Carlos Sanz.- A 8 kilómetros de Santa Cruz de Mudela, se encuentra la pedanía de Las Virtudes que puede presumir de albergar uno de los santuarios más curiosos de la provincia de Ciudad Real. Anexo al santuario también nos encontramos con otra construcción singular, una plaza de toros cuadrada que junto con la hexagonal de Almadén se apartan de la habitual tipología circular de este tipo de elementos. Para que os hagáis una idea de la importancia de este conjunto, en 1981 se declaraba Monumento Artístico Nacional a la ermita y la plaza de toros cuadrada de Las Virtudes.
Según la mayoría de estudios, se cree que el poblado junto a lo que hoy es la plaza, estuvo ocupada por celtas, romanos, visigodos, sarracenos y cristianos. La casa que hay en ella y parte de la ermita era almacén de la época visigoda, ya que las columnas que sostienen la galería norte son de esa época, hecho contrastado al encontrarse en sus inmediaciones algunos restos humanos de dicho período. Al parecer el espacio que ocupa hoy la plaza de toros era un campamento y la casa una venta. Durante la reconquista cuando los sarracenos invadieron la zona, encontraron en las inmediaciones de Las Virtudes un poblado abandonado. Ellos lo reconstruyeron para hacerle frente a los cristianos. Así restauraron el espacio que hoy es plaza de toros para acampada y el almacén para guardar armamento. La zona se transformó también en una retaguardia de los ejércitos cristianos, cuando fue avanzando el proceso de la Reconquista y era necesario mantener buenos jinetes y caballerías en buen estado de reserva. De esta forma, dicho lugar se convirtió en un espacio inmejorable para el adiestramiento y avituallamiento de las tropas.
La plaza de toros se construyó junto a la primitiva ermita con materiales de la zona, ornamentada con madera de motivos mudéjares en los techos y en los soportes columnas toscanas de poca altura. El techo del suelo-cuadro de su galería está construido de revoltón con artesonado curvo. La galería alta está formada por balaustrada y zapatas de madera en color almagre y techada al estilo múdejar con pendiente. Considerada, por tanto, como la plaza de toros cuadrada más antigua del mundo que aún se conserva, es anterior en un siglo a la de Almadén. En 1981, se declaraba Monumento Artístico Nacional. En el dintel de una de sus puertas, de aquella conocida como “Casa De la Despensa”, podemos apreciar la fecha de 1641.
LA IGLESIA
La antigua ermita del siglo XVI, es una iglesia reconstruida en diversas etapas. Inicialmente, se trataba de una iglesia muy pequeña de tipo rural, tenía poca altura y el techo era de estilo mudéjar, el suelo de piedra de la zona con aspecto de mármol, el cual se mantiene en la actualidad. Tras el relato oral de la aparición de la Virgen de las Virtudes a principios del siglo XVII, se propició la ampliación de la iglesia, ampliándola y adosándole el almacén o campamento que había sido en periodo árabe. Esta ampliación se construyó con un artesonado del siglo XVII. La división entre la nave asignada y la capilla mayor la divide una rejería de madera construida en 1707 de autor anónimo. En el exterior la torre que corona la nave principal es cuadrangular con chapitel construido con pizarra, de forma octogonal, más pequeña, terminando en aguja y rematado con una bola y una cruz.
Las sorprendentes pinturas barrocas del camarín
Del interior destaca de esta época la capilla mayor y el camarín, de bella decoración barroca. El camarín fue construido en 1694 y se pinta en 1699, mientras que la cúpula de la capilla mayor fue construida por Fray Francisco de San José en 1711 y pintada en 1715. El programa iconográfico alude a temática mariana. Según los estudios realizados por el profesor de historia del arte, Enrique Herrera, la cúpula simula un gran espacio abierto con balaustrada como simbología del universo celeste. El tema principal es la figura triunfante de María Inmaculada con el dragón a los pies, cuya lectura es la victoria del bien sobre el mal. Las pinturas de los muros representan diversas escenas como los desposorios de la Virgen, el nacimiento de Jesús, la adoración de los Reyes y la huida a Egipto, y aunque han sido atribuidas a Palomino no hay documentación que así lo atestigüe.
Pero donde nos encontramos un programa iconográfico valioso y sorprendente es en el camarín. Comienza en uno de los laterales de la escalera, con la escena de la creación y el árbol de Jessé; en los lunetos de la bóveda, los evangelistas y ángeles músicos. Además, en todo el camarín hay una sucesión de trampantojo, con arquitecturas simuladas de gran belleza, además de alegorías de virtudes cardinales y teologales. En el centro del techo, se remata con la escena de la Coronación de la Virgen. Las pinturas son un claro exponente del cielo barroco, recreándose en los placeres sensuales, la armonía de los instrumentos musicales, cuyo objetivo es deleitar a María y los Santos, mientras que el colorido produce un llamativo efecto sensorial en el espectador.
Sin caer en la grandilocuencia, puede afirmarse que las pinturas del camarín son los mejores frescos del barroco ciudadrealeño junto con las del palacio del Viso del Marqués y aunque los dos lugares tienen la influencia italiana, no fueron realizados en el mismo espacio de tiempo, ya que las pinturas del palacio son del Renacimiento, ejecutadas entre 1584 y 1586, y las pinturas del camarín de las Virtudes y su acceso fueron realizadas más allá de 1700, existiendo más de un siglo de diferencia en su realización.
En las pinturas del camarín se desarrolla un verdadero programa iconográfico en un falso edificio arquitectónico a manera de “trompe-l‘oeil” (apariencia ilusoria de la realidad física). Las pinturas al fresco del conjunto del camarín son de factura rápida y de efecto decorativo y quien las realizó tenía las ideas bien claras de los efectos que se perseguían. A día de hoy, se sigue especulando sobre qué artista o qué escuela pudo realizar tales trabajos, pero el misterio permanece sobre uno de los santuarios más genuinos que podemos encontrarnos en nuestro territorio.
Para más información: Web ayuntamiento de Santa Cruz de Mudela
Carlos Sanz.– Durante más de 12 años me he dedicado al oficio de contar las cosas. En la universidad me convertí en historiador del arte, me metí en el proceloso mundo del turismo formándome como informador turístico y trabajando como técnico. De todo ese batiburrillo sale una devoción, la de comunicar, una pasión por el patrimonio, lo cultural y el arte. De eso va esto.