Ángel Manuel Sánchez García. «El mercado no es un invento del capitalismo. Siempre ha existido. Es un invento de la civilización.» (Mijaíl Gorbachov) Lo que más sorprende y frustra de la realidad es que ésta tiene vida propia. Cualquier intento de adaptación de la realidad a las ideologías ha tenido siempre un fatídico desarrollo y final.
Los seres humanos como sujetos reales contribuyen con el buen y mal uso de su libertad a construir una realidad justa e injusta. La realidad es compleja y rebelde, porque está viva y es mucho más dinámica que las ideas, la mayoría inútiles.
Antonio Escohotado es un intelectual que como excomunista realiza una interesante comparativa entre el capitalismo y el socialismo. En su obra maestra, «Los enemigos del comercio», realiza un análisis histórico de la propiedad. Su interés al menos para mí, es que analiza psicológicamente el capitalismo y su incidencia económica. Una de sus mayores inquietudes intelectuales ha sido y es, analizar la impopularidad de un sistema, el capitalismo, que es exitoso cuando se le juzga desde la perspectiva histórica, pues ha conducido a una parte considerable de la humanidad a una prosperidad hoy, sin precedentes. Y he aquí una de sus tesis fundamentales. Cuando se deja libre juego al ánimo de intercambiar por medio del comercio la capacidad de prosperar de los individuos, la prosperidad acaba produciéndose a nivel tanto material como inmaterial.
Las épocas históricas donde la esclavitud o la servidumbre sostenían eminentemente la economía (Antigüedad y Alto Medievo) solían coincidir con una baja innovación tecnológica y un acusado declive demográfico. Toda facilidad puesta al individuo para que desde su libertad (emancipación) y naturaleza humana (deseo de prosperar) acceda a la propiedad a través del comercio, se traduce en la creación de una clase media imprescindible para obtener tanto la estabilidad política (democracia) como la prosperidad económica. Esa progresiva emancipación, a la que contribuyó la socialdemocracia, se ha traducido en el siglo XX tras la Segunda Guerra Mundial en el triunfo del capitalismo cuya máxima expresión, es la sociedad de consumo.
El triunfo del capitalismo es causa de: 1) esa progresiva emancipación respecto de quienes quieren al ser humano esclavo o siervo (el Estado sin Capital y el Capital sin Estado); de 2) su capacidad sorprendente para innovar (el individuo que se esfuerza y prospera es creativo), y de; 3) su flexibilidad por su escaso dogmatismo, de adaptarse a las circunstancias cambiantes (reivindicaciones sociales y cambios políticos).
El capitalismo adopta fundamentalmente dos modelos (si excluimos el marxismo chino). La Economía social de mercado (modelo continental) y la Economía clásica de Mercado (modelo anglosajón). Ambos se distinguen por el mayor o menor intervencionismo del Estado en la economía. Tras la experiencia del siglo XX (crack del 29), los economistas detectaron que el Mercado (que como la realidad tiene vida propia) no era tan eficiente y virtuoso como se pensaba (no había redistribución equitativa de la riqueza, se concentraba el capital y la oferta, se producían efectos medioambientales nocivos, se transmitía información engañosa al consumidor (estallido de burbujas), etc.). Se justifica así, el intervencionismo del Estado en la economía.
El Capitalismo sin Estado (revolución industrial) reducía la condición del trabajador emigrado a la ciudad al de siervo. El trabajo era alienante por mecánico, poco creativo y mal pagado (aunque mejor que en el campo por eso subió la renta per cápita y empezó a gestarse la clase media). Lo mismo ocurría con el comunismo pues reducía la condición de los trabajadores a la de siervos, en este caso de la planificación del Estado (nuevo señor y único propietario capitalista).
El fracaso del comunismo se debió esencialmente a su falta de adaptación a la realidad y a la naturaleza humana, y a su nula legitimidad democrática. Suprimía el Mercado y el Comercio (Lenin tuvo que restablecerlos porque la economía rusa se hundió al negarse los campesinos a trabajar sin obtener ganancias pues ya antes vivían para la subsistencia). Suprimía además la libertad política y religiosa (pues sólo con la represión y la eliminación del discrepante puede sostenerse). Conclusión, como demostró Hayek, la Economía de Planificación era ineficiente y catastrófica por tratar sistemáticamente de domar una realidad que siempre se rebelaba. Sin libertad, sin incentivos económicos y sin capacidad de consumo, los individuos no rinden. Llega la miseria cuando además el Estado, emite moneda y más moneda que nadie en el exterior quiere (por eso los países comunistas poseen una elevada inflación).
El marxismo nunca entendió el dinero ni su funcionamiento. Para él siempre fue algo que corrompía al proletariado (Marx y Cristo se parecen en eso, aunque uno lo detestaba por resentimiento (Marx nunca tenía suficiente dinero porque lo malgastaba) y otro porque solemos idolatrarlo –No sólo de pan vive el hombre-. El marxismo buenista es un cristianismo sin Cristo y el cristianismo en cierta forma, un marxismo sin Marx, según la época (sobre todo al comienzo y en el medievo). Después de Lutero y Trento, el ánimo de comerciar y enriquecerse, cobrando para ello el interés de los préstamos (prohibido hasta entonces entre los cristianos), dejó de ser algo pecaminoso, porque la acumulación material no es mala en sí misma, sino el uso que se haga de ella y su forma de obtenerla.
El capitalismo triunfante (cae el muro de Berlín) aspiró al monopolio de la moral económica (libertad sin límites). Y se acabó repitiendo la misma nefasta historia. Cuando el trabajador acaba rebajado a la condición de siervo (bajos salarios y precariedad laboral), cuando se le amputa su ánimo de prosperar (el esfuerzo sin recompensa), se produce un estancamiento del comercio y un declive demográfico. Y en esta situación nos encontramos.
Si el capitalismo es impopular puede deberse a dos motivos. Uno racional, cuando la prosperidad se la reservan unos pocos se rechaza su autoridad moral para sacar de la pobreza (somos testigos de cómo nuestros padres llegaron a la clase media). Otro irracional, cuando lo que se pretende por impotencia o incapacidad es que la frustración de no prosperar sea compensada con la cultura del subsidio (otra forma de servidumbre) e igualación de rentas (lo cual mata el esfuerzo), surge el resentimiento social, explotado por el populismo, el cual necesita crear inestabilidad política para asaltar el poder.
Se ha de ser crítico con el capitalismo, pero hay que reconocerle sus méritos, pues es el sistema que más movilidad social produce (los humildes pueden prosperar para convertirse en clase media), es el más realista y productivo (cuando el trabajador está satisfecho porque tiene garantizada la recompensa a su esfuerzo -el acceso a la propiedad-, crea e innova y comercia), y es el sistema que consolida la Democracia, pues nada hay que más que defienda a los humildes y a las clases medias, que el cumplimiento de la Ley.
La Ley para contar con autoridad moral, debe reconocer y premiar el esfuerzo y el mérito, defender el fruto del trabajo (la propiedad), e impedir que los más ricos (plutocracia) o los más revolucionarios (los resentidos) se impongan privando al ser humano del digno y edificante ánimo de esforzarse, superarse y prosperar. Que los otros prosperen es clave para la prosperidad individual sin perder de vista otra realidad, que «no sólo de pan vive el hombre». Cuando esto se logra, surge como escenario global, la civilización humanista.