Al hilo de una reflexión de Rosa Correa en Twitter, me he acordado de una de las mejores bodas a las que he asistido. Se casaba el hermano de un amigo. El caso es que me invitaron y allí fui. Aún se pagaba en pesetas.
¿Y qué pasa cuando te invitan a una boda en la que solo conoces a la familia y tú no eres familia? Pues que vas a la mesa de los retales, esa es la que rellenan con todos los que no encajamos en alguna categoría familiar, amiguil o de compromiso.
Bueno, pues llego «solipandi» y me encuentro a un señor mayor, muy mayor, con su hijo; a una amiga de la novia de la carrera, tan sola como yo, a un amigo suelto del novio compañero de la EGB y a una pareja que no me acuerdo si iban por parte de la novia, del novio o del fotógrafo.
Comienza la cena. Como no nos conocemos, pues la conversación deriva en preguntas formales y poco más. Hasta que el señor mayor, muy mayor, al encendernos un cigarro la amiga de la novia y yo, dice: «En Roma, durante la guerra, salí de un refugio cuando estaban bombardeando, para ir a por un cigarro para una compañera». Y se calla.
«Papá, no empieces con tus historias». Los hijos somos porculeros siempre, con siete años y con treinta.
«Ya, ya. Es que me he acordado al verlas fumar», mientras hincaba el tenedor en el pastel de verduras. Que diréis que vaya mierder poner pastel de verduras en una boda, pero estaba rico de la muerte.
Entonces empezó a hablar y ya no paró. Nos contó la guerra civil española, que después se fue a Italia y a Francia en la segunda guerra mundial. Nos contó las batallas en las que participó, los muertos que tuvo que arrastrar, la historia de amor y sexo entre bombas y metralla, nos habló del miedo y la soledad de las guerras, de las mujeres en el frente, del horror de los pueblos arrasados, de los olores a fuego y el frío de las noches, de que aún le asustaban los portazos por una historia en el metro de Roma, con final feliz, esperando a que acabasen los bombazos. Y todo eso entre el pastel de verduras, el bogavante, la tarta nupcial, los «vivan los novios» de turno y las copas. Porque nadie de esa mesa se levantó a la barra libre. Todos escuchábamos a ese libro de Historia vivo que nos habían regalado los novios colocándonos en su mesa.
Bueno, sí, su hijo se levantó un par de veces para ir a por guarisnais para nosotros. Porque ni al baño querías ir para no perderte nada.
Era mejor que una película o un buen libro, pero solo era su voz, su historia.
Después, la mesa de los desechos nos fuimos a las fiestas de un pueblo que había cerca. Nos metimos en un Ford Ka con el señor mayor, muy mayor, mientras nos seguía contando su vida. Nos contó cómo conoció a la que luego sería su mujer mientras sonaba El tiburón de pachangueo y nosotros seguíamos con él. Fue nuestro flautista de Hamelin esa noche hasta que nos dijo: «Yo me retiro, que estas fiestas son para jóvenes» y se marchó con su hijo.
Y lo vimos alejarse hacia el coche, cojeando levemente (por la edad, no por las guerras), y nos quedamos callados un rato con nuestros cubatas en vaso de plástico en la mano, pensando que se iba un trozo de Historia.
La mesa de los desechos, que en principio iba a ser cenar, hacer los parabienes de turno y marcharnos lo más pronto posible al no conocernos absolutamente de nada, acabamos viendo amanecer en una playa de Alicante, en silencio, con la resaca emocional que nos había dejado el vendaval de aquel señor mayor, muy mayor, que hizo que fuera una de las mejores bodas a las que hemos ido. Y no fue por la comida, ni por las copas, ni por el baile… solo por aquel cachito de Historia que nos cautivó y nos unió aquella noche.
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Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira
El título es de @Vigoceltic.
Escuchemos a nuestros mayores, que nos regalan Historia (la mayúscula no es error). ¡Feliz domingo!
Delicioso
¡Gracias, Manuel!
Excelente relato.
Tienes razón, mandamos callar a los abuelos cuando deberíamos enmudecer ante sus historias. Luego , una vez que han muerto, nos lamentamos de no tener a nadie que nos llene las lagunas históricas.
¡Gracias, Diego! La verdad es que los mayores nos enseñan mucho y nosotros no aprendemos.
Entrañable y delicado.
Para las personas mayores, ‘muy mayores’, el libro de la propia vida se está terminando de escribir y las últimas páginas constituyen una oportunidad de levantar acta de la propia vida poniendo orden, subrayando lo que fue realmente significativo, queriéndose a sí mismo y comunicando el mensaje contenido en la lectura de la propia experiencia.
Ya decía Aristóteles en la ‘Retórica’ que «los ancianos viven más de la memoria que de la esperanza, porque el tiempo que les queda por vivir es muy corto en comparación con su largo pasado.Esta es la causa de su locuacidad. Hablan continuamente del pasado, porque gustan de acordarse».
Pero esa locuacidad no es un signo de deterioro cognitivo ni una manía.
Debemos aprender a escuchar el significado de estas repetitivas narraciones de nuestro mayores, ‘muy mayores’.
Enhorabuena……
¡Gracias, Charles! Cuánta razón…