Así se llama el libro de Hilario J. Rodríguez, editado en 2015 en Murcia por NewCastle ediciones, Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI. Como si los viajes comportaran una pérdida, o como si toda pérdida se construyera en torno a un viaje. Aunque podría ampliarse la denominación del texto citado y pasar a ser más plural y genérico: Perder ciudades, perder pueblos, perder villas, perder todo. Todo ello como un raro viaje del presente indoloro y al presente anestesiado.
De igual forma podríamos aportar la dedicatoria de Theodor W. Adorno en su Minima moralia, al fijar: “La visión de la vida ha devenido en la ideología que crea la ilusión de que ya no hay vida”. Y si no hay vida ¿cómo se construyen las ilusiones sobre esa misma vida? Como lleva ocurriendo, hace ya años, en buena parte de España, de la España interior que se desvanece como el humo ante el golpe del viento racheado.
Baste observar los datos desplegados el día 12 de diciembre (en un raro calambur del 12 del 12, casi en un grupo de apóstoles del apocalipsis). Datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística que dan cuenta de la severa crisis demográfica que padecemos, obteniendo los perores resultados poblacionales desde 1941. Datos de la radical depresión demográfica que unidos a la despoblación imparable, configuran un atlas de los abandonos del interior nacional. Como cuentan las tablas de Movilidad Laboral, del cierre de oficinas bancarias (el 42% en los últimos diez años y la mayoría en pequeños municipios), la clausura de cuarteles de la Guardia Civil (Reorganización histórica de la Guardia Civil: abandono de pueblos pequeños, leíamos en enero de este año) y hasta de bares clausurados (hasta 18.000 en ocho años) como una radiografía esquemática de ciudades vacías y de territorios despoblados progresivamente. Incluso la Sexta dedicó la noche del citado 12 del 12 a la despoblación en Cantabria, como reflejo de que el problema crece y no es atendido por políticas concretas.
Como si la historia y su paso imparable e impasible, fueran laminando pueblos y ciudades, como viejas culturas desaparecidas y ya ocultas. Por más que alardeemos de Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) o de Interés Turístico Nacional (ITN), cuando bien cierto es que vamos perdiendo patrimonio histórico construido a manos llenas y a espuertas. Pequeñas iglesias abandonadas, escuelas destruidas, consistorios en ruinas, caseríos ocupados por la maleza y las malas hierbas, infraestructuras (puentes, almazaras, harineras, bodegas, chimeneas, apeaderos y estaciones) como fósiles de un lejano paleolítico olvidado. Que eso es lo que sigue pasando, día a día, con una gravedad que no espanta a nadie, ni tampoco mueve políticas positivas en ningún rincón administrativo de cualquier ámbito. Europeo, nacional, regional, provincial o local.
Y así, el pasado 12 de diciembre, el diario La Tribuna, recogía la información demográfica de que “Ciudad Real es la segunda provincia que más rápido pierde población”. Privilegio que ostenta Zamora, pero que puede cambiar en unos meses. Circunstancia que se inscribía en un declive general de la población de España. Pudiendo leer el mismo día, en el diario El País, la afirmación sobre el declive demográfico nacional, al recoger menos nacimientos y más muertes que nunca desde que existe la serie de informes del Instituto Nacional de Estadística, esto es desde 1941.
La despoblación territorial, el declive demográfico y una rara globalización inversa llevan parejo estos fenómenos transversales que acabaran haciendo desparecer de la faz de la tierra, a muchos pueblos, a miles de aldeas y a pequeñas ciudades. De tal suerte que el mismo día, y remachando el clavo, podíamos conocer datos sobre la llamada Movilidad laboral, que destacaban que “La recuperación [económica] resta trabajadores a la España vacía”.
Que no contenta con vaciarse, se empobrece. O la vacían y la depauperan. La vaciamos y la empobrecemos. Y esa salmodia que se repite cada vez con más frecuencia, se entonaba con una cita introductoria de Sergio del Molino, autor de La España vacía. Viaje por una país que nunca fue, haciendo ver que “Hay una España sin médicos ni escuelas, o con médicos y escuelas que están muy lejos, a veces a cien kilómetros. Una España sin empresas ni bancos ni inversores”. Días atrás la confirmación del dato bancario, se producía con la confirmación de otro dato desolador. “La población sin una oficina bancaria crece un 44% desde 2008”. Uniendo crisis bancaria, nuevas tecnologías informáticas y despoblación. De suerte que el cierre del 42% de las oficinas bancarias, gravitan sobre la soledad del medio rural, como se aprecia con el dato de que “que el 83% de los municipios sin entidades bancarias tiene menos de 500 habitantes”. Y por eso los atienden con un banco-bus, por ahora. Mañana, ni eso.
Mañana, donde hubo pueblos, aldeas, caseríos, sólo campo abierto y ciudades cerradas. Por eso, como contenía el prólogo del trabajo Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI, en afirmación del cineasta Robert Bresson: “Que extraño camino he tenido que recorre para llegar aquí”.
Periferia sentimental
José Rivero
Los jóvenes siguen teniendo hijos… pero en otras latitudes
Bueno, hay quien lo achaca al ‘espíritu aventurero’ de los jóvenes….
La despoblación es un problema que viene de lejos, que no ha tocado fondo y que, de hecho, se está agravando a velocidad de vértigo.
Hay que esforzarse en que la gente esté interesada en volver y para ello es necesario organizar la ruralidad en núcleos viables con jóvenes formados, adecuar el tejido productivo, mejorar la financiación de la educación, potenciar la agricultura, la ganadería y la industria agroalimentaria de calidad, simplificar los trámites administrativos para favorecer la apertura de negocios y, sobre todo, mejorar las infraestructuras de comunicación y transporte, así como el teletrabajo.
No obstante, he leído que existe un fenómeno paralelo a la despoblación que coge fuerza, aunque aún no es lo suficientemente representativo: el ‘neorruralismo’.
Sin embargo, sin ningún tipo de ayuda, es complicado dar el paso….
Por cierto, una buena herramienta sería el Fondo Europeo Agrícola de Desarrollo Rural….
Hay que unir los Fondos estructurales de Desarrollo Rural con planes alternativos del territorio. Lejos de los inhábiles Planes de Ordenación Municipal, vulgo Planes Urbanísticos. Incluso sopesar la utilidad de herramientas tan lejanas como los Planes Ordenación Rural de ¡1966! Pero hay que hacer algo y no pasar las hojas del calendario.
Ligar el campo solo a la agricultura es viejuno!!
Tenemos los ingredientes para que la periferia sea interesante, pero no nos damos cuenta.
La I+D es el único futuro, el teletrabajo, el emprendimiento…Y aquí tenemos universidad, investigadores, centros de investigación ¿Cuántas empresas de las de toda la vida se acercan a buscar proyectos? Cri, cri, cri…
Los empresarios de toda la vida y políticos rancios no saben, ni les interesa. Y los jóvenes no se interesan por la política para poder hacer cambios o por emprender en nuevas tecnologías.
Todo eso significa que las periferias dejan de ser interesantes. Con un ordenador y una conexión puedes vender lo que quieras en cualquier parte del mundo. Hacer queso en Malagón y colocarlo en Australia en24 horas. Miel en la Sierra en Villarrubia y colocarla en EEUU. Consultoría desde Albaladejo, asesoramiento técnologíco desde Daimiel….
Pero no. Aquí el emprendimiento es un bar con terracita y plástico para fumar. Y los jóvenes entrando a trabajar de camareros.
Mucho se ha escrito por parte del mundo rancio sobre la dictadura del proletariado (cosa que nunca ha existido), porque las dictaduras han estado siempre en mano de los inmovilistas manipuladores. De cualquier lado.
Visto así es fácil verdad?, Pero claro luego está la realidad. Primero los impuestos, luego aduanas, y para rematar Sanidad, con su trazabilidad, su appcc, sus multas, más allá prevención de riesgos laborales, normativa laboral, comercial y directivas de la UE. Luego que pague el americano o el chino, o el autóctono, y el banco con su parte claro.
Y aún no entienden porque los jóvenes quieren ser funcionarios, vivir en ciudades y no tener hijos.
Me ha gustado mucho el artículo.
Y es inquietante esta realidad.
Cuando cita a Adorno: “La visión de la vida ha devenido en la ideología que crea la ilusión de que ya no hay vida”, creo que Adorno intenta decirnos que las ideologías son construidas sobre premisas no racionales, lo cual en mi parecer es cierto en buena parte, porque pretenden a modo de Matrix sustituir la realidad por la ilusión, que es más agradable. Esa ilusión es producto de la sociedad de consumo generada tras la revolución industrial.
En la Historia se han dado épocas de primacía de la vida rural, curiosamente ante crisis de los imperios o Estados, y épocas como la actual de primacía de la vida urbana.
Existen síntomas de agotamiento de la vida urbana. La cultura de la opulencia crea descontentos que andan en busca de experiencias más auténticas que las que ofrece la ciudad.
Una grave crisis política que implique inseguridad ciudadana provocará el éxodo al campo.
Y estoy totalmente de acuerdo con lo que dice. También estudié Derecho Urbanístico y es cierto. Los Planes de Ordenación rural sencillamente no existen. A los pueblos solo llega administrativamente el catastro…suerte para ellos. El grado de intromisión de los POUM en los pueblos haría la vida insoportable a los pueblos, cuyos habitantes son menos pacientes y mansos que los urbanitas.
Y ese es el encanto de la vida rural…que no oprime tanto la comunidad como el colectivo.
Y el colectivo administrativo es una máquina sobrecargada de ideología, sin vida ni realidad. Sólo obsesionada por el control.
Llegarán tiempos mejores para el campo.
Y cuando eso llegue… volverá el crecimiento demográfico.
La vida urbana, su coste económico y de oportunidad (nuestra cultura es muy hedonista), es un fenómeno profundamente antinatalista.
Posiblemente una política racional de natalidad pasa por recuperar la vida en los pueblos, para eso hay que cuidar y dar prioridad a sus infraestructuras y servicios.
Creo que ahí las Diputaciones están de sobra pero no las Mancomunidades, que abaratan sus costes.