La mujer del Valle (5)

Abdón veía una vieja película en blanco y negro, sin sonido, ni siquiera el del organista que animaba la proyección sobre un mar de cabezas del que brotaba humo por todas partes que se estiraba en volutas en el seno del haz de luz de la lente.
relatovalero

La mujer del Valle

Manuel Valero

Capítulo 5

Atendió al joven Wen, y no perdió detalle pero como si hubiera compartimentado su atención recordaba a la vez y con garantía estanca aquella noche como un grumo borroso de su pasado, que era el pasado de sus amigos, el pasado de toda la ciudad, acelerada por nuevos hallazgos y por la industrialización estratégica del Estado.

A un lado de su mente se acomodaba la bella Araceli tal y como la había visto y tal como la volvía a ver a medida que el policía le detallaba el informe; al otro lado, buscaba su sitio la insulsa Charito Puente, la hija de la patera. Entre ambas se extendía la generosa cuenta de treinta ocho años de distancia y se abrazaban en las tristes coincidencias de una muerte violenta, el abandono en cualquier parte como muñecas rotas y la ausencia de cualquier pista que apuntara al autor o los autores. En el caso de la bella Araceli no había cuidado, pues apenas llevaba horas en el mundo de los muertos pero de la hija de la patera hacía tres décadas, casi para cuatro, y nadie vio nada, ni oyó nada y nunca nadie supo quién mató a Charito y porqué lo hizo. Hasta la policía cayó en una extraña abulia entre la desesperación y la aceptación resignada de que no todos los crímenes se resuelven y aquel era uno de ellos. ¿Una ciudad pequeña que se recorre a pie en media hora, en la que la mayoría de sus habitantes se conocen por el nombre y el mote ancestral de las familias y en la que los forasteros que acudían a ella a vivir de su prosperidad, puede permitirse la ignominia de engrosar la lista de ciudades negras que se apuntan para vergüenza de los naturales un brutal asesinato sin resolver?

Y, sin embargo, ahora regresaba de las ciénagas de su triste destino la imagen sin belleza de la vulgar patera a reclamar su lugar de paz en las tinieblas cuando los vivos supieran quién la mató. Porque ella lo sabía, lo vio, pero no pudo hacer nada, lo miró, abrió los ojos de espanto y notó que el cerebro se le partía en dos mitades y por eso no sintió el dolor del impacto en el pecho que le hundió el esternón y le hizo una brecha espantosa de la que manaba sangre como de una fuente. Ella lo sabía, pero ella estaba muerta. Murió un día de feria, un cuatro del mes de mayo que se la encontró un borrachín del barrio. El blanco y negro de las evanescencias de los recuerdos antiguos le daba el contrapeso a la colorida secuencia de la bella Araceli, medio enterrada en las escombreras de la Mina Pedrisco y marcada a hierro por sus asesinos.

Wen abanicó la mano a diez centímetros de la cara del viejo Abdón para despertarlo de su ensimismamiento. Otra de las inconveniencias de ser tan longevo, saludable y lúcido, todo a la vez, que está uno cargado de pasado. Cargado de pasado. Hoy mismo me compraré una libretilla para apuntar las frases que dice usted. ¿No lleva libretilla? No, señor, ya no. Ahora todo está aquí, dijo el policía mostrándole el teléfono. Pues tenía su encanto, yo veía muchas series de policías, chico. Colombo me encantaba. Cómo enredaba a todo el mundo el teniente cabrón. Sí, claro, gabardina, tabaco, alcohol, una libretilla en el bolsillo de la gabardina y una mujer fatal rondando por ahí… ¿Ya no es así?

No, el mundo está loco. Siempre lo ha estado. Pero ahora está perdiendo la lírica. Coño, Abdón, he dicho una frase de usted. Yo no he dicho eso, lo he pensado pero no lo he dicho. Será que lee los pensamientos. Ya me gustaría. Cree en la telepatía. No, eso es una vaina, un engañabobos, como casi todo. En fin que este artilugio hace de todo, hasta puede uno hablar con él, y ver la cara de su interlocutor. Wen hacía girar el móvil que el viejo Abdón observaba con desconfianza y un poco de desprecio. Y sonó. Dime, Rober. Ah, vaya. ¿Pasa algo? Hay un muchacho. Lo han localizado en Madrid. Tuvo relaciones con nuestra dama. Salud. Saluditos. ¿Saluditos? ¿Sabe la diferencia? Si la pronuncia despacio genera un oxímoron porque desea dos cosas de imposible coexistencia: salud y tos. A eso le llamo yo cacofonía de distracción. Santo Dios.

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1 COMENTARIO

  1. Y es que ni en la Literatura existe el crimen perfecto.
    Un relato que captura la atención desde las primeras líneas y obliga a seguir leyendo.
    Seguimos muy atentos…..

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