Fermín Gassol Peco. Director Cáritas Diocesana de Ciudad Real.– La situación que padece la humanidad desde hace meses nos ha hecho caer en la cuenta de una manera cruel de nuestra endeblez y debilidad, de nuestra pequeñez ante los envites imprevistos de la vida. La inhumana soledad padecida por tantas personas en sus últimos momentos así lo certifica.
Este año la celebración del Corpus Christi ha venido precedida por la presencia del Señor en el silencio, la ausencia sacramental y el dolor. En estos meses ante la imposibilidad de asistir a las Eucaristías y alimentarnos con su Cuerpo, la Fe se ha estado nutriendo del amor a los hermanos con acciones, oraciones y plegarias hacia quienes han padecido esta enfermedad sufriéndola en soledad y precariedad.
Todos sabemos que la Iglesia durante este tiempo ha permanecido abierta porque así han estado los corazones de los creyentes, viviendo y poniendo en práctica dentro de la intimidad de los hogares, iglesias domésticas, todas las verdades aprendidas desde niños; quizá estos días hayan y estén sirviendo para analizarlas y comprobar el estado en que se encuentra nuestro amor a Dios y a los hermanos. De ahí que la Caridad tampoco haya cerrado acompañando, acogiendo, consolando y ayudando a las personas en situación de precariedad material, sanitaria y social. La Iglesia siempre presente en los hospitales, en las Casas de Acogida, en leproserías, en las cárceles, en los barrios más pobres, en los lugares más apartados, entrando a diario en los hogares con la celebración de la Eucaristía. Obispos, sacerdotes, religiosos, monjas de clausura, voluntarios, voluntarios liberados, el Pueblo de Dios dando testimonio de que la Iglesia ha estado más activa y creyente en estos momentos de pandemia.
Los Templos han estado cerrados, pero la Iglesia ha permanecido abierta, amando y dando testimonio de que Jesús ha Resucitado. Amando, teniendo necesidad de Dios, haciendo hambre de Eucaristía, satisfaciéndola durante estas pasadas semanas con la comunión espiritual, la oración permanente, la confianza puesta en el Señor abandonados a su providencia y hambre también de seguir acogiendo a los hermanos como signo expreso de esa comunión eucarística.
La Caridad, virtud permanente de cuyo carácter escatológico hemos vivido durante estos días a modo de palidísimo ejemplo, fruto de ese Amor que Cristo nos ha dejado en la Eucaristía cuya fiesta celebramos este año de una manera inusual, pero igualmente profunda.
En su mensaje habitual https://conferenciaepiscopal.es/mensaje-con-motivo-de-la-festividad-del-corpus-christi/ que recomiendo leer, los obispos miembros de la subcomisión Episcopal de Acción Caritativa y Social hacen una primorosa teología del Amor a la Eucaristía y a la Caridad, a la inexorable unión de Cristo con los pobres.
“Hoy, día del Corpus Christi y de la Caridad, la Iglesia que peregrina en España da gracias a Dios por los miles de católicos que, unidos al Señor, iluminados por su Palabra, alimentados del Cuerpo de Cristo, viven ofreciendo sus vidas y sus recursos a los más necesitados. Damos gracias a los agentes de pastoral, a los voluntarios de Caritas y de tantísimas otras instituciones de la Iglesia. Esta familia que es la Iglesia invita a orar con intensidad por todos ellos, para que el Señor les regale fortaleza de espíritu y lucidez para afrontar la nueva realidad de necesidad y pobreza que está emergiendo”.
Este año no resulta posible expresar la hermosa fiesta del Corpus Christi en nuestras calles pero sigue siendo posible visitarlo en el Sagrario cada día, comerlo como Pan de Vida y reconocerlo en nuestros hermanos más empobrecidos. Porque si bien no se celebrarán procesiones, ni habrá alfombras y flores que rindan homenaje al paso del Señor, Él sigue ahí haciéndose presente cada día en las Eucaristías y de una manera especial en las personas empobrecidas.