Miguel Galanes.- Cuando se inicia una andadura en el camino literario y se organiza de tal manera que cada uno de los apartados, en vez de ir distribuidos en capítulos, se nos presentan orientados en kilómetros es porque, partiendo de un premeditado y riguroso planteamiento inicial, se pretende llegar a alguna parte.
Javier Márquez da comienzo a este viaje, Tacones Rojos. Misterio en el Parque del Pozo Norte, no sólo por el simple deseo de cambiar de espacio, sino que su fin y su pretensión dependerán de cómo removerse en el espacio en el que vive y en el habita hasta cómo alcanzar esa meta dentro del mundo literario. En los veintisiete kilómetros y noventa y siete metros de su primer recorrido nos da pie y visión con que indagar y afirmar que su actitud como escritor se asemeja a la de un detective un tanto especial en su modo de actuar.
La sutileza y la introspección con las que se maneja en los entornos cotidianos le permiten entrometerse en las apariencias más sencillas de un modo tal que los espacios casi llegan a desaparecer para ser transformados en un mundo interior en el que se pretende que sus dimensiones se nos escapen. Y se nos escapan de tal manera que revierten en su propio mundo, el de Javier Márquez, para perderse en él, y desde toda su trayectoria, como en una pérdida, ser transformados en sueños. En unos sueños, siempre en busca de su propio sueño, con el único fin de presentarnos su mundo dentro de su entorno como una verdadera realidad.
En el continuo movimiento, en el cotidiano quehacer, de cada uno de sus personajes se encuentra la tentativa y la táctica del conocimiento de esos mismos personajes que, como si estuvieran dentro de una mina y en apariencia a oscuras, volvieran a reencontrarse consigo mismos a pesar de los escondrijos, de las continuas desapariciones, de la manipulación, de las dificultades y de las desconfianzas dentro del mundo en el que se desenvuelven: “Eso que me cuentas –dice Pablo, uno de esos personajes-, es muy grave, Bruno. Implica que hay alguien en el departamento que no es de fiar”. Pues en todo este preámbulo, Misterio en el Parque del Pozo Norte, que determina la andadura y el andamiaje de todo el libro, encontramos el empuje y el constante movimiento desde el que adentrarnos en las posteriores narraciones.
Bien es verdad que cada una de estas narraciones, que constituyen la totalidad de Tacones Rojos. Misterio en el Parque del Pozo Norte, se mantiene y se proyecta desde la total independencia de sus mensajes, pero también habría que resaltar y decir que esa misma independencia, por aquello de ese mundo de sutileza y de misterio iniciales, se va hilvanando y entretejiendo en el correlato de las distintas narraciones por diferentes que nos parezcan. He aquí dónde se encuentra y radica ese valor que permite al lector descubrir el desarrollo de su particular manera de narrar. Es curioso: La última narración, Soñar que te sueño, nos da esa pista, que no es otra que la estética formal de Javier Márquez, orientada desde esa imaginación, siempre cargada de experiencias –literarias y no literarias- hacia la consecución de la realidad más próxima y más válida dentro de su quehacer literario.
Aquí radica su valía, lo mismo que la consecuencia de su aprendizaje. Así se declara con sus mismas palabras en la última narración, y que aludo: “sino que hábilmente se retira a un discreto segundo plano, para volver a triunfar cada crepúsculo, rodeada de una pléyade de puntitos lucientes cual lunares de su silueta”. De esta manera se manifiesta la manera de narrar de Javier Márquez: Esos pequeños detalles, ese punteado –puntillismo en la pintura- que determinada el total de una realidad, incluso después de haber sido soñada dentro de un sueño. Una lectura aconsejable y una primera andadura felizmente conseguida, encaminada hacia esa Meta que es la particular literatura de cada cual.