Ya se percibe el inconfundible y pacífico aroma de la Navidad. Todo es alegría, buenos modos, parabienes y apretones de mano. Estas cosas se notan especialmente en los políticos, barómetros de sensibilidad, que enseguida se impregnan del espíritu navideño.
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¿Qué se hizo de aquel Mariano indignado y combativo? ¿Qué se hizo de la España desmembrada y la bandera en peligro?
¿Tanto ha cambiado este hombre?, que incluso evitó asistir a la última manifestación convocada en Madrid por la “incansable” AVT contra el terrorismo. «Echaremos hasta siete llaves a la tumba del sectarismo, la discordia y la sinrazón», ha dicho con hiperbólica firmeza. Está claro, un soplo navideño toca su alma y ya sólo anhela el amor universal y el bienestar compartido. Aunque, bien pensado, igual la Navidad no tiene nada que ver con todo esto, y la mutación se debe únicamente al llamado “efecto precampaña”, conocido también como “elecciones en perspectiva” o “corramos a la caza del voto fugitivo”.
¡Ay, qué desilusión! Ahora lo veo con claridad meridiana. Va a ser que un grupo de sagaces asesores, cual coro de tragedia griega, ha estado susurrándole al oído: «Mariano, tú serás presidente, pero debes cambiar el talante. Se acabó el tiempo de la crispación asistida, deja ese papelón para Acebes y Zaplana, que lo bordan. Tú has de ser un candidato de consenso. El respaldo de los tuyos ya lo tienes, el de los incondicionales, el de los nostálgicos. Llegó el momento de arrumbar el discurso catastrofista. Lánzale un órdago a las mejoras sociales de Zapatero y derrocha optimismo, hombre».
Y Mariano, convencido, les ha hecho caso, dispuesto a conquistar a los colectivos más valiosos: los jóvenes, las mujeres, los pensionistas; o sea, una piscina rebosante de votos.
Conclusión: se avecina año de elecciones y hay que poner buena cara. De aquí que Rajoy adopte una actitud de “hombre de Estado” a cuatro meses del rifirrafe electoral.
¡Qué bonita es la Navidad! ¡Qué gran estadista es Rajoy!