Manuel Cabezas Velasco.- Ratón salió a la superficie tras muchos años de supervivencia en la oscuridad. Entonces vio a Rosa, el ser más hermoso que jamás había contemplado, tan cercano y tan lejano que le dio por ponerse melancólico.
Esta es la historia de dos almas que estuvieron cerca pero que jamás se encontraron, porque eran demasiado distintos, quizá demasiado distantes, o más bien indiferentes. Esta historia no tiene un principio ni tampoco un final, sólo está situada en un contexto determinado en el que las circunstancias guían en una u otra dirección a sus dos protagonistas.
Ocurría hace unos quince años, cuando la casa de los Martínez, fue ocupada por un déspota que no era amante de los jardines, ni tampoco de las flores. Sin embargo, un joven chico rescató de las garras del malvado a la única flor que no había sido estropeada. Así surgió una preciosa y sorprendente historia entre la hermosa flor y el desgraciado roedor, el que roedor siempre estaba cerca del chico salvador. De esta forma es como llegó a conocer a la rosa, la más hermosa de las flores.
Un día el chico eligió otra flor como preferida, aunque seguía cuidando de la rosa, pero ya no le dedicaba tanto tiempo, la fue descuidando. Fue en estos momentos cuando el ratón se fue acercando poco a poco a la bella flor, y ella empezó a cogerle cariño. De este modo, el roedor cada vez que se despedía de la flor no cabía en sí de gozo, estaba contento, se encontraba feliz, se había enamorado.
Los meses pasaron y la amistad de ambos pareció hacerse cada vez más estrecha, pero un descuido del chico propició que otro joven que pasaba por allí le arrebatara la hermosa flor, aunque el ratón no estaba decidido a dejarla de ver y la siguió por donde quiera que fuese durante largas jornadas. Lo mismo que había ocurrido con el chico anterior, ocurriría con el segundo chico: la rosa fue descuidada y finalmente abandonada. En ese instante, el ratón se encontraba en una situación muy extraña: se sentía feliz y a la vez triste. La alegría que le invadía era propiciada por la posibilidad de conquistar a esa hermosa flor siendo solo él mismo, sin necesidad de rivalizar con nadie, siendo tal como era, sin ambigüedades. Empero, se sentía culpable porque su amiga y su ansiado amor se encontraba triste y apesadumbrada, a pesar del largo futuro que tenía por delante.
Todo parecía ir sobre ruedas. Ella necesitaba consuelo y él estaría ahí para dárselo y así hacer germinar una semilla que el roedor deseaba cultivar desde hace tanto tiempo que ya no sabía cuando había sido la última vez que había sentido lo mismo.
Creía recordar de sus años mozos ese temblor en sus extremidades cuando se había acercado a alguna ratita, aunque nunca había sentido nada parecido a lo que suspiraba por la flor: estaba tan locamente enamorado que no buscaba alimento aunque lo necesitase, que tenía una madriguera que no habitaba por esperar a que no lo hiciese solo, a que llegase el día en que su morada fuese también la morada de su amada.
Un día cualquiera, la rosa se encontró de nuevo con el primer chico, aquel al que tanto debía y a la vez le exigía, el que le había salvado la vida, y la rosa sonrió al verlo. A su lado, se encontraba el ratón , pero desde ese mismo instante, dejó de existir para ella, pues había vuelto a recobrar la alegría gracias a que había regresado su chico salvador.
Entonces el ratón se marchó, se alejó despacio, lentamente, sin esperanzas, desanimado, triste, furioso, …, y jamás se supo más de él.
Una bonita y sugerente fábula.
Como reza el dicho, no hay mal que por bien no venga. Lo que ocurre es que cada fábula tiene su moraleja….