Querida amiga:
Ya, ya sé que no te escribo hace tiempo, pero sabes que ando siempre liada. Esta semana, sin ir más lejos, me he tenido que tragar dos reuniones de vecinos. Como Ulises siempre está de viaje, pues los marrones me los pasa a mí. Chica, lo de los gananciales me quita la vida.
Que no veas cómo son mis vecinos. Se presentan varios para presidente y fue un no parar de propuestas. La del primero C lleva ya un tiempo diciendo que no quiere formar parte de la comunidad, que por qué ella que siempre utiliza las escaleras tiene que pagar el ascensor, que no le hace falta conserje porque friega su parte del rellano y que no le da al interruptor de la luz y sube con la linterna del móvil. Los del bloque I, como locos, le responden que se aguante, que no se hubiera comprado el piso, que apoquine como todos aunque no lo utilice, que cuando baje la bici estática al trastero por la escalera no cabe y va a tener que usar el ascensor… A voces. Claro, que están cabreados con ella porque en un arrebato le dio por colocar las luces de navidad desde el verano pasado, no las quita, las enciende todas las noches y somos la comidilla del barrio: los «taraos de las luces».
El del tercero B, que se presenta este año por primera vez, le soltó un discurso sobre la unidad de la comunidad, que somos todos como una familia, bueno… todos no, porque a los que alquilan el piso turístico se los quiere quitar de encima y que no se les permita bajar a la piscina ni utilizar el ascensor. A eso le respondió el del cuarto H(que también se presenta) que nanay, que pagan su alquiler y tienen derecho como el resto, que mejor vigilar al francotirador anónimo que dispara a las palomas. Y el que se da por aludido es el del tercero B que responde que, si las palomas entran a cagar en su balcón, está en su derecho de espantarlas como quiera. Que el percance de los perdigones en el culo del socorrista fue por culpa de este, que estaba tumbado bajo la sombrilla en vez de vigilando la piscina, porque es un haragán y habría que haberle descontado del sueldo la parte que corresponde a las tiritas y al agua oxigenada que gastó. Y tan enzarzados como estaban no se dieron cuenta de que la del quinto D, que también se presenta, empezó a sacar una inmensa lista de su bolso, que ríete tú del de Mary Poppins.
Empezó a leer y yo, la verdad, es me evadí un poco pensando en que no me iba a dar tiempo a ver el capítulo de Juego de tronos si seguían así. Los del bloque III se quejaban porque el cartero no les deja las cartas en los buzones porque tiene que subir mucha cuesta y tarda mucho. Y entonces dijo las palabras mágicas: «Conmigo no habrá derramas».
Vamos, se hizo un silencio sepulcral y allí todos más atentos que cuando el 12-1 de Malta. La chica siguió: que bajaría las cuotas, aunque, eso sí, no se podrían pintar los garajes hasta dentro de dos años ni arreglar el vaso de la piscina hasta dentro de seis. Que pondrían un buzón muy mono en el bloque II para que el cartero dejase allí las cartas de los del bloque III. Que, recortando un poquito de aquí y otro poquito de allí, pues a mantenerlo.
«Pero si va a reventar la piscina», gritó una voz anónima entre el gentío. «Bueno, pues cuando reviente, entre todos ponemos un poquito y se arregla».
«Pero entonces eso es una derrama», gritó la misma voz.
Y de nuevo todos hablando a la vez: que el francotirador lo hizo con saña; que no pienso apagar las luces del balcón; que a la piscina no pasan los forasteros; que la caldera contamina y nos estamos cargando el planeta, pues mi primo tiene una empresa que convierte la caca de cabra en combustible y nos haría precio especial y sin IVA; que a mí tú no me dices a quién traigo a la piscina y voy a hacer una megafiesta en verano invitando a todo el barrio; que como hagas la fiesta me lío a tiros porque no entra nadie en mi propiedad sin mi permiso; que por qué tengo que ir hasta el bloque II a recoger las cartas si soy del bloque III y pago lo mismo que los demás; que las zonas comunes son de todos, que no, que solo de los propietarios, que vale, que para todos, pero que a los que vengan de fuera se les cobre una tasa por uso…
Mira, chica, menos mal que siempre llevo una cuña de queso manchego en el bolso y una navajilla y me puse a repartir. Yo, muy educada, preguntaba si querían antes. Hasta que no me decían «sí», no les daba, que luego una malinterpreta y se busca un lío sin querer. El del cuarto H se coló dos veces en el reparto, que se cree que no me di cuenta. La del primero C no quiso porque solo le gusta el camembert, me dijo, pero ya se encargó el del tercero B de comerse el suyo y el de la vecina. La del quinto D solo comió un poco, para no hacerme el feo, pero que está en contra de que solo lleve manchego en el bolso, que para la próxima me lleve una tabla surtida. Eso no tenía pinta de acabar nunca… ni bien ni mal. El queso sí se acabó, ya te digo.
Ahora hay que ir a votar y yo, la verdad, no sé a quién. He hablado con Ulises, me dice que haga lo que me dé la gana. Y que no vaya repartiendo queso en las reuniones vecinales, que perdemos dinero. Y en ello estoy, chica. Acabo de quedar con un chaval de una inmobiliaria para que me busque una casa en el campo, perdida en mitad de la nada, y ya, si eso, el año que viene vuelvo a ver cómo siguen las cosas en mi comunidad de vecinos. Porque no lo veo claro…
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
Son los problemas más habituales en las comunidades de vecinos. Aunque mantener la ‘paz’ en un edificio residencial no siempre es fácil. Tampoco es fácil gobernar un país difícil de gobernar.
Enhorabuena por este relato. Por cierto, muy oportuno el fresco del ‘quattocento’…..
Es complicado. ¡Gracias, Charles!
Divertidisimo. Y toda una alegoría.
A veces la vida es una continua reunión de vecinos…
¡Gracias, Manuel!