La salvedad primaveral de ese 8 de abril de 1977, fecha de la legalización del Partido Comunista de España (PCE), digo, y digo bien, fue la enorme sorpresa y la fuerte incredulidad de toda la sociedad española en su conjunto, aún con la modorra vacacional pasionaria a hombros y sin colgar la túnica de nazareno en el armario.
Aunque ya entraba tal supuesto normalizador dentro de lo previsible, según los mentideros de los últimos días y semanas. Las que transcurrieron desde el mes de enero, en que la matanza de los abogados laboralistas de Atocha, el 24 de enero, y las posterior manifestación silenciosa del duelo dos días después, dieron la cara y la talla de la responsabilidad de los comunistas en un acto de masas sin desordenes y controlado.
Por ello y en la medida en que, fijada la fecha de las primeras elecciones generales para el 15 de junio próximo, no parecía aconsejable realizarlas dejando fuera a una fuerza política de la que se presumía y se temía su hegemonía en la izquierda. Porque ello, mantener al PCE ilegalizado, daría pie a un doble efecto no deseado: la falta de legitimidad plena de la primera consulta de la Transición española, y el fortalecimiento, por reacción inversa, de una fuerza política relevante. Aunque su fuerza electoral aún se desconociera. Y eso se sabría más tarde.
Y no sería un Partido Comunista a la italiana, mayoritario en la izquierda política y en proceso de reconsideración de las esencias leninistas de la mano, entre otros de su Secretario General, Enrico Berlinguer, que se llamaría Eurocomunismo y que se importaría después a España y con menor convicción a Francia. Incluso Santiago Carrillo, en un golpe de cintura, publicó un libro a tono con el viraje planteado y con la oportunidad: Eurocomunismo y Estado. Un Eurocomunismo y su forma de distanciarse del centralismo soviético que llevaría en su seno la crónica anunciada de su misma destrucción, y eso sin saber que aún quedaban doce años para el hundimiento definitivo de la dogmática comunista y de las verdades sueltas de esa deriva internacionalista y proletaria. Por eso hoy, lo queda de esa dirigencia de los restos comunistas, son críticos con la Transición y son muy críticos, con el mismo Carrillo, tildado incluso de social-burgués y de cripto-comunista. Pero este es otro debate y otra diana.
Con todo ello y con el muermo vacacional en el cuerpo, desplegada la cúpula militar en varios rincones festivos como acuartelamientos playeros, y como institución claramente opuesta a esa legalización, se produjo el gesto de audacia de Adolfo Suárez y de su gobierno. Merced a acuerdos previos pactados con Santiago Carrillo, sobre la aceptación de la bandera nacional y sobre el aparcamiento del debate de la forma del Estado, Monarquía versus República, se produjo la noticia largamente esperada, en un Sábado Santo y en vísperas de la Gloria que dicta la Resurrección. Como si la formación temible y denostada, temida y perseguida, fuera un resucitado laico y civil, que regresara de las catacumbas del miedo, regresara desde 1939.
Por eso fue llamado Sábado Santo Rojo, cuando habría sido más oportuno llamarlo Sábado Santo Morado. Pero tal denominación a tono con el momento, habría operado por ensalmo en la reivindicación republicana aparcada, desde el color ausente: el Morado por la franja de la bandera de la República. Y se prefirió por los cronistas del momento por fijar más el Rojo que visualiza a los comunistas, por el empleo masivo de ese color en sus banderas y atributos. Aunque ese 9 de abril de 1977, abra una historia que supone por otra parte el proceso, lento y continuado, de disolución de la fórmula comunista entre nosotros.
Hay otra sal abrileña como la del disco publicado dos años antes por el grupo sevillano Goma, en 1975 y denominado, cabalmente, 14 de Abril, y que llevaba dentro esa canción grabada y así denominada: Un nuevo abril sin sal. Una carpeta diseñada por Alberto Corazón, que fue modificada por la casa editora Movieplay, cambiando el morado de la bandera republicana por el rojo de la enseña oficial. Para evitar conflictos y secuestros. Para hacer menos evidente el señuelo republicano. Y ahora volvía abril y sus lilas y lirios morados, no con el azúcar fundida de la Semana Santa en declive.
Una Semana Santa cubierta de atributos pasionales y gastronómicos, por ello lo de dulce, pastelera. De aquí la rareza de la sal que se opone al azúcar de torrijas y pestiños, propios de estos días de meditación y pasión. Tampoco quiero decir con ello que el PCE fuera la sal de la tierra, pero había adquirido una enorme visibilidad en la lucha política, desde su larga lucha antifranquista, pasando por la consigna de los sesenta de la Reconciliación nacional, para acabar en los setenta con la personificación de la Junta Democrática.
Periferia sentimental
José Rivero
¿Y qué queda del aquél Partido Comunista? Un partido arrumbado en una coalición, Izquierda Unida, y desaparecido en los sótanos de otro partido, Podemos. Pero esto no es del todo verdad. El comunismo está en los movimientos feministas, en los animalistas y ecologistas, en los LGTBI o como se llamen, etc. No pudieron ganar con los tanques y los misiles y ahora toman otra estrategia, otra cara.
Por otra parte, la supuesta concordia del PCE de antaño se demostrado una mentira. No han renunciado a nada, va en su naturaleza. Siguen con ETA, con los nacionalismos (sus pares) y su negación de la libertad. La mayor y más palmaria evidencia es la Ley de Memoria Histórica.
En este digital, se leen pruebas de lo que afirmo a diario. Hasta su nombre parece inspirado por esta ideología. Un acto fallido. Lo dicho, va en su naturaleza.
Es indudable que la caída del muro de Berlín aquel 9 de noviembre de 1989 fue para el PCE un motivo de desconcierto.
En su largo camino, el PCE inició el proceso siendo el partido más numeroso, activo e influyente en la lucha contra la dictadura y lo terminó roto en pedazos y con unos resultados electorales catastróficos.
A pesar de ello, hay que admitir que el PCE intervino activamente en un proceso de cambio institucional durante el cual terminó cambiando él mismo.
Pero, en estos momentos, ¿qué queda del PCE?
Siempre se ha dicho que el oro del PCE era la militancia.
Ahora sólo queda la escenificación de batallas internas dentro del comunismo español; un comunismo que nunca ha accedido al poder democráticamente en ningún país del mundo y que por eso tiene que ocultar su ideología; una ideología que de tanto ocultarla sólo tiene un fin: acabar con el PSOE, el verdadero enemigo del comunismo español desde siempre.
Y, con ese objetivo, ¿qué mejor aliado que el PP?
Esa fue la razón última por la que PODEMOS ha dejado al PP en el Gobierno y nos ha arrebatado la posibilidad de tener unos Presupuestos en Castilla La Mancha.
Como decía D. Ramón Sender, «era viejo, y estaba llegando a esa edad en la que la sal ha perdido su sabor»…
El PSOE debe marcar la distancia con Podemos, pero son muchos años de sectarismo y eso determina.
Sigue siendo alérgico a la unidad de España, compadrea con ETA, le rie en general la gracia a los nacionalistas, quiere ser ahora más radical que los comunistas…
Sencillamente, con Zapatero el PSOE perdió el norte.
Y se dirige a la hecatombe de la izquierda, con Podemos.
La realidad les da a los dos la espalda. Y tímidamente salimos de la crisis. La gente también asume sus errores, y todos no son del sistema. Y la demografía hace muy conservador al electorado. Pero el PSOE se disputa el voto de los más jóvenes, y por cierto, los más radicales que prefieren el producto original.
Los errores del PSOE son tan garrafales que merece que gane Pedro Sánchez.
El comunismo es una mierda, sobre todo en su forma estalinista. Pero también lo es el capitalismo, que cosifica tanto o más que aquel. Dice Ángel Manuel que los extremismos matan y es verdad. Incluso Censor tiene razón en eso (y en otras cosas, pero no en la mayoría).