La señora Elvira

postales-desde-itacaHoy es un buen día para contaros por qué el horno de la foto es tan importante en mi vida.

Allá por los años cuarenta a la señora Elvira se le puso su hijo muy malito, con fiebres muy altas. La señora Elvira lo llevó a todos los médicos de Coruña que pudo y todos le decían lo mismo: «Ay, señora Elvira, que no sabemos lo que le pasa, pero se va a morir como sigan estas fiebres».

La señora Elvira, que lo mismo te acudía a un mitin que a lavar al río, no cejó en su empeño.

Foto de Pastelería Naya
Foto de Pastelería Naya

También porque años atrás ya había perdido a una hija y no estaba dispuesta a pasar por lo mismo. El caso es que la señora Elvira andaba desesperada por su neno.

Así que, en un pequeño pueblo gallego, ¿a quién acudes cuando ya has agotado las vías médicas? Exacto: a una meiga. Porque ya todo te resbala si ves que tu niño está tan malito y no hay solución.

La meiga susodicha (atención, homeópatas, que esto sí es hardcore y no el agua con azúcar) le dijo: «Tienes que meter al niño en el horno del pan, y, luego, al sacarlo, quemar la ropa que lleva mientras dices esto».
La señora Elvira hacía pan. No quiero imaginar si eres ferrallista lo que te manda la meiga…

Las palabras exactas no las sabemos, ya que la historia ha sido transmitida oralmente. Unos dicen que un pequeño conjuro; otros, un rezo. Aquí la gente ya le da su versión propia, que es lo bueno de las historias de los pueblos.

La señora Elvira, a la que la opinión de la gente le traía al pairo, allá que fue al horno de pan.

Metió a su pequeño, lo sacó, dijo las «meigadas» de turno y quemó la ropita. También os recomiendo que ahora no lo hagáis, os lo diga una meiga o la vecina del quinto, si no queréis salir en Espejo público o en Ana Rosa, ya cada uno al gusto.

¡Y el niño se curó! ¡Ay, madre, cosas de brujas! O no, vete a saber, que con la calorina del horno cualquier virus muere. O que las medicinas que le habían mandado los médicos de Coruña hicieron su efecto y coincidió con la «hornada».

A mí me hubiese gustado que esta historia me la contase la señora Elvira, mi abuela, pero no pudo ser, porque en el 73 falleció en un horrible accidente de avión en Alvedro.

El caso es que, gracias a ese horno y a la inconsciencia y desesperación de mi abuela, tengo al padre más esponjoso y tierno del mundo. Aunque pensemos que la señora Elvira se pasó con el tiempo de horneado porque tiene la cara sonrosada. Aunque a partir de ahora, cuando comáis pan gallego, os acordéis de mi padre una miguita.


Postales desde Ítaca
Beatriz Abeleira

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4 COMENTARIOS

  1. Bueno, ‘haberlas haylas’.
    Y no hace falta irse a Galicia o al valle navarro de Baztán para encontrar su rastro (y no son brujas).
    Extraordinario relato….

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