Manuel Valero.– Tengo ganas de ver el Paseo de San Gregorio. Muchas. Y de caminar bajo su arboleda que hoy extraño desde que nos asedió esa insignificante e insidiosa cosa. Tantas ensoñaciones de pasado y de futuro para descubrir que la felicidad era eso: una apacible caminata hasta la ermita de la Virgen de Gracia, y más allá, y regresar a casa después de gozar de un relajante paseo.
O un garbeo por el Valle minero o una marcha a paso rápido hasta la Dehesa Boyal. A cada día que pasa el discreto y depauperado río Ojailén me parece un pequeño Amazonas que nadie visita ahora para no romper la línea de la trinchera doméstica.
Toda esa cotidianeidad tan devaluada por la costumbre me parece ahora de un valor incalculable. No hace ni quince días y ya adivinabas los primeros brotes de la primavera en el anciano y vitalista árbol del balneario– un olmo viejo machadiano-, los raros abedules, el almuz, los cipreses, los robles, en el exótico ginkgo biloba y en los brotes suspirantes del árbol del amor. Veías al personal de jardines afanado en el embellecimiento de este vergel urbano tan nuestro, a la gente que se aprovisionaba de agua agria cumpliendo con un hábito ancestral sin pensar en lo que estaba por llegar.
El Paseo de San Gregorio está a apenas trescientos metros de mi casa y sin embargo lo veo tan lejano como la antípoda más antípoda que le pueda corresponder a Puertollano si trazáramos una línea recta por el interior del Planeta. A lo que más llego es a mirar en dirección al añorado parque pero la perspectiva se ciega unos metros más allá de mi balcón. Y es cuando lo echo de menos. Echo de menos su árboles, los setos, las flores, la yerba, la Casa de Baños, la Fuente Agria, la vista del gigante minero sobre las peñas, a la gente con la que te encuentras y hablas de asuntos menudos. Me acuerdo ahora de Manuel Serrano, con su característico caminar. Siempre que lo veo charlamos un rato. De fútbol, que él sabe mucho porque lo practicó profesionalmente en el Calvo Sotelo. Me cuesta habituarme a que pasen los días y no pueda acercarme a la Librería La Mancha, a hablar con Pepe de las últimas novedades y del derrotero de mis libros.
No es sino la brutal ausencia de las pequeñas cosas las que nos toman ahora con su verdadera dimensión. El alejamiento social nos hace ausentes todos de todos y el rosario de ocupaciones menudas con que llenábamos el día alimentan esa ausencia social que nos asienta en la verdadera esencia del ser humano para bien o para mal: la vida en común sin más soledades que las voluntarias, a veces, tan reconstituyentes.
Estos días continuo con mis cosas, mis proyectos, a la espera de que la plaga se aleje para no volver más, pregunto por los amigos contagiados, me duelen las bajas que el covid 19 se cobra entre mis vecinos, y me trago la rabia de no poder hacer nada más que lo que me han dicho que haga. Y escribo mucho y cuelgo cosas en mis muros, aun a riesgo de parecer petulante. Me serena la conciencia: si puedo ofrecer unos minutos de distracción a los lectores, eso que gano. La alcaldesa, Isabel Rodríguez, está entre la lista de contagiados pero es polvorilla y seguro que va a mejor, como mi amigo Juan Carlos, más lento, pero ahí va el bicho luchando contra el bicho con alguna heroicas pinceladas de humor.
Cada día que pasa recibo por los medios de comunicación el parte de guerra y hago mis propios cálculos y no me detengo ahora en nada más que en esto pase cuanto antes. Cada noche después de la tarde de la ira en que salimos al balcón a sacudirnos la ansiedad, confío en la cercanía del techo maldito que nos indique el punto de descenso. Pero sobre todo, hago cuentas para el primer día de postpandemia. Tranquilamente, que esto no será de una vez a mogollón todos saliendo a la calle como el ganado, y en esos deseos inmediatos anoto el paseo que me voy a dar por mi ciudad y a mirar los árboles, las personas y las cosas como si hiciera un siglo que no los viera. El primer trago de agua de agria será como un elixir de dioses y la prueba irrefutable de que hemos vuelto de nuevo a la rutina de la cotidianeidad y al afán de todos los días, cada uno desde su pequeña gran historia personal. Volver a lo común. A la felicidad, que es lo mismo.
Que la cuarentena os siga siendo más leve con los días.
Hoy, hemos conocido la muerte del profesor, Angel García, victima colateral de la pandemia. DEP
Todo volverá. Pero habremos cambiado…..
sí. alguno va a cambiar la historia, pero para mal. los progresistas habeis condenado a españa a muchos años de miseria y sufrimiento. otra vez, otra vez.
Es culpa del Sr. Zapatero. Ja, ja, ja….
No…de Franco.