Un relato de Manuel Valero.– Daniel aspiró una buena bocanada de aire. Pino y Diana hicieron lo mismo y se zambulleron en la balsa de agua cristalina. Pronto desaparecieron por una oquedad que daba a una diminuta bóveda que servía de respiradero para continuar.
Daniel sacó la cabeza para volver a respirar y continuó buceando, seguido del farero y la muchacha. Los perseguidores al percatarse de que habían huido por el agua, los siguieron. Cuatro de ellos se zambulleron en su búsqueda con un cuchillo entre los dientes. A los pocos minutos Daniel y los demás dieron con el mar por la salida de la cueva y nadaron cerca de las rocas hasta un cañaveral cercano. Corrieron hacia allí seguidos de los hombres. En un momento dado Daniel se detuvo.
-Ya está bien. ¿Sabes luchar?
-Sé defenderme- dijo Pino.
-Tú corre hasta aquellos cañaverales –le dijo a Diana.
-No yo también lucharé…
Dicho y hecho. Pero no hubo ocasión para ello. Daniel comenzó a hacer unas posturas extrañas y desplegó el conocimiento de una lucha ancestral que aprendió en unos de sus viajes. Los cuatro hombres cayeron aturdidos por los golpes que Daniel les propinó con las manos y los pies. El cuarto se resistió un poco pero entre Daniel y Pino lo redujeron.
En ese instante escucharon varias detonaciones de cañón.
-¡Es la guardia del Gobernador¡ ¡Estamos salvados!
Cuando regresaron a la base de los maleantes todos estaban maniatados, otros golpeados y muchos de ellos yacían en la arena sin vida. El militar que mandaba a los soldados se encaró con el hombre blanco.
-Estúpido ambicioso, el gobernador se avergonzará de ser tu padre. El hombre descomunal de la máscara estaba entre los heridos.
Todos regresaron a la costa. Pino, Diana y Daniel subieron al bordo del barco del farero que siguió a la nave militar como una pequeña cría. Durante la travesía les contó los detalles de aquel extraño acontecimiento. Cuando comenzaron a llegar rumores de cosas extrañas que ocurrían en la isla y el temor se adueñó de los pescadores, el gobernador envió a Daniel para que investigara. Daniel conocía la isla desde su niñez antes de que empezara todo. Así que navegó hasta allí, se refugió en la cueva e inicio la labor de espionaje perfectamente camuflado. La explotación ilegal de la plata engordaba las bolsas de una sociedad secreta de desaprensivos, cuyos miembros fueron todos detenidos.
-Y los rituales a la diosa Salona?
-Bueno, a la vez que lo usaban como cortina de humo, en algo tendrían que entretenerse, ¿no?
La noticia corrió como la pólvora por todo el contorno. Y cuando hubieron despedido al intrépido Daniel y fueron reconocidos por las autoridades de la región como verdaderos héroes, Pino y Diana se quedaron solos, uno frente al otro.
-¿Y ahora, qué? -dijo Diana.
-Ahora, haremos el equipaje, cogeré mis ahorros y nos iremos a la ciudad a tomar el primer barco que zarpe –dijo Pino.
-¿A dónde? -preguntó Diana emocionada.
-A América.
FIN
Un relato de misterio con final feliz. Enhorabuena…..