Manuel Valero.– Hay días en los que transitar por sus horas le acarrea a uno un cansancio anímico tan pegajoso que el exudado existencial no se le va ni con estropajo.
He llegado hasta el punto de exiliarme en la imaginación y cerrar las puertas: El hombre en pleno contacto con la naturaleza sin más ambición que la sencillez de la simple concurrencia de las cosas. Pero esa evasión ni es práctica, ni es real y, además, es una solemne tontería. Sin embargo es difícil adaptarse a los tiempos y mantener el optimismo hasta la hora de la cena. Aunque el cable televisivo te dota de la soberanía de controlar el medio porque eliges los contenidos es imposible sustraerse a las televisiones generalistas.
Anoche saltando de canal en canal como un barquito de papel di con un programa cuya degradación supera todo lo soportable. Sí, es ese en el que unos cuantos y cuantas se encierran en una casa y despliegan a la vista de todo el mundo un vomitivo manual de convivencia, previamente guionizado. Lo triste viene después cuando los medidores de audiencia lo colocan como el preferido de los españoles. Es una pequeña brizna, claro si lo comparamos con el inquietante retablo del mundo.
El mundo siempre ha medido lo que su circunferencia, 40.000 kilómetros que nos decía el maestro de la escuela remota de la infancia. Pero entonces nos parecía inabarcable, misterioso, lleno de paisajes y culturas, insólito. Hoy es un desesperante, incómodo e inhabitable camarote de los hermanos Marx. No tanto por la población de La Tierra que se ha multiplicado, sino por la estrechez a la que la han sometido los avances tecnológicos, los transportes y la televisión.
Las redes sociales, la comunicación instantánea que llevamos en el bolsillo como un paquete de tabaco, las alertas de los diarios y la permanente conexión con el vértigo, asusta. Son útiles y alimentan el conocimiento pero asustan.
El mundo ayer era un planeta ignoto, hoy es un patio de vecindad en el que ves todos los días a Donald Trump y su histrionismo, a su sosia británico y brexitico, Boris Johnson, a Tayyip Erdogán que ha reaparecido tirando bombas contra los kurdos y su stock de refugiados sirios, a Wi Jinping y su espectáculo militar como apoyo a su supremacía comercial. Y de un lado a otro del plantea ciudadanos iracundos guerreando en las calles desde Hong Kong a Quito, o el despertar criminal de los terroristas durmientes. Y todo retransmitido por la tele sobre la mesa recién puesta.
No es que cualquiera otro tiempo recién pasado estuviera ayuno de acontecimientos, se me ocurren a bote pronto, la lucha por los derechos civiles de los negros en EEUU, la revolución cubana, el golpe de Pinochet, la persecución de subversivos en Argentina, los atentados de Munich, la guerra fría a cañón caliente… pero pasaba demasiado lejos, en parte porque el mundo no estaba tan encorsetado ni era tan digitalmente aldeano y en parte porque España era un páramo, que también.
Sin embargo a medida que pasa el día, uno tiene la sensación de que tanta cercanía provoca desasosiego y nos habituamos a convivir con la locura global. Y para colmo el clima orate de este octubre estival que ha sobrepasado con creces los límites permitidos por San Miguel, y nos ha dejado imágenes de encabritamiento general con lluvias bíblicas. No sé. Pero uno se abate.
Consultas cualquier periódico digital y es un vademécum de la sinrazón humana y constatas la irrefutable decadencia de los liderazgos, como la que va de Kennedy a Trump, de Tatcher a Johnson o de Suárez y González a… Bueno ahí lo dejo. Y te vienes abajo, claro. Lo cierto es que si el mundo siempre estuvo loco como la especie principal que lo habita y controla, hoy tenemos la prueba evidente de que es así y que la cosa pinta muy mal: ahí está you tube para recordarlo.
La propagación de todo lo malo incita a la imitación, ojo. Por algo se llama viral. Malo. Siempre me he preguntado por qué hoy que existe una concienciación ciudadana como nunca antes contra la violencia de género se multiplican los casos o porque después del espectáculo mediático de la infame manada violadora de San Fermín aparecen casos como setas. La televisión y su sesgo sensacionalista. La televisión.
Y así mientras nos preparamos a repetir las elecciones de mayo por malos electores (eso dicen los políticos con su proceder, que les dejamos un marrón indecolorable), la salida de la momia franca y la sentencia catalana, en mi pueblo va la justicia y nos aprieta las tuercas con un multazo por un pedazo de terrones frente al camposanto y destapa el apaño de un puñado de empresas para repartirse la obra pública. Y sin llover.
Hoy no es un buen día pero todo tiene remedio. Las cañas del barrio y la charla esquinera no es una ciencia exacta pero es un paliativo ante todo lo que nos vomita el móvil, la tableta, el ordenador y la televisión. En fin haremos caso a George Santayana: La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla. Perdón por el pesimismo y que le den por culo al mundo, pero a mi barrio que no me lo toquen que nos independizamos.
No creo que deba ser usted ni nadie, pesimista.
Lo que hay que estar es despierto.
El escepticismo creo, es la actitud de la madurez.
Y esto es…nada me resulta extraño en la condición humana, ni debe sorprendernos lo peor de ella, ni debemos rechazar que lo mejor de ella pueda seguir sorprendiéndonos.
Sólo el escepticismo tiene sentido, porque la vida lo tiene.
Eso sí, hay que buscarlo.
Y eso siempre ha sido así.
Lo que pasa es que creemos que la Historia empieza en el momento en el que nacemos nosotros o los nuestros.
Y eso es muy egocéntrico.
Pues si Valero, para mandarlo todo a tomar por culo.
Ha leído «Los Asquerosos» de Santiago Lorenzo?.
Sinceramente, no. Pero lo apunto en la lista. Un prota que se llama como yo es una garantía.
Vivimos mejor que nunca. Pero nuestro cerebro humano se inclina en prestar más atención a las noticias negativas y ponerse en alerta. Ser conscientes de ello ayuda a corregirlo…..