Jesús Camacho Segura. Instituto de Estudios Sociales CCOO-CLM.- Cada año se repite la misma historia, pasa el tiempo y no se avanza. La provincia de Ciudad Real retorna en el verano a las recolecciones agrícolas, y pareciera que nos arrastra un túnel del tiempo y nos atrapan las peores prácticas de explotación laboral. Los patronos, las asociaciones empresariales agrarias, la autoridad laboral y las administraciones locales concernidas, lo saben; conocen que se repite año tras año la misma situación. Y todo permanece igual.
Los sindicatos de clase reclaman solución, visitan a los jornaleros, informan sobre sus derechos, elevan denuncias y peticiones a la Inspección de Trabajo, requieren a los gobiernos la necesidad de cambiar este estado de cosas, desarrollan ruedas de prensa, los medios de comunicación elevan la demanda laboral y social, se intenta salir de este estado de explotación y podredumbre. Y todo permanece igual.
Las poblaciones más afectadas por ese éxodo cíclico de jornaleros y sus familias, que venden su fuerza de trabajo para vivir, muestran su impotencia o, lo que pudiera ser peor su indiferencia, ante un ejército de desheredados que vienen a nuestras tierras, a nuestra provincia, a recolectar sus frutos, a conseguir que los empleadores, los propietarios de las fincas, los “dueños”, consigan un excelente o idóneo resultado económico en sus explotaciones agrarias. Y todo permanece igual.
Algunas ONG, alguna asociación cristiana, se suma a la crítica y deplorable situación que sufre ese laborioso enjambre de personas explotadas, de los “temporeros del campo” que arrastran el hambre de sus vientres y el porvenir de sus hijos; despojados de las necesarias condiciones de vida, trabajo y salud. Y todo permanece igual.
La rabia y la amargura nos obligan a reaccionar, porque no todo debe permanecer igual. No podemos, a poco que nos preocupemos, con un poco de memoria recordando el libro de John Steinbeck “Las uvas de la ira, y la magnífica película que llevó al celuloide John Ford con el mismo título”.
En 2018, salvando la distancia temporal y el espacio físico, aquella sociedad de la recesión económica en USA, novelada por el escritor y filmada por el cineasta, sobre el crack de 1929, de campos abandonados y la búsqueda de otro lugar dónde la abundancia les permitiera otro futuro a familias enteras; tiempo de migraciones de jornaleros, de los “pobres del mundo”, castigados por la sequía, el hambre, y los grandes propietarios; sin estado protector, y explotados en las nuevas tierras, nos evoca semejanzas, sin embargo más de ochenta años nos separan.
La distancia es temporal y diferente el espacio físico, estamos en otro continente, en una provincia que necesita esa mano de obra, pero la realidad actual, la que vivimos a nuestro alrededor, nos sigue indignando. Ni se pagan los salarios que corresponden, ni se les protege adecuadamente. Ni convenio colectivo, ni Ley de Prevención de Riesgos Laborales; ni alojamientos dignos, ni seguimiento médico, ni vestuarios, ni duchas, ni camas. Temporeros y su familias hacinados, amparados en baratas tiendas de campaña de Decathlon, refugiados en la poca sombra que permite la dura ola de calor, sin las mínimas condiciones exigibles en cualquier sociedad moderna y protectora.
Este es el panorama. Un territorio de nuestro moderno país, de patriotas de abarrotadas carteras, de empresarios rurales de decadentes usos y costumbres, que se vanaglorian de estar “dando jornales” –suavizan así el lenguaje y sus obligaciones contractuales, para rodearle de un barniz benefactor porque contribuyen al bien común- . Pero no, no dan jornales, contratan trabajadores y trabajadoras para extraer el fruto del campo, y deben responder adecuadamente, cumpliendo todo y cada una de las normas y preceptos; salario y salud, legalidad y protección. Nadie puede consentir este paisaje desolador, tercermundista, nadie puede desentenderse, nadie puede permanecer impasible.
La patronal agraria ASAJA, mayoritaria en CLM y en la provincia, debe ser la primera interesada en que se cumpla la legalidad, para evitar competencia desleal y para no contribuir a este deplorable estado de explotación, indignidad y pobreza. La inmensa mayoría de empresarios, pequeños, medianos o grandes, constituyen su afiliación, lo que les dota de un excepcional poder de representación institucional. En consecuencia, lo tiene que hacer valer en todos los órdenes de su intervención, no sólo para presionar a los poderes públicos, sino exigiendo condiciones de trabajo y de vida digna para todas las personas a las que emplean en estas épocas de cosecha.
La decencia humana indica que lo mejor es predicar con el ejemplo, ganado, quién así lo hace, más autoridad ante otros cuándo exige mejores condiciones o mejor defensa de sus intereses. Pues ahí tienen un reto, un deber apreciable, la patronal agraria; una contribución de la que no debe dimitir, encabezando el cambio de esta lamentable situación que sufren los temporeros y sus familias.
Por otro lado, cabe pedir a mandatarios locales y a la autoridad laboral, que no vale con lamerse las heridas. Esto tiene arreglo y, en el ámbito de competencias de cada cuál, deben actuar con celeridad, rigor, contundencia y eficacia; sin resignación. Unos para que se cumpla la ley y el convenio, los otros para que no existan asentamientos infrahumanos. Hay soluciones modulares, refugios de alojamientos móviles, carpas, climatizadas, vestuarios, duchas, un largo etcétera para acometer con urgencia el resto de campañas que quedan, obligando a quienes haya que obligar.
En las “Uvas de la ira” se caminaba de tragedia en tragedia, de padecimiento en padecimiento, de malas prácticas y abusos, de enfrentamientos por el amargo precio de la pobreza, por la insolidaridad. No se puede permanecer igual, entremos todos a ver la película, a leer al premio Pulitzer que la orientó, reflexionemos y corrijamos, y hagamos corregir comportamientos. No todo debe permanecer igual.