El pequeño Álvaro con el brazo en alto y tratando de imitar el rotor de un helicóptero con su onomatopeya de colegial hacía girar una tostada descomunal de la que goteaban pellizcos de compota. Estaban los Tena de un optimismo a prueba de cualquier chaparrón, dispuestos a dar cuenta de un estupendo desayuno y con el plan inminente de pasar sin contemplaciones su primer día de playa.
{mosgoogle}-¡A la playa! –ordenó Gregorio- Y quien no quiera playa ¡castigado a la playa! –sentenció con su risa huracanada. Su hijo Luis le perdonó la vida por enésima vez y Aurora sonrió ante el indesmayable optimismo de su marido.
Poco después descendían los Tena en procesión por la senda que comunica la casa de la señora Rábago con la pequeña playa, resguardada entre dos abrigos naturales como arbustos gigantes. Alvaro disparaba a las gaviotas con su dedo de pistolero y su madre de nuevo con Alvarito, ten cuidado, mira dónde pisas que te vas a caer… Pero los Tena se tenían aprendido el camino de memoria y cualquiera de sus miembros era capaz de subirlo o bajarlo de día o de noche con los ojos vendados con el brazalete de los lutos.
En realidad el camino era escarpado pero breve sin vacíos lateareles y sin más abismos que el terraplén del cantil. Otra cosa era acercarse al precipio de uno de los tajos a donde le gustaba ir a Gregorio con su mujer, para decirle cuánto la quería, que qué suerte había tenido al haber dado con una mujer como ella, el anda, anda, de ella y algún que otro requiebro para amarse allí mismo y el anda, anda, loco, que ya no estamos para el aquí te pillo y el aquí te mato, el no, pero estamos para el aquí te pillo y aquí te voy a revivir, guapa y risas, y más risas, con el consiguiente alboroto de los pájaros del cantil.
Fue una mañana de playa preciosa. Estaban solos, despreocupados, cada cual a lo suyo, ora me baño, ora no, ora me tumbo, me voy a andar un rato, pásame la pelota, los partidos de fútbol de Luis con su hermana a la que humillaba con sus regates en corto que Alba era incapaz de truncar con graciosos ademanes…
Poco después del medio día se acercaron por allí dos jubilados sabios del pueblo que ya conocían a los Tena de otros años. De modo que nada más acercarse se hicieron los cumplidos, hablaron de cómo se había pasado el año, volando como las gaviotas, el buen verano que estaba haciendo, no tan bueno demasiado seco y la muerte de Olegario, el amigo común de los dos jubilados que se murió durante la siesta con un risueño rictus en los labios que nadie fue capaz de corregirle, como si estuviera encantado de haberse muerto sin avisarse… Y los jubilados que se van firmando la arena con el peso de su pasado…
-Dame un poquito de fluflú… le pidió Alba que acababa de bañarse a su hermano, Luis…
-¿Y dónde está el fluflú? ¿Y qué es el fluflú? –le respondió mirando el horizonte con los ojos entornados…
– Pues la crema para el sol, idiota…
-Pues que te la dé tu novio…
-Yo no tengo novio…
Y así pasaron las horas. Gregorio hasta se durmió un rato, Aurora resolvió un maldito encadenado que se le atascó el año pasado, Alba se bañaba ahora de sol con su cuerpo brillante de aceite, Luis seguía concentrado en el horizonte curvo y Alvaro, por ahí, entre el agua y la arena, dando saltos, agachándose, buscando algo, cogiéndolo, tirándolo y regresando finalmente al regazo materno porque lo había rozado algo y creía que se le iba a llenar el cuerpo de granos.
Los Tena, regresaron a la casa, con el mismo ritual de la bajada, dispuestos a comer y a reposar felices el agradable sopor de la siesta que frente al Cantábrico es menos siesta pero más humana… Hasta ellos llegaba el estimulante aroma de una paella…
-Mmmm, ¡paella! –exclamó el cabeza de familia- ¿Para quién, Alvarito, para quien?
– Papá, si te ríes ahora de lo que acabas de decir me echo a rodar pendiente abajo- atajó Luis…
Después de comer, la casa de la señora Rábago dormitada con todos sus inquilinos dentro…
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