Soy Luis Miguel Campo Linares, ex farmacéutico rural para mi desgracia.
El pasado mes de julio deje mi farmacia rural de Solana del Pino (Ciudad Real), por causas familiares, después de diecisiete años trabajando en este pequeño municipio, donde he sido muy feliz y donde he podido desarrollar mi actividad profesional con total libertad y sintiendo de verdad que era farmacéutico (boticario como dicen en el pueblo).
He vivido allí muchos años, mis hijos han nacido y se han criado allí (así lo sienten, son solaneros).
Siendo farmacéutico rural he sentido, sinceramente, como la gente que no tiene casi ningún servicio apreciaba tener una farmacia; me han demostrado su cariño, pero sobre todo algo muy importante, me han respetado como profesional sanitario y como persona, algo que en estos tiempos es difícil encontrar.
Dejar la farmacia ha supuesto para mí una pena inmensa, pero también en mis hijos y en mi mujer. En Solana del Pino dejo grandes amigos, más que amigos familia, que me trataron desde que llegue como si fuera uno más de toda la vida.
El pasado 28 julio, coincidiendo con las fiestas del patrón de Solana del Pino (claro está, no me las podía perder), San Pantaleón, sorprendentemente me dieron un homenaje, agradeciéndome los servicios realizados, no parece algo muy importante siendo una población pequeña, de escasamente 300 habitantes, pero para mí fue lo más entrañable de mi carrera profesional.
No podía dejar de contar esta breve historia de un farmacéutico rural, no para buscar el agradecimiento hacia mi persona, sino para reivindicar el papel de los farmacéutico rurales, nuestra labor y profesionalidad, a pesar de sufrir toda clase de calamidades como bajadas precios, horarios abusivos o guardias desorbitadas (por cierto no remuneradas, ya que en mi caso hacia 182 días de guardia al año, algo que a la administración le parecía “razonable”).
Miguel Campo Linares