José Rivero.- Cada vez es más evidente el desplazamiento de los valores patrimoniales al entorno de los significados del mundo recreativo, con todo lo que ello implica y significa. Incluso la percepción, difusión y disfrute de esos valores culturales, acontece de forma parecida a los supuestos universales que configuran la sustancia y la lógica discursiva del Parque Temático.
Como si esta categoría del mundo recreativo y del universo del ocio programado, en su universalización creciente, hubiera copado, alterado y transformado los viejos códigos de percepción de los Museos, de los Parques Arqueológicos, de la Arquitectura protegida y de las ciudades patrimoniales. De tal suerte que hoy acontece que toda la percepción de las viejas categorías museísticas, patrimoniales, históricas y artísticas, se producen como componentes añadidos de esa llamada tematización de las ciudades patrimoniales y de sus partes conservadas. Donde es difícil distinguir la vieja mirada histórica de las nuevas visiones recreativas.
Una tematización patrimonial, que ya fuera vista tempranamente por Ignasi Solá Morales en 1998, en su trabajo Patrimonio arquitectónico o Parque temático, que venía a sentar las bases del entendimiento de las nuevas realidades patrimoniales y el posterior efecto de la museificación de objetos arquitectónicos y de ciudades enteras. Una alteración del sentido que, en palabras de Solá Morales, producía entre otros efectos que: “la museificación de la arquitectura está también sujeta al mismo proceso de exposición que fatalmente producirá su desaparición como objetos ligados a concretas situaciones y significados. Dejarán de ser objetos comunes para entrar, gloriosamente, en un universo de valores transhistóricos”.
Una tematización que comporta una doble dimensión de ida y vuelta. Por una parte la exaltación de algunas piezas seleccionadas, y por otra el abandono sistemático de otras no tematizadas. Una doble dimensión que produce la banalización reiterada de los contenidos culturales de los hechos patrimoniales, al igualarlos con entidades recreativas; y en segundo lugar, establece esa confusión y amalgama de unas imágenes con otras, de las imágenes de la cultura con las imágenes del ocio un proceso continuo. Fruto de esa compresión espacio-temporal que hace equivalentes las Termas romanas con Disneyland y los grandes museos con los grandes destinos turísticos. Destinos turísticos y lugares culturales hermanados desde la proliferación de las imágenes que ambos suscitan. Imágenes multiplicadas en el nuevo consumo fotográfico creciente, que dan cuenta de la transformación de toda realidad en imágenes. Incluso en imágenes del yo-turístico que ejemplifica el selfie por antonomasia. Un selfie que María Albergamo, en el último número de Revista de Occidente, lo indagaba ya como monumento. Y que a juicio de Susan Sontag, esa multiplicación fotográfica dirigida y no casual, no dejan de ser formas de apropiación simbólica y programada.
Y en ese hilo discursivo de tales desplazamientos reales y figurados, habrá que interrogarse por la pequeña escala regional y provincial de los acontecimientos patrimoniales venidos a menos y venidos a más. Una pequeña escala en la que se verifica la tematización acumulada de la mirada arqueológica como propuesta ejemplar y como propuesta de relieve más destacada. Baste comprobar las últimas resoluciones de la Consejería de Cultura sobre 41 proyectos de investigación arqueológica y paleontológica financiados con fondos públicos, mientras que acontecen otras parálisis en el campo de la arquitectura y de sus protecciones análogas.
Cuesta un potosí declarar un bien edificado como Bien de Interés Cultural, como ocurrió con los casos de Villalba de Calatrava y Cañada de Agra. ¿Qué decir de otros casos no tematizables por ahora? Véase el caso de la Venta Borondo, como ejemplo de ello, la Casa de Cultura de Ciudad Real o las piezas abandonadas del patrimonio industrial provincial. De igual forma que crecen los abandonos patrimoniales de edificios singulares por todas partes. Haciendo ver que es más fácil tematizar un Parque arqueológico, por la proximidad discursiva del pasado que representa a los hechos históricos congelados que explicita una Parque Temático, que realizar similar operación en una ciudad viva. En la ciudad viva, la tematización se residencia ya en la consecuente museificación sistemática de objetos y realidades: ya del Vino, del Queso, del Encaje, del Quijote, del Bombo o de la Minería.
El reciente debate, en las redes sociales, sobre las pavimentaciones producidas en Almagro (más allá de otras cuestiones locales), no hace sino señalar la incapacidad de asumir hechos históricos como hechos patrimoniales. En la medida en que hoy la componente declarada como móvil primero de la actuación institucional, es el Turismo en sus diversos formatos. Un Turismo santificado, al mismo tiempo que cuestionada recientemente. Una beatificación del Turismo en la medida en que se considera dicha actividad la palanca del desarrollo económico, y por ello se privilegian sus consideraciones. Es decir no hay atención genuina al Patrimonio si no está inducida su valencia turística. Y toda atención patrimonial lo será desde sus perspectivas turísticas. Ni más ni menos. A un paso estamos de la superposición del Patrimonio con los Parques Temáticos.
Interesante artículo.
Los ‘parques temáticos’ se abrieron en España bajo un denominador común: mucho respaldo público y la idea de que su instalación se traduciría en empleo, turismo y riqueza.
Cuando un espacio se declara como ‘patrimonio’, de repente, los bienes empiezan a tener un aumento acelerado del turismo y una demanda de consumo cada vez mayor. Esa es una de las contradicciones: se hace la declaración para conservar y, muchas veces, ocurre lo contrario.
Además, el ‘patrimonio’ pierde su esencia y termina siendo lo menos importante, debido a que los bienes pasan a ser ‘parques temáticos’.
Es decir, todo termina siendo una paradoja: el espacio se convierte en un espectáculo.
Hay que superar o minimizar los efectos negativos que la puesta en valor turístico pueda tener sobre la conservación del ‘patrimonio’.
Se deben analizar las necesidades y condiciones que el uso turístico exige al gestor del ‘patrimonio’ para que se puedan desarrollar experiencias turísticas de éxito y respetuosas con la conservación de los bienes patrimoniales.
En definitiva, se trata de poner en valor y dar a conocer nuestro ‘patrimonio’. No es cuestión de hacer ‘parques temáticos’…..