El Dictionaire des idées reçúes, de Gustave Flaubert tiene muchas particularidades destacadas. Una de ellas es que puede considerarse una obra inconclusa, pese al largo tiempo que acompañó al autor de Salambo, al menos treinta años, los transcurridos entre 1850 y 1880, año de la muerte de Flaubert.
Una obra inconclusa, por sus propias características temáticas y una obra en cierto sentido póstuma. De la cual, según Tomás Onaindía, se pueden considerar hasta tres versiones, fruto de la consideración creciente/decreciente de diferentes materiales acumulados en vida del autor: papeles agregados, borradores sueltos, notas dispersas, hojas volanderas, apuntes trabados, citas amontonadas y cabos sueltos. Citas y cabos que, en algunos casos, acompañan como epílogo, el trabajo flaubertiano de Bouvard y Pecuchet. Quienes portan meritoriamente sobre sus espaldas y cabezas todo el proyecto abierto del Diccionario, al dar cabida a toda la banalidad común y creciente del siglo XIX. Y al cobijar al ideal flaubertiano de prescindir estilísticamente de cualquier aspecto derivado de la subjetividad del autor. El Dictionaire como pura objetividad instrumentalizada y el Dictionaire como meta-literatura, como haría años después Borges en algún cuento.
Hay quien, por ello, ha querido ver en el Dictionaire des idées reçúes una antítesis del espíritu del L’ Encyclopédie de D`Alambert y Diderot, cien años después del proceso que abrió la Ilustración y la modernización política y social. Frente al saber positivo creciente del XVIII, el saber prescindible del XIX; frente al optimismo ilustrado del progreso, el pesimismo decadente de la primera revolución industrial.
Por sus propias características aditivas y seriales, el Dictionaire des idées reçúes es una obra con programa y con método, pero sin cierre previsible y sin final constatable. O si se quiere, con principio pero sin final: pura obra abierta. En la medida en que un diccionario personal no sólo es una obra abierta, sino una obra en perfecta evolución y movimiento. Una evolución dictada por las capturas y añadidos que pueden seguir agregándose de manera infinita o rectificándose según los diversos momentos de la vida y de la escritura, para concluir con una suerte de listado imparable e imposible de tópicos y de banalidades.
Que eso, en el fondo, es la pretensión original del Dictionaire des idées reçúes. Un balance de las estupideces e insensateces extendidas en la sociedad francesa de la segunda mitad del siglo XIX. Materias que cada, vez más, ocupaban y preocupaban a un Flaubert decepcionado y misántropo.
Baste recordar, por otra parte, las diferentes traducciones aportadas entre nosotros, al trabajo de Flaubert, para calibrar el alcance de lo que venimos afirmando: una diversidad de asuntos encaminados a desmontar la llamada Sabiduría Popular, lugar emblemático en donde suelen arraigar buena parte de las especies nombradas y de los hechos capturados por Flaubert. Ese lugar y esas especies, bien merecen la abierta posibilidad de ser nombradas de formas muy diversas. Entre nosotros, algún recuento ha fijado las propuestas alternativas de su denominación como Diccionario de lugares comunes, Diccionario de convencionalismos, Diccionario de tópicos, Diccionario de ideas recibidas, y también Estupidiario.
La edición de EDAF del Dictionaire des idées reçúes, con la presentación de Pedro Provencio, establece un paralelismo sorprendente con la actualidad misma: “Convencionalismos que seguimos empleando cada día y banalidades que ocupan en nuestra mente primerísimos lugares ‘propios’ cuando en realidades merecerían otros muy comunes”. Lugares comunes del Dictionaire des idées reçúes que sólo cuentan con el parangón de otro diccionario próximo, como fuera El diccionario del diablo de Ambrose Bierce, que vería la luz en 1881, y que completa una mirada decimonónica que quiebra el optimismo del Progreso industrial continuado.
Días pasados Jesús Mota, rememorando a Groucho (Julius Henry) Marx, en el texto Huérfanos de Marx, establecía que “Casi podría decirse que Julius fue un avatar de Francis Bacon en una lucha a muerte contra los ídolos (las generalizaciones, las ideas preconcebidas, las doctrinas de moda y las convenciones) que denunció el pensador inglés”. Groucho Marx, en sus películas, guiones radiofónicos y escritos diversos practicó cierta subversión del sentido lingüístico y del sentido común usual en la sociedad del momento. Es decir la ruta de Groucho Marx semejaba una vía inversa y complementaria a la perseguida por Flaubert sesenta años antes con su Dictionaire des idées reçúes. Es decir que desde Groucho y yo, a Memorias de un amante sarnoso, el judío neoyorquino practicó una extensión práctica del Dictionaire des idées reçúes. O mejor aún, realizó la puesta a punto y la actualización oportuna (post Ambrose Bierce) del trabajo del escritor de Ruan. De tal suerte que el Dictionaire des idées reçúes puede ser leído hoy como un conjunto de notas para guiones posibles de un imposible Groucho Marx. Puro Estupidiario, como se refleja de la primera acepción del listado, “Abejorros: Gran tema para un opúsculo. Hijos de la primavera”. Pues eso, ‘Hijos del Estupidiario’.
Periferia sentimental
José Rivero
Excelente artículo.
El más exigente y perfeccionista novelista del realismo francés en materia de objetividad y estilo, Gustave Flaubert, dijo en una ocasión: «ser estúpido, egoísta y estar bien de salud, he aquí las tres condiciones que se requieren para ser feliz. Pero si os falla la primera, estáis perdidos.»
Y es que, al fin y al cabo, el mundo que nos rodea, socialmente hablando, no está construido con realidades sino con tópicos, es decir, el mundo es el lugar de las palabras ya dichas.
Hay que mirar la realidad con tanta atención que logremos olvidar la costra que formaron las palabras dichas sobre ella.
Lo relevante es que esa llamada de atención de este Diccionario mantiene aún su vigencia….
Los tópicos los hace el tiempo. De ahí que los viejos se desilusionen: ven venir lo que se fue hace mucho tiempo y sienten que no pueden vivir otra vez con entusiasmo y la misma vida lo que ya vivieron genuinamente. «Recordar es obsceno: peor, es triste», dice Aleixandre. «Solamente una vez es todo verdadero», escribió Feuerbach. La vulgaridad es la forma del tiempo, y todo lo que es vulgar nos instala en el tiempo y nos encadena a él, no nos libera, porque carece de lo nuevo, de aquello que es futuro y es libertad.
Se aprende mucho leyéndole. El tema es muy interesante porque quizás Flaubert anticipaba con su denuncia la posmodernidad.
Reconozco mi poca cultura literaria, sobretodo extranjera. Mi voracidad literaria se agotó en la Universidad.
Y tengo una cara factura familiar (mi suegra es escritora) que siempre amenaza con declararme yerno concursado.