El pase silencioso, casi de puntillas, del estreno de la película Mal genio, en versión original Le redoutable (Michel Hazanvicius, 2017), coincide con el pase no menos silencioso y puntillista de los preparativos solemnes del XIX congreso del Partido Comunista chino. Un Partido Comunista chino (PCCH) que ha llegado desde las emboscaduras, brumosas y proletarias, del Río Amarillo del Gran Timonel, Mao Tze Dong (antes Mao Tse Tung), al capitalismo de estado de Xi Jinping, pasando por los gatos cazadores de Den Xiaoping, La banda de los cuatro y por el Foro de Yenan.
Más allá de otras reflexiones posibles y oportunas sobre la película y sobre su contenido, conviene recordar que la película de Hazanvicius, en clave de biopic, nos representa al director francés Jean-Luc Godard, miembro destacado del movimiento cinematográfico francés La Nouvelle Vague, justo cuando acababa de rodar su película La chinoise. Libre adaptación del texto Los diablos de Dostoievski, aunque verificada en clave de exaltación maoísta y de apoyo a la temible Revolución cultural.
Película que marca un antes y un después en la carrera de Godard. Un antes, jalonado con obras memorables y meritorias como su primer corto de 1954 Operación hormigón, hasta su tarea crítica en la revista Cahiers du Cinèma, donde defendió, junto a Chabrol, Truffaut, Rohmer, Rivette y Agnes Varda, la llamada Política de los autores. Consistente en reconocer la autoría de una película en las manos de su director, en vez del lugar común de Hollywood, que atribuía la autoría a los productores. Junto a ese trabajo preparatorio, hay que señalar obviamente sus largometrajes. A bout de souffle (1959), Vivre sa vie (1962), Le mépris (1963), Une femme mariée (1964) o Pierrot le fou (1965).
El después, tras los acontecimientos de mayo de 1968, eclosionaría con su obsesión sobre la posibilidad de realizar un cine político contemporáneo, revolucionario incluso, desde planteamientos industriales. Pero ¿sería posible esa opción de combate contra el mercado y contra la mayoría social? Por ello, y en esos momentos, Godard decide matara al Godard anterior, y constituye el colectivo Dziga Vertov, junto a Jean Pierre Gorin. Lo siguiente es de sobra conocido, un cine con todos los altibajos del mundo, que van desde cimas a hondones profundos. También, para algunos, horrores profundos. Que van desde el panfleto sindical de Sauve que peut la vie (1979), al polémico Je vous salue Marie (1985), terminando en esa suerte de ensayo cinematográfico larguísimo conocido como Histoire(s) du cinèma (1997 y 1998). Lo que sí parece cierto es que dada la espesura de la obra y de la personalidad de Jean-Luc Godard, la pretensión de realizar una película biográfica estaba condenada a enormes dificultades, próximas al patinazo y a la planeidad contada. No aptas tales tareas, tal vez, para Hazanavicius.
La otra polémica tiene que ver con el contexto histórico del momento, tiene que ver, por ello, con el súbito amor de la intelectualidad europea por las soflamas y proclamas del venerado Libro Rojo. Incluida la posible intelectualidad española del momento clandestino, que desde 1972 vio crecer y proliferar los adeptos del maoísmo y de la poco pedagógica Revolución Cultural. Un argumentario el del Libro Rojo, tan vacío como elemental, como recordaba hace días Muñoz Molina, recensionando el viejo trabajo de Simon Leys Los trajes nuevos del presidente Mao (1971). Un trabajo que, en sus propias palabras, si se hubiera conocido en su momento en España, habría evitado adhesiones tan absurdas al clan del maoísmo. No olvidemos que Los trajes nuevos del presidente Mao fue recibido como basura revisionista del peor capitalismo de papel. Como el tigre mitificado por el Gran Timonel.
Además, y para no variar, fue criticado y despreciado por la intelectualidad francesa prochina del momento, desde Jean Paul Sartre a la revista Tel Quel, desde Godard a Julia Kristeva o Philippe Sollers. Un discurso oblicuo y falso que llenó de prochinos los centros de trabajo y las universidades. Hasta que todo saltó por lo aires. Ese biopic, por demás, sobre uno de los directores franceses más destacado y más polémico, transcurre entre el año del rodaje de La chinoise y el mayo de 1968, con todas sus implicaciones y movimientos coetáneos. La exaltación de las Guerrillas guevaristas sudamericanas, los movimientos en Berkeley y México, la primavera de Praga y la guerra de Viet Nam.
Ciertamente la Europa cultural del momento, y particularmente la izquierda política francesa, destilaba una profunda admiración acrítica hacia el Viento del Este, nombre de otra película de Godard de 1969. Si con Godard comienza y acaba una posible forma de entender el cine; con esos años trepidantes, con esa década prodigiosa como se la ha llamado, comienza y acaba un espacio concreto de tiempo histórico.
Periferia sentimental
José Rivero
Bueno, tanto el estreno de la película ‘Mal genio’ el pasado día 12 de octubre, como la reunión que mantuvo ese mismo día el Partido Comunista de China para ultimar los preparativos de su XIX Congreso, no son acontecimientos despreciables pero, en estos momentos, no son suficientes para recomendarlos más allá de la mera curiosidad.
No es posible contar un período breve de tiempo por capítulos. Se va perdiendo el interés…..
Creo que en el fondo, el autor puede corregirme, el artículo trasluce la imagen difuminada de una generación, la del 68, no sólo decadente sino agonizante.
Una infantil rebeldía frente a la autoridad que ha sido muy bien pagada con mucho protagonismo durante décadas, y que ha generado un ego sesentayochista desembocante en decadente pensamiento Alicia, como lo describe Gustavo Bueno, ocupante de púlpitos y predicador de sermones que ya nadie cree ni escucha.
El espíritu revolucionario del 68, se ha tornado en un neopopulismo con rancio perfume totalitario, una excrecencia de la sociedad de la opulencia y de nuevas generaciones criadas en una deformador relativismo de doble moral.
Los inmovilistas, en cambio, nunca se equivocan… se enrancian, se enmohecen y terminan impreganados de un hedor a naftalina que echa para atrás. Godard, Trufaut, Romhmer y demás han dejado un legado artístico e intelectual impagable. Los inmovilistas, los tradicionalistas, nos dejan chanzas de barra de bar y muchos toros y bailes regionales, pandorgos y toda esa parafernalia infumable.
Será que tienen más los pies en la tierra. Son como Sancho y como la propia naturaleza humana, imperecedera en su esencia.
No, el 68, ni tan siquiera la Revolución Francesa redescubrió nada. Las pasiones humanas son las de siempre, son inmovilistas, absolutistas, y tendentes a la corrupción, la ignorancia y la confusión.
Es lo que tiene querer reinventarse, que se llega a través de un realismo abrumador, a no descubrir nada nuevo acerca de la naturaleza humana.
Difícil de asumir para un ego pseudo-intelectual tan subido como el de la progresía, que cree que la Historia y el Pensamiento empieza y termina con ella.
Qué gran película, À bout de souffle / Al final de la escapada.
Pasar del socialismo de Estado al capitalismo de Estado es lo más importante que le ha ocurrido al gigante amarillo. Saber las claves para conjugar el comunismo en lo político y el capitalismo en lo económico puede despejar las incógnitas para los investigadores del neosistema definitivo.
En cuanto al cine soy un admirador de lo francés. Como en otros asuntos. Por ejemplo su republicanismo jacobino y Camus.
Bien por Francia. Pero lo tuyo es Malraux, Polnaref y Brigitte Bardot.
[…] Pero pese a su inevitable pesimismo, también afirmó. “El verdadero cine, el que para mí sigue siendo el gran cine, es el que no se ve”. Y por eso hoy, más a ciegas que nunca, después de su muerte, seguiremos intentando ver donde ya nadie ve. Para él el cine respondía a un proceso de investigación tan heredero del jazz como de Chaplin y Rossellini. Incluso la tardía afirmación, digna de Tolstoi de que «la alegría no produce buenas historias”. Por eso estamos tristes y no tenemos buenas historias. Incluso, posponerlas como hizo Michel Hazanvicius en Le redoutable (2017). […]