaban de poner. Bueno, y un cuarto, y es que que cuando el Panza decía aquello y lo contaban como anécdota graciosa, yo siempre aclaraba que de graciosa nada, pues tenía más razón que un santo, y los que lo hemos experimentado lo sabemos. Acordándome ahora, creo que en aquel «zulo» del latín, éramos mayoría los que llevábamos gafas, y ahí, en «petit comité» (¿Cuantos éramos?¿4?¿5?), nadie se reía de la frase del Panza 😉

    • La ptimera vez que le escuché la frase fue en primero en Música, y allí estábamos cuarenta y tantos mangurrianes. Luego, ya en el zulo de tercero, sí estábamos más «a gustito». Si eres quien pienso, ;-), creo que solo tú y yo (y el susodicho) llevábamos gafas. Pero, eso sí, de cinco éramos mayoría. ¡Ja, ja, ja!

  2. Lo cierto es que puede ser tremendamente molesto si no se encuentra la posición correcta.
    Sin embargo, un estudio realizado en China sugiere que las lentes podrían ser una protección extra contra la ‘COVID-19’…..

    • Si me las ajusto bien cuando salgo de casa. el problema viene ahora con el fresquete mañanero, caminar y hablar a la vez. Se mueven en un plisplás y ya estás en el Londres victoriano, como dice Wayne.

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