“En ‘Palabras en silencio’, más allá de su función estética, los poemas también nos muestran un cometido social de enorme trascendencia”

Araceli Martínez Esteban, Directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha durante la pasada legislatura, reciente Premio ‘Francisca de Pedraza’, (premio que se concede cada año para distinguir y reconocer la trayectoria de aquellas personas, colectivos, entidades o instituciones que han destacado o destaquen por su compromiso y dedicación en la lucha contra la violencia de género) y prologuista del libro “Palabras en silencio”.-

Los versos, virtuosamente, tienen el don de expresar los horrores para los que, a veces, las palabras cotidianas resultan insuficientes. Ayudan a dimensionar -y redimensionar- los problemas y facilitan el remanso de paz necesario, el punto de gravitación preciso, que hace posible mantener la esperanza en otro mundo mejor.

Así pues, quiero comenzar manifestando mi agradecimiento al Grupo Oretania, como también toda mi admiración y cariño por Luis Díaz-Cacho Campillo, un incansable portador de poesía al proceloso mar de la política y otros océanos difíciles, en los que los versos de Gabriel Celaya “la poesía es un arma cargada de futuro” resultan un faro que irradia confianza.
Aunque la igualdad entre mujeres y hombres debiera ser una aspiración incontestable de las democracias avanzadas, como es el caso de España, todavía perviven un gran número de barreras que dificultan que sea plenamente efectiva.

Esos obstáculos son expresiones de desigualdades estructurales –precisamente aquellas en las que se encuentra el origen de la violencia machista- y, como se ha dicho, aún no han sido superados por completo, lo que conlleva que las mujeres no puedan disfrutar la plenitud de sus derechos y libertades, del espacio público y, en general, de los derechos humanos.

La inquietud que existe por la violencia que se ejerce sobre las mujeres ha ido creando una intensa toma de conciencia social sobre las causas y consecuencias de la misma. El machismo que encarcela a muchas mujeres en la jaula del maltrato psicológico, físico, sexual, económico, ambiental, simbólico, etc., también siega la vida de muchas otras sin más motivación que su pertenencia al sexo femenino, provocando además de la irreparable pérdida de una vida, un gran sufrimiento entre sus seres queridos, especialmente sus criaturas, que también son víctimas directas de esta violencia.

Lo cierto es que este contexto de injusticia social para las mujeres perjudica a toda la sociedad, pues la ausencia de igualdad real y la violencia de género que aquella entraña imposibilitan aprovechar al completo las capacidades de la mitad de la población. No obstante, también es preciso -y confortable, que nunca conformista- señalar que, afortunadamente, la violencia sobre las mujeres y sus criaturas ya no es un problema relegado al ámbito de lo privado, de lo familiar, del interior de cada casa; por ello vale la pena romper el silencio, visibilizar el sufrimiento que ocasiona, clamar contra su normalización y actuar contra estereotipos y roles machistas.
Una de las formas más crueles de violencia de género es la que se produce en el ámbito de las relaciones de pareja y expareja, sin olvidar la preocupación por la violencia de control que se ejerce sobre chicas jóvenes, limitando su autonomía para ejercer el derecho a desarrollar su personalidad conforme a sus propios deseos y expectativas. Pero no deben obviarse otras formas dramáticas de violencia machista, como es el comercio sexual de mujeres y niñas, el acoso sexual, la mutilación genital femenina o las diferentes manifestaciones de la violencia sexual que tanto desasosiego social está generando en los últimos tiempos.

Por todo lo expuesto, hemos de ser conscientes de que nuestras acciones como ciudadanas y ciudadanos pueden contribuir a la erradicación de las desigualdades basadas en el género, pero también a reproducirlas y legitimarlas aun sin pretenderlo, pues la igualdad conquistada no es causa ni consecuencia de un fenómeno social espontáneo, ni tampoco del mero transcurrir del tiempo. Requiere de voluntad social y política, herramientas técnicas y presupuestarias y personas y organismos comprometidos con el cambio social… y cómo no, también requiere de poesía.

Los logros conseguidos en el ámbito de la igualdad entre mujeres y hombres, impulsados principalmente por el movimiento feminista, se aprecian en los intensos procesos de transformación social vividos en los tres últimos siglos, que han supuesto cambios jurídicos, políticos, legislativos, presupuestarios, conceptuales, económicos, incluso lingüísticos.
Las palabras son el vehículo del pensamiento y la esencia de la comunicación. A través de ellas, de las palabras, se manifiestan los sentimientos, se transmiten los saberes, se enuncia la particular forma de cada ser humano de ver y sentir el mundo. La lengua también refleja actitudes, creencias, valores y relaciones de poder que gozan de la consideración social de cada momento histórico, de manera que el lenguaje se va adaptando a la evolución de la sociedad y de sus miembros, creando nuevos conceptos, aportando nuevas palabras que explican mejor esas otras realidades bien porque sean nuevas, bien porque hubieran sido invisibilizadas. En definitiva, el lenguaje y su expresión a través de los géneros literarios crea y recrea el mundo, teniendo la capacidad de evidenciar los retos que a día de hoy quedan por afrontar, como es la superación de la violencia sobre las mujeres.

El lenguaje no surge espontáneamente en la mente de las personas, sino que se va construyendo en el proceso de socialización; por este motivo, el uso de la lengua no es neutral respecto al género, mucho menos en espacios de poder y de producción de conocimiento. En definitiva, el lenguaje transmite una forma de pensar, sentir y actuar; las palabras ordenan simbólicamente el mundo, pues la lengua es intrínsecamente persuasiva, y sin duda, los cambios sociales van acompañados de cambios lingüísticos y literarios.

En la poesía encontramos el lugar convergente entre la comunicación y la belleza. No es posible un instrumento más exquisito para detectar situaciones y contextos claramente sexistas, con capacidad para reflejar la violencia machista y la desigualdad entre mujeres y hombres en toda su complejidad. Y en toda su sutilidad.

En “Palabras en silencio”, más allá de su función estética, los poemas también nos muestran un cometido social de enorme trascendencia. Ciertamente, la violencia de género no es un fenómeno reciente o propio de la sociedad contemporánea, sino que hunde sus raíces en el machismo, el cual impide que los hombres y las mujeres ocupen los mismos lugares a nivel simbólico, material o práctico.

La poesía, no me cabe duda, es poderosa para influir en la percepción social, incluso incidir en los cambios sociales necesarios, en la medida en la que nos trasmite valores y modos de ver la vida y el mundo que nos rodea. Es posible una poesía que refleje la realidad de las mujeres de una manera positiva y capaz de romper estereotipos, e igualmente es necesaria una poesía que se rebela contra las desigualdades y discriminaciones múltiples que impiden a las mujeres y niñas disfrutar plenamente de los derechos que como ciudadanas les corresponde.

Para finalizar, me gustaría compartir unos versos de la poeta Gloria Fuertes, que este 2019 habría cumplido 102 años, y que nos animan a todas las mujeres a seguir adelante, rompiendo las normas y expectativas que la sociedad deposita sobre nosotras y que a veces, aún sin saberlo, actúan como lastres:

Presta a luchar con mi locura cuerda
Quijote y Sancha contra el vulgar e injusto,
el ambiente es hostil, pero da gusto
cuando soporto bien la burla y la befa (…)

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