José Antonio Herce Inés, presidente de la Demarcación de Guadalajara del Colegio Oficial de Arquitectos de Castilla-La Mancha.- Llevamos varios años pensando en si lo vintage se puede aplicar a algún tipo de arquitectura y no somos capaces de llegar a ninguna conclusión satisfactoria, la arquitectura no es pasajera, sus ciclos son diferentes a los de las modas pero hoy vivimos el irresistible empuje de lo meramente visual y todo influye. El tiempo pasa a tanta velocidad que las administraciones no son capaces de catalogar lo que de valor tiene todo aquello que es de antes de ayer y carece de la solera de lo centenario.
En apariencia, mirando al paisaje de las dos Castillas podría parecer que no es fácil encontrar inspiración en este asunto. He ojeado recientemente un agradable libro de arquitectura titulado “Lo moderno de nuevo” que repasa las obras más significativas de Asturias en unos años que allí resultaron de llamativo progreso económico mientras que en otros lo fueron más de emigración intensa. Asturias y Castilla-la Mancha jugamos en una liga de periferias culturales que sacamos petróleo a las sorpresas de la misma manera que se sacaba petróleo de las pizarras bituminosas de Puertollano salvando las distancias.
“Lo moderno de nuevo”, se ocupa del periodo 1950-65 y es mi inspiración más acertada en relación a lo vintage. En sus páginas uno puede encontrar edificios como el “hotel Miami” de Gijón de 1956. En Castilla la Mancha hay hoteles como “el Hidalgo” que trajo la modernidad de los moteles americanos a la Mancha o “El Clarigde” que es una singularísima pieza de hormigón junto al Pantano de Alarcón.
Del cine Felgueroso de Sama o del Cine Ayala de Oviedo, que les voy a decir.¿Cuántos cines hubo así en nuestra Castilla? Cada ciudad tuvo los suyos. En Castilla la Mancha esas huellas de la modernidad las buscan muchas asociaciones y muchos foros y también el Colegio de Arquitectos para documentarlas antes de que desaparezcan o para evitar –si hay suerte- su desaparición completa, en el anonimato, porque son patrimonio y son memoria de las gentes.
Los “Kopas” son del 55 y 59, así que busquen en Internet y comparen, y las primeras guías de turismo, “en casas de labranza”, sobre Castilla la Mancha, que he tenido en mis manos, datan del 68, y el restaurante madrileño más futurista que se ha abierto hasta la fecha, en las alturas de una planta 22 , según muchos, se inauguró sobre el remate volado de Torres Blancas y bautizado como el Ruperto de Nola en 1971, aunque el recetario de este “chef” de reyes era de 1477 y estaba escrito en catalán. Cela que inició su Viaje a la Alcarria desde un portal de la calle de Alcalá cercano a las Ventas tuvo piso en esa torre tan singular y podía pedir el menú al restaurante por teléfono como cualquier vecino para que se lo mandasen por montaplatos hasta la cocina, menudos eran algunos de los que han escrito lo “vintage” para nosotros.
Existen rincones de Guadalajara donde he llegado a ver bungalows de hotel con forma circular y vistas a extintos mares interiores, escuelas “abiertas” con aulas que en buen tiempo se impartían al aire libre, casas con ambientaciones “de anuncio” que la emigración, el abandono o el celo han preservado, algún cine de pueblo que todavía conserva parte su decoración y gasolineras que lucen un mapa comarcal a base de azulejos veinte-veinte que sigue soportando dignamente los hielos de cada invierno a la intemperie. He visto escuelas rurales con piscina que en verano desempeñaban la función de albergues que revitalizaban la vida rural, esa vida rural que ya languidecía, y edificios de viviendas en lugares como Hellín que sorprenden a propios y extraños por su modernidad.
En los años cuarenta, cincuenta y sesenta el Instituto Nacional de Colonización promovió numerosos pueblos para la dinamización del agro patrio que dejaron atónita a la crítica del momento tanto dentro como fuera de España, decir ahora que eran “soluciones franquistas” a semejantes ejemplos de arquitectura rural de vanguardia sería como decir que las películas de Saura o algunas obras del Paso eran “franquista” porque pudo haber detrás dinero público cuando se colocaron en el museo al aire libre de la Castellana.
Cabe señalar que la mano de obra utilizada para la construcción de los poblados la pusieron los presos acogidos al programa de redención de penas por trabajo implantado por Franco, lo que permitió al sistema utilizar a multitud de reclusos políticos como obreros en obras públicas, en un régimen que se acercaba a la esclavitud.
No fue este el único punto oscuro del Plan de Colonización: la reconversión de tierras de secano en regadíos benefició a los grandes terratenientes, quienes, a cambio de ceder algunas propiedades, normalmente las de peor calidad, lograban una gran revalorización de sus fincas.
¿Recuperar el patrimonio rural franquista?…..